02 May 2019

Martha ya era una mujer entrada en años, aquella tarde que su amiga tocó a la puerta de su casa en Betania.
– ¿Quién es?
Preguntó, mientras ladraba el perro.
– Soy yo, Susana

Martha abrió la puerta. Recibió a su amiga con una sonrisa y un beso. El perro olfateó y, en seguida, comenzó a agitar la cola.
– La paz del Señor te acompañe. Hace tanto tiempo… Qué gusto volver a verte Susana.
– Sí, ha pasado mucho tiempo desde la última vez… ¿Cómo has estado?
– Bien, el Señor es bueno conmigo. Mis hijos ven por mi, en la familia nos cuidamos y mi marido me dejó esta pequeña casa. No me falta nada. Y tú, ¿cómo estás?
– Bien, también. El Señor cuida de mi. Aunque la muerte de Santiago, no deja de hacerme pensar tantas cosas. En parte, por eso he querido venir a verte.
– Pasa, siéntate.

Martha, trajo un poco de agua fresca, pan y algo de comida que colocó sobre la mesa. No sabía exactamente qué era lo que Susana quería platicar, aun y cuando mencionó la muerte de su hijo mayor, Santiago. Esa fue la última ocasión que se vieron; poco más de un año atrás. Las amigas fueron entrando en confianza y en un ambiente de intimidad. Recordaron los tiempos de juventud, a los hijos, la familia. Pasó cerca de una hora, hasta llegar al tema que Susana quería tratar. Se animó, entonces, a decir:

– Tú sabes, Martha, que yo también sigo el Camino y he aprendido mucho sobre Jesús de Nazaret; cosas que ustedes mismos me contaron y otras que los apóstoles y los hermanos anunciaron con claridad. Pero quisiera preguntarte algo sobre la resurrección, a ti, que estuviste tan cerca de esta experiencia de manera anticipada, a causa de lo que Jesús hizo con Lázaro.
– Sí, fue algo impresionante no sólo para nosotras, sino para todos los cercanos a la familia. Pero, anda, dime, ¿qué quieres preguntar en concreto?
– ¿Qué pensaste? ¿Qué sentiste cuando el Señor resucitó a Lázaro? ¿Creyeron que ya no iba a morir? ¿Qué la vida de tu hermano sería distinta? Porque Lázaro, a fin de cuentas, volvió a morir. Igualmente, ¿qué experiencia viviste cuando María, tu hermana, también murió?
– Para empezar, es verdad que, entre la gente del pueblo, no faltó quien pensara que Lázaro no moriría jamás, pero no, si la resurrección fuese una llana inmortalidad, sería terrible.
– Es verdad, Martha. Los seres humanos somos mortales y debemos morir.
– Imagínate, Susana, si alguien fuera inmortal en el tiempo, en un momento dado no tendría ningún contemporáneo, ningún amigo de la infancia, no vería a ninguno de los que formaron parte de su historia. Habría soledad sin afectos. ¡Qué tristeza! No es lo mismo revivir, como mi hermano, que resucitar.
– Martha, después de la crucifixión de Jesús, ¿qué pasó por tu mente cuando escuchaste por primera que el Señor estaba vivo y se dejó ver para sus discípulos?
– Mira, Susana. Varias veces, María, Lázaro y yo nos sentamos a platicar acerca de la muerte y la resurrección. Recordamos que Jesús dijo, el día que nos visitó tras la muerte de Lázaro: “yo soy la resurrección y la vida…”. E inmediatamente después, le ordenó que saliera del sepulcro. Ambas cosas, su palabra y su acción, cobraron otro sentido con la resurrección del Señor. Ni siquiera yo había entendido del todo mis propias palabras, aquel día, cuando le respondí: “ya sé que resucitará en la resurrección del último día”. Él cambió todo… ¿Si me doy a entender?
– Si, Martha. Caigo en la cuenta que él también había dicho que convenía que se fuera, para que el Espíritu abriera nuestro entendimiento y pudiéramos recordar.
– Sí, Susana, Él es la Resurrección y la Vida, el primogénito de entre los muertos.
– Y, ¿cómo viviste la muerte de tu hermana?
– Tú conociste bien a María, ella se sentó muchas veces a los pies del Maestro para escucharlo, lo amaba. Después de la muerte y resurrección del Señor, su vida transcurrió con una paz y una alegría que se traslucía en sus ojos. No era sólo un recuerdo sin presencia, pues al poco tiempo se hubiera convertido en vacío. Era su presencia real, vislumbrada ahora por la fe, pero también animada por el recuerdo y la historia de su amistad. Ella entendió perfectamente el nuevo modo de presencia de su Señor, siguió experimentando su cariño, su ternura, su amistad, su misericordia y su comprensión. También nosotros lo vivimos en medio de la comunidad, en medio de nuestras familias y en nuestra relación íntima con él.

– Ay, Martha, tenía que oírlo de ti. ¡Qué alegría!
– Tengo la certeza de que mis hermanos, mi marido y tu hijo Santiago están vivos. Siguen siendo los mismos, pero ahora con una existencia a plenitud, superando las fronteras materiales, en comunión con Dios y con los demás hermanos. No están en un lugar neutro y anodino, como pudiera entenderse el Sheol, sino que habitan donde los vínculos del amor y el conocimiento son plenos.
– Y desde aquí podemos pensar en ellos y su felicidad…
– ¡Sí! Y no sólo eso, nuestros hermanos nos siguen amando, vivimos en su corazón. No resultan accesibles a nuestros sentidos, pero por nuestra fe en Jesús resucitado, tenemos la certeza de establecer una auténtica relación con ellos, sintiéndonos acompañados, en muchas ocasiones dialogando con ellos, siendo acogidos por su afecto.
– ¿Algunas veces platicas con tus hermanos Martha?
– No los invoco, como quien invoca un espíritu, pidiendo que vengan a esta temporalidad material; sino que, desde el misterio de la fe orante, bajo a la eternidad silenciosa de mi corazón, haciendo que llegue a ser en este tiempo, la eternidad que ellos testimonian para siempre, mientras llegue la hora en que me encuentre nuevamente con ellos junto al Señor.

Pbro. Dr. Hugo Chávez
Director Espiritual del Instituto de Teología.
Revista San Teófimo No. 141