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HELLO! 1
Muy apreciados seminaristas:
Me dirijo a ustedes con motivo de la elección de un servidor, como obispo auxiliar de esta Arquidiócesis de Monterrey. Con gusto lo hago, hoy que celebramos a San Teófimo Mártir para presentarles mi estandarte episcopal, en el que espero proyectar en los signos que he querido incluir, un testimonio vocacional.
He elegido un estandarte como emblema episcopal en lugar de un escudo, pues me gusta más la idea de “alzar un estandarte”, como la conocida imagen de Pascua en la que vemos a Jesús alzando el estandarte pascual como signo de su victoria sobre la muerte.
Por ello, en el estandarte de tela ligera y no de acero pesado, colgado de una cruz larga y delgada, quiere proyectar mis sueños e ideales por los que deseo luchar en este ministerio episcopal. No pienso en un proyecto personal, pues éste, será el que mi Arzobispo me indique, pienso en algunos aspectos de mi vida de fe y vocación, que creo que son carismas que el Señor me ha regalado para el servicio de la misión y que, en fidelidad a lo que se me encomiende realizar, lo haré, como es natural desde lo que soy, o, mejor dicho, desde lo que Jesús ha hecho en mi vida y vocación. El estandarte en este sentido quiere reflejar y ser un testimonio de mi fe en Cristo y mi vocación sacerdotal.
Lo primero a explicar es que la cruz lleva un manto-estola, que es el manto del resucitado y está colocado como una estola sacerdotal. Creo que el sacerdocio bautismal mediante el cual participo de la vida nueva en Cristo, está estrechamente ligado y da sentido al sacerdocio ministerial, al que fui llamado, por eso uno en un mismo signo el signo de la pascua y el del sacerdocio.
Lo que sella y une la cruz y el manto-estola, es el cáliz y la T de San Teófimo Mártir, patrono de nuestro Seminario. Creo que el sacerdocio bautismal y ministerial, vivido «en espíritu y en verdad», tiene como máxima aspiración e inspiración, la entrega de la vida en ofrenda a Dios y al pueblo de Dios, ofrenda unida al testimonio de una vida con sabor a evangelio, al estilo de Jesús. Pero también, con el testimonio profético de la Palabra que no esconde la verdad, sino que la proclama desde las azoteas (cfr. Mt 10,27), aunque este ser testigo de la verdad (cfr. Jn 18,37) lleve consigo la persecución e incluso la muerte.
En esta misma sintonía del deseo de un ministerio que sea un auténtico testimonio profético, dentro del manto, he querido incluir en la parte inferior, el libro de la Sagrada Escritura y en la parte superior al Espíritu Santo, que la ha inspirado y que ungió el ministerio de Jesús y lo envío a las periferias a comunicar la Buena Nueva.
La Biblia ubicada “abajo” significa la encarnación e inculturación, ya que Aquel que es la Palabra, el Verbo de Dios, como una semilla; se encarna en la realidad del pueblo y se comunica desde la cultura, lenguaje, símbolos y realidad de la gente.
Del lado derecho, también en la parte inferior del estandarte, podemos ver unas casitas de madera y carrizo, y a la izquierda, edificios y casas de material como las que vemos (aunque algunos no las quieran ver) en los barrios de las periferias de nuestra gran ciudad. El campo y la ciudad se unen en la nueva realidad de Monterrey, realidad que me ha tocado conocer en las últimas tres parroquias y misiones parroquiales en las que he servido.
Mucha gente que viene a Monterrey de los estados del sur, de comunidades rurales (como las de la parroquia de Chiapas donde serví cuatro años), está re-configurando la realidad de nuestra Arquidiócesis, tanto por la riqueza de su religiosidad, como por sus sufrimientos que viven al ser explotados en lugares de trabajo con un esclavismo moderno (horarios en turnos sin vida familiar, bajos sueldos, pocas prestaciones, largas horas de traslado, etc.).
