24 Oct 2019

HELLO! 1

No hay nadie que no quiera ser feliz, de hecho, todo lo que hacemos es con el fin de obtener la felicidad. El deseo de ser felices es algo natural en todos los seres humanos.

El ser humano siempre busca la obtención de bienes para satisfacerse, y los hay de toda clase. Podemos distinguir una escala de bienes: desde los más efímeros y básicos como el placer (alimento, descanso, placer sexual, ocio, etc.) el tener (posesiones materiales, empleo, salud, vivienda, etc.) y el poder (estima, reconocimiento, éxito, autoridad, etc) que son deseos instintivos de todo ser humano. Los buscamos en todo momento. Pero parece que no nos bastan ellos para sentirnos felices, pues estos bienes pueden estar ausentes. Podemos tenerlos, pero se nos escapan, un día nos sentimos bien (con placer) y al siguiente, nos sentimos mal; podemos poseer cosas materiales pero también perderlas; podemos ser reconocidos y aplaudidos, pero en el instante siguiente podemos ser humillados. Esto nos lleva a pensar que debemos ir tras otra clase de bienes más profundos y que le dan más sentido a la existencia.

El segundo escalón serían los bienes referentes a la realización de la persona, que pueden verse expresados en diferentes ámbitos. Por ejemplo, en los bienes conocidos como familia, amigos, afecto, intimidad, en los cuales una persona puede compartir su vida con personas de manera especial y única. Descubrimos que este bien es superior a los bienes primeros. Están también aquí, los bienes concernientes a la autorrealización. El ser humano busca su perfección propia, por eso busca superarse, llevar una vida de acuerdo a sus ideales morales, intelectuales y sociales. La búsqueda del ideal de sí mismo suele ser a veces frustrante, sobre todo cuando descubrimos que no siempre somos capaces de lo que soñamos. La paz del corazón nos es arrebatada cuando perdemos a un ser querido o cuando lo que hemos construido a lo largo de nuestra vida se ve destruido.

Es aquí donde descubrimos la cruda realidad de que encontrar la felicidad perfecta, parece ser sólo un utopía. Puede ser una postura bastante pesimista, pero es evidente que los bienes que tenemos, y en los cuales nos sentimos seguros y en paz, puede sernos arrebatados, podemos perderlos. Desde un bien material o un placer, hasta la persona que más amo. Podemos llegar a perder el sentido del ¿Qué hago aquí?, ¿Cuál es el objetivo de todo esto? ¿Para qué existo?

El Catecismo de la Iglesia Católica dice que el deseo de felicidad es “de origen divino: Dios lo ha puesto en el corazón del hombre a fin de atraerlo hacia Él, el único que lo puede satisfacer.” (CIC 1718) Existen muchos bienes, pero el Bien, el más excelso bien y el que le da más sentido a nuestro ser y que hacer en la vida, es Dios, autor de todos los demás bienes. Ya lo expresaba san Agustín acertadamente: “Nos creaste Señor, para ti, e inquieto está nuestro corazón hasta que descanse en ti.” (Confesiones I, 1). Este estar inquieto del que habla san Agustín, es un estado de búsqueda, pero una búsqueda acompañada de aflicción e incertidumbre. Es la falta de paz en el corazón, la falta de descanso. Si el descanso lo encontraremos hasta que estemos en Dios, podemos concluir que sólo en la vida eterna podremos poseer la felicidad perfecta. El estado de inquietud también puede sentirse reflejado en el querer ya gozar de la presencia total de Dios, demostrado por muchos santos. Santa Teresa de Jesús exclamaba: “Vivo sin vivir en mí y tan alta vida espero, que muero porque no muero.”

Ahora bien, no podemos simplemente sentarnos a esperar que llegue el día de nuestra muerte, para ser felices. La felicidad es algo que exige al ser humano esforzarse y actuar desde ahora, desde hoy. Sabemos que podemos buscar a Dios desde ahora, y encontrarlo en la oración, en los sacramentos, en la creación y en los hermanos, en especial en los más necesitados de nuestra amorosa ayuda. Es por eso que nuestra inquietud no puede reflejar sólo tristeza y aflicción.

Quien se ha encontrado con Jesús es una persona que contempla la vida de una manera muy diferente. A pesar de que no podemos ignorar que tenemos sufrimientos y pesares, quien se siente amado por Dios refleja siempre la alegría fundada en la esperanza de que podemos ser felices no sólo en la vida eterna, sino desde ahora. Es el Emmanuel, el que está con nosotros todos los días hasta el fin del mundo (Mt 28, 19). Es un Dios vivo que camina con nosotros, y si Él vive eso es garantía de que podemos ser felices, podemos encontrar descanso en Él. Podemos saber que nuestros cansancios y sufrimientos servirán de algo. “Entonces podemos abandonar los lamentos y mirar para adelante, porque con Él siempre se puede. Esa es la seguridad que tenemos. Jesús es el eterno viviente.” (Christus Vivit n. 127)

El seguidor de Cristo debe saber que Jesús vino al mundo no para erradicar el dolor, sino para darle sentido y llenarlo con su presencia. En consecuencia vive la alegría del Evangelio, esa Buena Noticia: Dios nos ama y nos ha dado a su Hijo para salvación nuestra. Esta Noticia llena el corazón y la vida entera de los que se han encontrado con Jesús. Quienes se dejan salvar y amar por Él, son liberados del pecado, de la tristeza, del vacío interior, del aislamiento. Con Jesucristo siempre nace y renace la alegría. (Cfr. Evangelii Gaudium n.1)

Ismael de la Torre Acosta
1ero. de Teología