01 Dic 2016

Por: Juan Rogelio Ramírez Gaytan, seminarista (Experiencia Eclesial).

Sin duda, el tiempo de Adviento es la llave del año litúrgico, ya que aparte de prepararnos para conmemorar la encarnación del Hijo de Dios en nuestra carne, también meditamos los orígenes de nuestra salvación. Y uno de los grandes misterios que encierra la llegada de Jesús a la tierra, es el de la Inmaculada Concepción de la Santísima Virgen María.

En este dogma de fe celebramos a María, preservada de toda mancha de pecado desde el primer instante de su concepción. Ella es para nosotros la aurora de la salvación desde los orígenes del universo, es la mujer esperada que nos narra el Génesis 3, 15.

Estas son las palabras con las que el Papa Pio IX, el 8 de diciembre de 1854, en su bula “Ineffabilis Deus”, proclamó este dogma:

“Declaramos, proclamamos y definimos que la doctrina que sostiene que la beatísima Virgen María fue preservada inmune de toda mancha de la culpa original en el primer instante de su concepción por singular gracia y privilegio de Dios omnipotente, en atención a los méritos de Cristo Jesús Salvador del género humano, está revelada por Dios y debe ser por tanto firme y constantemente creída por todos los fieles.”

La presencia de María en la historia de la salvación es importantísima, ya que por su “SÍ” a Dios, se cumple el plan divino que Dios realiza en favor de los hombres. Ella “viene a librar al pueblo que tropieza y se quiere levantar” de tantas acechanzas del maligno.

María es Inmaculada porque Dios así lo dispuso: “Dios Hijo que iba a venir al mundo, tenía que encarnarse en el vientre de una mujer pura. Ella fue predestinada a ser intacta, sin mancha de pecado alguno”.

Es, entonces, cuando María se convierte para nosotros en modelo de pureza y nos muestra el claro camino para llegar a tener un corazón puro para que podamos recibir a Jesucristo y llevarlo a donde quiera que vayamos, como ella lo recibió en su seno virginal. Podemos llegar a decir que la vida del cristiano puede ser fácil, siempre y cuando amemos las virtudes que Dios tanto amó en María.