Al poner sus “casitas rurales” y “barrios urbanos” en el estandarte, quiero poner a la vista esa realidad a la que el Señor me envía a evangelizar. Además, mi lucha como sacerdote ha sido y deseo que siga siendo, contra la simonía (lucro con los sacramentos) y la burocracia (exceso de trámites imposibles de cumplir). Creo que mucha gente se aleja por esas trabas que muchas veces se ponen. En el proyecto de Jesús, el Reino, los últimos pasan a ocupar los primeros lugares y pido a Dios sabiduría, prudencia y valentía, para que, en mi ministerio episcopal, ellos también ocupen esos primeros lugares y nuestra Iglesia sea, cada día más, un lugar de inclusión y acogida de los más alejados y marginados.
De las casitas sale un camino que conduce a la “U” del Cerro de la Silla, símbolo de nuestra gran ciudad. El camino, por supuesto significa el seguimiento de Jesús, como clave y criterio de vida, pero también su ascenso al cerro, hacia el cielo. Me recuerda la escala de Jacob y la promesa hecha por Jesús a sus apóstoles: “Verán los cielos abiertos, y al Hijo del Hombre subir y bajar rodeado de sus ángeles” (Jn 1). Esos textos bíblicos e imágenes, en el Cerro de la Silla, evocan a mi primer llamado y encuentro con Jesús resucitado en mi parroquia de origen, ubicada al pie del Cerro. Allí, en mi colonia, en la esquina donde antes de mi conversión me juntaba, allí, evangelizando en esas calles y desde mi encomienda como coordinador del grupo juvenil, fui testigo de la presencia de Jesús resucitado actuando, rodeado de sus ángeles y ayudado de muchos jóvenes antes alejados, en la evangelización de la parroquia.
Al poner arriba al Espíritu Santo, quiero recordarme a mí mismo, que no hay evangelización posible sin Él y así, al verlo; invocarlo, pues deseo de todo corazón, que mi ministerio al servicio del pueblo de Dios, sea un ministerio ungido, que como los primeros misioneros, me llene de su fuerza y me acompañe con su poder para que la obra de construir una Iglesia bonita y sencilla, semilla del Reino, con la que sueño, no confíe en mis pocas fuerzas y habilidades, sino en su poder y gracia.
Con el lema en latín “Spiritu et veritate evangelizare” (Evangelizar en espíritu y en verdad (Jn 4,23), deseo servir a Dios y al pueblo de Dios, con libertad de espíritu y sinceridad, según he explicado antes, teniendo la evangelización como principal tarea, ya que ésta, es la que distingue a un apóstol en el Nuevo Testamento, como misionero itinerante, ministro de la Palabra, convencido de esta verdad: «Ay de mi si no anuncio el evangelio» (1 Cor 9,16), sobre el que se fundamenta todas las cosas sobre roca.
El color blanco que predomina en el estandarte, al mismo tiempo que es el color de la Pascua, significa el deseo de ser un bienaventurado, con un corazón limpio. El verde significa esperanza y al mismo tiempo el tiempo ordinario de la liturgia, pues deseo que, como Jesús vivió su ministerio en lo ordinario de la vida, así, el trabajo ordinario que un servidor lleve a cabo, pueda estar orientado a las personas concretas que en el día a día, en lo ordinario, trabajan con esperanza por su familia y muchos también, trabajan gratuitamente como servidores en las parroquias y movimientos de nuestra Arquidiócesis. Ellos, el pueblo de Dios, han sido, en lo senillo y ordinario de sus vidas, un ejemplo y un testimonio que me ha sostenido, motivado y que mantiene mi esperanza en que es posible que el Reino de Dios, irrumpa ya en la historia, en nuestra historia personal, eclesial y social.
Agradezco a todos ustedes, hermanos seminaristas y formadores, familiares, trabajadores y maestros, por todo el cariño y fraternidad que me han manifestado en estos más de siete años que he servido como formador de este Seminario. Me encomiendo a sus oraciones y espero seguir sirviéndoles.
En verdad, estos años, sin merecerlo, han sido una bendición y una preparación, ustedes me han ayudado a formarme como pastor. Pido perdón por mis fallas, limitaciones y por no haberme entregado como desearía, pero se que el amor fraterno que ha nacido en este tiempo seguirá creciendo y fortaleciéndose.
Dios les bendiga y oren por un servidor para que sea fiel.
Mons. Juan Carlos Arcq Guzmán
Obispo auxiliar
Arquidiócesis de Monterrey