16 Abr 2021

HELLO! 1

Este año no efectuamos las tradicionales misiones de Semana Santa, el motivo, no muy grato, fueron las restricciones de movilidad que se han impuesto. No puedo decir por ello que la consecuencia fue lamentable, todo lo contrario: se nos permitió estar en casa de nuestros padres y a medida de lo posible, colaborar con nuestra comunidad de origen. En mi caso; Cristo Rey de la Paz, en Guadalupe.

Hace seis años que no vivía una Pascua en la parroquia que pertenezco; me vienen a la memoria las caminatas en la mañana rumbo a la “Mirasol”, ahí casi llegando a Eloy Cavazos (con frecuencia nos prestaban un lugar en esa colonia para el evento con los niños de catecismo), recuerdo cierta ocasión que tuvimos que trasladar un cuadro del resucitado, desde la capilla Sta. María Niña -ubicada en Av. Las Torres; ahora famosa porque conecta fluidamente con el estadio de Rayados (yo todavía la visualizo como un monte cortado por el río la Silla)- no conseguimos transporte así que la cargamos cual pípila abriéndose paso en plena batalla, y aunque no había balas que amenazaran nuestras vidas o algo que las pusiera en riesgo, el cielo se nubló como exigiendo un carácter épico. Y cantamos. “Jesús mismo cargó hasta la cruz nuestros pecados”. Todo el camino el mismo canto, éramos dos catequistas que por talento musical nunca nos habrían aceptado en algún coro, por muy necesitado de integrantes que estuvieran. En fin, podía recordar todo el sentimiento de estar con los míos, por un asunto -que sin balas o amenazas- resultaba vital… “y fue herido para que nosotros fuéramos salvados”.

Ahora ese sentimiento se plasmaba atrás de una pantalla, reuniones virtuales con temas a distancia (la pastoral juvenil se animó a ofrecer unas misiones de este tipo) y celebraciones litúrgicas en un templo con cupo restringido (un aforo del 40%, aprox.), el servicio al altar también se encontraba limitado (es una realidad que una porción de la gente no asiste porque ya se mal acostumbró a ello y no tanto por cuestión de prevenir aglomeraciones); dobletear lecturas, improvisar acciones o recursos, y una cámara intentando captar todo para la transmisión por Facebook (otra realidad es que un sector espera con ansias poder incorporarse presencialmente al ritmo eclesial). “Y volvimos por su gran amor al redil del buen Pastor”.

No pretendo dar una tonalidad melancólica a este escrito, el sentimiento de estar con los míos por un asunto vital perdura. Pero es sorprendente cómo se van desarrollando las cosas… el año pasado viví la Pascua en casa, frente al Canal Digital de la Arquidiócesis, este año pude pasar tiempo con la comunidad parroquial y las transmisiones eran desde su propia página. El ritmo comienza a retomarse después de una sacudida que nos mostró nuestra fragilidad, pero también se hace patente que Dios no nos abandona. “Salvos somos por su misericordia y su pasión”.

Comprender la fragilidad y experimentarla, provoca un cambio radical en la existencia de la persona. Eso fue lo que aconteció, Cristo y la transformación que ofrece a nuestra vida es una esperanza maravillosa. Tal vez debí hablar de la manera en que experimenté lo frágil, estoy casi seguro de que todo el que esté leyendo esto sufrió en estas dos pascuas alguna pérdida (un ser querido, un trabajo, una condición), pero quería enfocarme en cómo se van desarrollando las cosas a la luz de la esperanza brindada con la resurrección; el cielo está nublado y nos exige un carácter épico. Estamos con los nuestros, somos Iglesia -la familia de Cristo- ¿qué vendrá para el próximo año? ¿qué se irá? ¿bajo cuáles condiciones tendremos que celebrar la pascua 2022? No lo sé, el panorama es incierto pero lleno de esperanza. Cantemos. “Cristo yo te suplico, escúchame”.

 

Isaac Arguello Cepeda

Seminarista | 1ero. De Teología

02 Ago 2019

HELLO! 1

Hablar acerca de la familia es traer a la memoria múltiples beneficios de nuestra historia personal, si bien es cierto que no todos hemos podido disfrutar de una familia perfecta, es un espacio donde nos sentimos acogidos, seguros, amados. La familia constituye toda una referencia, algo ineludible a la hora de entender un rostro, de descifrar una herida o por qué no, de agradecer una vocación.

Es la familia el lugar donde hemos compartido la vida, decir familia es decir amor, acogida, incondicionalidad, es decir, don de Dios. Atesoramos en el corazón muchísimos momentos donde, desde la sencillez y simpleza de la vida, encontrábamos refugio seguro, pero también referencias.

La familia hay que decirlo bien, es el espacio que Dios tenía destinado para nosotros como proyecto previo, a la acogida de un don tan alto como lo es la vocación sacerdotal. En mi caso, en mi familia encontré el modelo de una madre que, antes de dormir oraba a Dios y que me decía: “Hijo, junta tus manos, da gracias a Dios y descansa”. Fue con mi familia que yo emprendía esas aventuras llamadas “peregrinaciones” o fue en el contexto familiar, que yo aprendí valores que hoy me han hecho grande como persona: el trabajo, la responsabilidad, la libertad, pero sobre todo la generosidad y el amor, claves básicas a la hora de entender la llamada y la respuesta de una vocación.

La familia es madre porque acoge, porque corrige, porque ama. Es madre porque consuela, porque protege. Y sobre todo, es madre porque vela por nosotros, porque ahí en la familia, Dios quiso poner en el corazón de muchos jóvenes el don de la vocación. Es nuestra familia quien en las horas más bajas ha servido de aliento, quien en los momentos más grises ha sabido llenar de color la existencia. ¿Cómo no agradecer a Dios el habernos dado una familia?

