- BY Seminario de Monterrey
- POSTED IN Blog
- WITH 0 COMMENTS
- PERMALINK
- STANDARD POST TYPE

Acerquémonos, por tanto, confiadamente al trono de gracia, a fin de alcanzar misericordia (Heb 4, 16)
En medio de sus apasionados debates y regaños, el llamado “doctor melifluo” me sorprende por la claridad de visión sobre la gracia, escribe:
Antes de que apareciese la humanidad de nuestro Salvador, su bondad se hallaba también oculta, aunque ésta ya existía, pues la misericordia del Señor es eterna.
Pero de lo que se trata ahora no es de la promesa de la paz, sino de su envío; no de la dilatación de su entrega, sino de su realidad; no es anuncio profético, sino presencia. Es como si Dios hubiera vaciado sobre la tierra un saco lleno de su misericordia.
La misericordia de nuestro Dios es Jesús mismo. En Él, entendemos el amor de un padre que, como lo describe Lucas, está siempre por nosotros. Dispuestos a vernos crecer, siendo consciente de que tomaremos distancia para madurar y encontrar senderos que parezcan más apetitosos…, las parábolas de la misericordia en ese evangelio no nos dicen cómo o qué, nos recuerdan la alegría _siempre símbolo del Espíritu en Lucas_, de tener a alguien como Jesucristo de nuestra parte.
Por lo mismo, María, la hermana de Marta, es capaz de retar las expectativas de la gente de su época y como mujer bravía, retadora, se sienta a escuchar a Jesús. El amor de misericordia no es, ni para ella ni para nosotros, un sentimiento endulzado que se compadece de una humanidad empequeñecida o pecadora. La misericordia de Dios fue mostrarse rebelde, apasionado por la causa de la humanidad. Inserto en la historia, en Jesús se descubre una visión novedosa y peligrosa, la de la lógica del servicio. Si en la Eucaristía de Marcos nos topamos con la urgente llamada a “ser cuerpo”, en la escena de la Última Cena de Lucas, nos enamora encontrarnos con el pionero de la auténtica lucha por la humanidad. “Haga esto en recuerdo mío” es una invitación a vivir como Jesús, con la conciencia de ser del Padre. Hagan esto, no puede reducirse a devociones que quieran robarle a Dios favores; ni siquiera con corazones ardientes y agradecidos.
En Jesús, la misericordia obtuvo nombre y apellido; se vuelve concreta y opta no por el orden ‘justo’ y exitoso desde el ángulo humano. La misericordia encarnada suda y sangra para ser congruente con el plan de salud que llamamos Reino. Cuando, en tantas ocasiones, nos sentimos seducidos a pedir al Señor su misericordia, no seamos “como los gentiles”…, su amor está dado, con la concreción y con el doloroso sendero que conduce al servicio _casi esclavo_, hacia los demás…
REFLEXIONA:
1. ¿Me entiendo _no “me siento”, recordemos que los sentimientos están todavía en un nivel un tanto inmaduro_, receptor de ese amor de Dios en Jesús?
2. ¿Mis acciones son las de quien se sabe incondicionalmente amado?, ¿mi pecado me duele a mí antes que a nadie?, ¿el amor de Dios lo veo reflejado en la lógica del Reino?
3. ¿Trato a los demás como el padre amoroso o como el hermano envidioso?, ¿me molesta que los demás “no entiendan”, “no vivan” bajo mis ideales de santidad?