- BY Seminario de Monterrey
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El hombre fue creado para habitar en el paraíso, un lugar de brisa fresca al atardecer, para disfrutar de la presencia de Dios y de los hermanos. Sin embargo, todos conocemos esta historia; el hombre corrompió su corazón con el pecado, alejándose de este lugar. Ahora vivimos en un lugar de desierto, poca agua, condiciones de clima extremas, bestias y alimañas peligrosas para nosotros.
Nuestros desiertos pueden ser literales o metafóricos, pero hemos descubierto que Dios nos llama a cruzar, y en ese caminar Dios nos encuentra y nos llama de regreso a Él, a su jardín.
Al imaginarnos en el desierto podemos impactarnos por todos los peligros que pudiese haber, y es cierto, caminar por el desierto no es fácil, significa sacrificio, esfuerzo y cansancio. Esta es la batalla espiritual, el desierto es la oportunidad de reflexionar sobre nuestra relación con Dios, es un tiempo para detener nuestra vida y preocuparnos por lo que realmente es importante, nuestro corazón.
El desierto nos llama a adentrarnos a nuestro ser y poner los ojos en lo alto, en las realidades espirituales. Cuando la desnudez de un desierto desviste ante nuestros sentidos la frondosidad del mundo material, es entonces que quizá volvamos nuestro corazón a Dios.
¡No temas en caminar por el desierto! Recuerda que cuando Dios encontró a su pueblo “Los encontró en un lugar salvaje, en el terreno baldío de un desierto de aullidos. Los cubrió con su manto, cuidó de ellos, los guardó como a la niña de sus ojos” (Dt 32, 10). Dios te encontrará, cuidará de ti y nunca se separará. Caminar por el desierto es ponerse en marcha a estar junto a Dios, es dejarse encontrar por Él, es saberte pequeño para que Dios te inunde de su gracia.
El desierto es ahora un lugar de renovación, es cierto, son lugares de dudas e incertidumbre, pero también puede ser ocasión de un nuevo renacer como cristiano.
Camina con Cristo, Él nos ha llamado al desierto.
Alfredo Cantú Leal | 2º de Filosofía