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HELLO! 1
Por: Jesús Pablo Saldívar Castillón, seminarista (Primero de Teología)
La fiesta de Pentecostés es, desde tiempos de Jesús, una de las tres celebraciones religiosas principales (Ex 23,14ss) de los que creen en Yahvé como único Dios y salvador. En un principio era la llamada fiesta de las primicias, de las semanas, o bien pentecostés, en la que los judíos subían a Jerusalén a agradecer a Dios por el final de la cosecha de trigo, y más tarde se le añadió el recuerdo de la promulgación de la Ley en el Sinaí, es decir, la alianza de Dios con su pueblo. Luego los primeros cristianos redimensionaron esta fiesta con la venida del Espíritu Santo sobre los apóstoles y María, que es lo que actualmente, celebramos.
Pero no se trata solo de la venida del Paráclito que Jesús había prometido, hay un elemento verdaderamente cristiano que pasa a veces desapercibido, pero que sin él, los seguidores del camino, la verdad y la vida no seriamos los mismos: el valor de la comunidad.
Este elemento no es para nada nuevo, ni netamente cristiano, pero sí le es fundamental. Las fiestas son para reunirse como comunidad y recordar, en este caso, la providencia de Dios, su paso por nuestra vida, y de manera concreta celebrar alegremente todo lo que Dios hace día con día en nuestro vivir. Los judíos así lo celebraban, reuniéndose en Jerusalén, para que de este modo, todos juntos como el pueblo elegido de Dios, alabaran al único Dios verdadero que jamás los ha abandonado.
El texto de los Hechos de los Apóstoles hace hincapié precisamente en eso, pues comienza diciendo “al llegar el día de Pentecostés, estaban todos reunidos”. Esa es parte de la esencia del cristianismo, estar reunidos. Para los primeros cristianos el aspecto comunitario era de gran valor, pues también dice el libro de los Hechos, que los cristianos se mantenían constantes en la comunión y tenían precisamente todo en común (Cfr. Hech 2,42ss).
Nosotros los cristianos del siglo XXI, seguimos, de acuerdo a la tradición apostólica, celebrando ese signo de unidad, porque eso significa ser Iglesia: estar reunidos como asamblea de Dios. Incluso, desde el origen de la palabra, ya nos hace referencia a ello, pues Iglesia viene del griego ekklesía que significa “llamar de afuera”, y remite al kahal hebreo que es la congregación del Pueblo de Dios, señalando, a los que se integran y componen el grupo de personas, que, como dice en Hechos, se reúnen con un mismo objetivo: estar con Dios.
En el Seminario, este elemento de la comunidad es crucial para la formación. Los seminaristas vivimos en comunidad: todos los días estudiamos, comemos, jugamos, descansamos, siempre juntos; y Pentecostés no es la excepción. Este año nos reunimos todos los seminaristas en la casa del Seminario Menor para celebrar el envío del Espíritu Santo, que nos ha hecho experimentar el llamado de Dios. Así al presentar la tradicional obra de teatro, nos sirve de pretexto para la convivencia y fraternidad comunitaria. Somos el nuevo kahal de Dios.
Vivamos pues esta fiesta comunitaria, donde celebramos el nacimiento de la Iglesia, precisamente como eso: un solo pueblo alegre, y así se cumplirá lo que dice Jesús: “para que sean uno como nosotros somos uno” (Jn 17,22).