04 Nov 2019

HELLO! 1

Hablar de «mártires» o «martirio» en la Sagrada Escritura puede a simple vista resultar algo extraño o ajeno a su historia y contenido, y cuándo escuchamos esos términos, estamos acostumbrados a pensar en la “época cristiana”, concretamente en las grandes persecuciones de los siglos III-IV de nuestra era. Lo primero que viene a nuestra mente es la confesión de la fe cristiana que llevó a hombres y mujeres a derramar su sangre, antes que renegar de Jesús, como el Señor de sus vidas.

Sin embargo, en la Sagrada Escritura encontramos una evidencia en el segundo libro de los Macabeos, donde vemos al anciano Eleazar y a siete hermanos (cf. 2Mac 6,18-7,42) confesar su fe bajo riesgo de su vida. Tanto el anciano como el joven declaran: «abandono valientemente mi vida, dejo un ejemplo a los jóvenes al morir generosamente con ánimo y nobleza por las leyes venerables y santas… Entrego mi cuerpo y mi vida por las leyes de mis padres invocando a Dios para que pronto se muestre propicio con nuestra nación, y que tú con pruebas y azotes llegues a confesar que él es el único Dios» (cf. 2Mc 6,27-28; 7,37).

En el ejemplo y las palabras de estos hebreos – del s. II a.C. – encontramos la esencia de lo que en época cristiana será la esencia del martirio: una confesión de fe sin temor a la muerte, en la disposición perder la vida antes que renegar la fe. Incluso en el detalle de los «alimentos prohibidos» – propuestos al anciano Eleazar como signo externo de abandono de la fe – encontramos lo que será la esencia de la crisis de las siete comunidades cristianas de Asia, presionadas a tomar el «alimento idolátrico» del Imperio (cf. Ap 2,20). Sabemos a donde llevará el rechazo de dicho alimento: «ellos vencieron gracias a la sangre del Cordero y a la palabra del testimonio (martyria) que dieron, porque despreciaron su vida ante la muerte» (cf. 12,11); la victoria de los discípulos de frente a la comida idolátrica del dios imperio se alcanza con la propia vida. Así – tanto en Macabeos como en Apocalipsis – podemos constatar que en la Escritura el «martirio-mártir» tiene que ver con la fidelidad, la vida entregada, la sangre derramada, no son sino una expresión de una fidelidad radical, de un orden de valores que pone a Dios a la cabeza de las diversas opciones y realidades vitales, y que ordena la vida hacia Él, rechazando todo lo pueda apartarlo de Él.

Lo anterior vale tanto para el Primero (AT), como para el Segundo Testamento (NT), sin embargo cabe hacer una distinción, subrayar una novedad que está implícita en el texto del Apocalipsis y que define la “nueva esencia” del martirio cristiano: «ellos le vencieron en virtud de la sangre del Cordero» (cf. 12,11).

Los mártires cristianos no son “faquires” o “estoicos” que tienen resistencia al dolor físico, al grado de no temer a enfrentar una muerte violenta. No es dicha capacidad lo que constituye el martirio cristiano de acuerdo al Nuevo Testamento. Si fuera así, el martirio sería la exaltación de una resistencia humana frente al dolor o sufrimiento. Y esto no sería cristiano.

El himno del Apocalipsis declara que la victoria de los mártires es la victoria de Cristo, vencer en virtud de la sangre del Cordero, es afirmar que los mártires cristianos participan de la victoria de Cristo, que ser «mártir» no es un “título personal’, sino una vinculación con «Cristo mártir». Véase que se habla de la sangre del Cordero, que no es otra cosa sino una referencia a la Cruz de Cristo.

¿Qué significa esto y cómo ilumina el martirio?
El martirio ya una realidad presente en Israel en época pre-cristiana. Vencer en virtud de la sangre derramada de Cristo, es una forma de señalar que los mártires cristianos encontraban en el amor redentor de Cristo – un amor que lo llevó hasta el don de su vida en la Cruz – su fuerza e inspiración.

El martirio que enfrentaron fue su forma de responder al amor de Aquel que los había amado primero, de Aquel que los había amado hasta el final.

Pbro. Carlos Alberto Santos García

28 Sep 2018

HELLO! 1

Esta semana el Seminario Arquidiocesano de Monterrey tuvo un espacio para la meditación y la vivencia de las Sagradas Escrituras, con motivo de la fiesta de san Jerónimo (347-420 d.C.) a quien en Occidente celebramos el 30 de septiembre.

Éste gran santo fue el que dedicó su vida a la traducción de la Biblia del griego y el hebreo al latín. Por este motivo el mes de septiembre es conocido como el mes de la Biblia.

Durante estos días, algunos sacerdotes especialistas en Sagradas Escrituras, fueron invitados a compartir sus conocimientos con nuestra comunidad, pues sus aportaciones y reflexiones son para nosotros de mucha ayuda para comprender y profundizar más, en la Palabra revelada por Dios.

La Iglesia siempre ha reconocido la presencia viva del Señor en dos partes; en su Cuerpo y Sangre y en su Palabra, en ambas encontramos alimento espiritual, alimento que no se acaba ni se corrompe. Es tarea de todos los cristianos hacer que este alimento llegue a aquellos que no lo conocen, para todos los que tienen hambre y sed de Dios.

Es importante que le demos un lugar primordial a la Palabra de Dios, no solo en el ámbito litúrgico-celebrativo; sino en nuestra vida diaria, en nuestros ministerios de apostolado. La Palabra y la Eucaristía deben ser el centro de nuestra fe de donde emane la fuerza y la gracia, para seguir propagando el Reino de los Cielos.

Análogamente, la Palabra de Dios es como una lámpara que ilumina las tinieblas del pecado, es guía que nos conduce hacia la el Camino, la Verdad y la Vida. La Palabra revelada por el Padre en su Hijo y los Profetas, nos interpela y nos comunica su mensaje de amor, que sana y salva a todo aquel que lo escucha y lo vive.

Finalmente los invito a que, no veamos la Sagrada Biblia como un artículo que adorna la sala de nuestra casa; sino que durante nuestro día, tomemos un tiempo para leerla y meditarla. Que la Sagrada Escritura sea el centro de nuestra familia, que nos alimente, nos ilumine y nos guíe, para alimentar, iluminar y guiar a nuestros hermanos.

Héctor Elías Morales Montes
Seminarista de 1o. de Teología.