Y ahora pienso en la familia de Jesús, el único sacerdote. María, con ese perfil que traza de ella el Evangelio, como la mujer amorosa, tierna, la mujer que supo cumplir con creces su misión de madre. Pienso en José, desde el silencio. ¡Qué ejemplo le dio José al niño, para que al momento de hablarnos de Dios, Jesús recurriera a la imagen del Abba! ¡En Nazaret se respiraba amor!

La familia ha sido pensada por Dios para llevar a cabo también nuestro proyecto de salvación. Es indispensable en el desarrollo histórico de una vocación echar un vistazo a esa experiencia de familia que hemos tenido. La familia que es consciente de su papel y misión en el mundo no tiene miedo de cultivar la vocación en sus hijos. El mundo les reclama. Dios les invita. Don de Dios, la familia y la vocación.

Carlos Alberto Ramírez Sánchez.
Tercero de Filosofía.
Revista San Teófimo No. 142

13 Jun 2019

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Me gusta imaginar cómo María y José, con dudas, preocupaciones y siendo conscientes de que el camino de Jesús, además de gracias y bendiciones, tendría también dificultades; depositaron totalmente su confianza en el Padre, quien los incluyó en el plan de salvación, aceptando con mucho amor y entrega su voluntad, sabiendo que la obra de aquel niño, que luego crecería hasta convertirse en un hombre de bien, daría al mundo frutos abundantes.

Cuando a los 19 años escuché el llamado de Dios a la vocación sacerdotal, una de mis más grandes preocupaciones era lo que pensarían mis padres y mis hermanos. Junto con ellos había platicado anteriormente sobre los planes que tenía de estudiar una carrera, trabajar, formar una familia, entre tantas cosas; además se trataba de algo que jamás había pasado por mi mente, mucho menos por la de ellos. En un principio imaginé que no estarían de acuerdo con mi inquietud y la decisión que tomaría en un futuro; sin embargo, con el paso del tiempo y la ayuda de Dios, fueron descubriendo que Él también los había llamado a formar parte de esta historia de servicio y amor.

El hecho de que ya no pasáramos tanto tiempo juntos, tal y como lo hacíamos con bastante frecuencia, representó para toda mi familia una dificultad que poco a poco supimos sobrellevar. Esta fue transformándose gradualmente en una motivación para salir adelante, teniendo como meta principal la permanencia de Jesús en nuestra vida.

Hoy puedo decir que el papel que ha jugado mi familia en esta historia vocacional ha sido fundamental, en Dios y en ellos he encontrado la fortaleza para perseverar en las dificultades que en ocasiones se presentan en mi vida. Quién mejor que ellos, quienes dedicaron su vida entera a mi cuidado y me entregaron su amor incondicionalmente, para actuar como soporte y acompañarme en aquello que me hace feliz, servir a Dios.

Familia, no tengamos miedo de dar juntos el “Sí” a Dios, y sepamos que Él, junto con María Santísima, nos guiará por esta bella historia de amor que ha ido construyendo en nuestra vida.

Luis Carlos Solís Garza
1o. de Filosofía
Revista San Teófimo No.142

07 Jun 2019

HELLO! 1

Si te preguntaran qué es lo primero que te viene a la mente cuando escuchas la palabra familia ¿qué contestarías?

En lo personal cuando yo escucho la palabra familia pienso en mis padres, hermanos, cuñadas, sobrinos, como un todo. Como ese regalo que Dios me ha dado, pues es ahí en donde he crecido en lo humano y en lo espiritual. Y ahora desde hace siete años que comencé la formación sacerdotal, tengo una nueva familia espiritual: mis hermanos seminaristas y padres formadores con los cuales comparto el día a día de nuestra vocación.
Nosotros como cristianos tenemos un modelo de familia de la cual podemos aprender de sus valores e imitar en sus virtudes, me refiero a la Sagrada Familia integrada por Jesús, José y María.

De las primeras imágenes que tengo en mi memoria de la Sagrada Familia, es cuando de niño, mis papás me llevaban junto con mis hermanos a rezarle al niño Dios en la Navidad, y me llamaba la atención las figuras de cerámica de José y María por su tamaño, considerablemente grande y que contrastaba con la pequeñez del niño Dios (Jesús). A mi parecer esos padres de cerámica, por su tamaño grande e imponente, eran capaces de cuidar y proteger a ese recién nacido. Esos pensamientos infantiles no estaban muy distantes de la realidad, pues en los evangelios se narra cómo José protege a Jesús, huyendo a Egipto junto con María para librar al niño de la muerte a manos de Herodes (cfr. Mt 2, 3-15).

En la actualidad es preocupante la baja el número de cristianos que optan por unir sus vidas a través del sacramento del matrimonio. Tal vez exista un temor al compromiso a largo tiempo o es probable que hayamos sido testigos del fracaso de algunos matrimonios. Como Iglesia, necesitamos alentar a los jóvenes a que unan sus vidas mediante el sacramento del matrimonio, que su unión forme familias santas y sagradas como la familia de Nazaret.

Todos necesitamos de una familia, de su cobijo, de su amor, pidamos a Dios por intercesión de la Sagrada Familia, que libre a las nuestras del descalabro moral y humano. Y que como Iglesia, podamos ofrecer espacios de acompañamiento y asesoramiento sobre cuestiones relacionadas con el crecimiento del amor y la superación de los conflictos. (cfr. Amoris Laetitia cap. 2)

Miguel Ángel Colchado
2do. de Teología
Revista San Teófimo No. 142