Retornos

CHE - Isaac Argüello Cepeda

Por: Isaac Argüello Cepeda, Curso Especial

Es el año de la misericordia, se dijo así mismo y luego se tiró un balazo en el cráneo. La bala siguió una línea perfectamente recta: entró por la parte frontal, recorrió toda la masa grisácea, salió por la parte superior de la nuca, dejó dos diminutos huecos por los cuales escurría un líquido rojo muy vivo. Su cuerpo cayó al suelo, permaneció inmóvil ya para siempre. Todo a su rededor podría calificarse como un mugrero, no cualquiera se atrevería a pasar trapeador por aquel sitio, sin embargo esa pregunta o bien su respuesta carece de importancia en este momento, al final siempre alguien lo hace, para la humanidad es de suma importancia limpiar y borrar los signos de muerte, sobre todo si estos son productos de alguien de su misma especie… cobra mayor relevancia si esta misma humanidad es la causa del fallecimiento… no recuerdo qué antropólogo afirmó que de tal manera había iniciado el sentimiento religioso, cuando en el hombre primitivo nació el interés de enterrar a sus muertos, taparlos con tierra, adornarlos, prepararlos para otra vida y brindar a este acto un carácter ceremonial, es decir procurarlos en la memoria, la gran memoria es la otra vida. Una vida mejor, tiene que ser mejor, si la invención de trascendencia es imaginativa porqué no hacerlo con la esperanza de cierto alivio.

Cierto alivio, eso pensó cuando a escondidas se metió al cuarto de sus padres, sabía dónde estaba el arma, el resto ya lo conté, recordó y reafirmó que es el año de la misericordia, después se disparó. Al colocarse el cañón frío no tuvo miedo alguno, tenía la certeza del alivio, esa idea lo movía a enfrentarse a cualquier cosa, y así, de manera sencilla, jaló el gatillo, tardó solamente algunos diez o quince segundos desde que se apuntó hasta que cayó al suelo, tres horas después lo encontraría su madre, la cual, de manera histérica comenzó a dar gritos desesperantes y desesperanzados, aullaba desgarrando el silencio, lagrimeaba destrozando sus pupilas, no comprendía para nada la sensación última con la que su pequeño se había despedido, ella sólo vivía su dolor, no fue capaz de percibir la breve sonrisa dibujada en el rostro del pequeño… encontró alivio, esto supone un malestar, ella ignoraba ese malestar: el hombre es el lobo del hombre, dice un filósofo de la ilustración, en esta lógica nuestro niño resulta ser la auténtica oveja, es decir la que día con día era maltratada, arrebatada y devorada, por sus compañeros, por las autoridades que suponen velaban su porvenir, por las entrañas que lo engendraron, a final de cuentas por el mundo entero que le daba morada, tantas veces lloró preguntándose por qué a él, enfadado reclamaba su condición de víctima… no me parece prudente narrar los acontecimientos por los cuales sufrió, al describirlos caería en la morbosidad, además usted los conoce, ha leído de ellos, se encuentran presentes como un mal oculto bajo el tapete o un chicle pegado debajo de una silla. Humillación y denigración en el aula- cuarto de tortura social, acoso y perversión por otro lado, incomprensión por la centralidad, por el vínculo más profundo que un niño de once años puede tener. Por qué a él, no sabría responderle, tampoco sabría por qué a alguien más, a otro, a cualquiera. Es más, no logro comprender la razón de que el mundo haya llegado a ser esto, el hombre es el lobo del hombre se dijo en el siglo XVII, trescientos años más tarde, en un documental sobre el narcotráfico en México, uno de los capos afirma lo siguiente: “esto no se va a detener, apenas está comenzando”, refiriéndose a la violencia. A su corta edad él entendía todo lo anterior, aún más, comprendía la urgente necesidad da dar un alto, al sufrimiento propio como al de la humanidad entera; cuando se disparó, justo antes que los sesos salieran volando, un ideal global se construía, no sólo era beneficio propio, se trataba de un sacrificio, una manera de acumular el sufrimiento absoluto y arrojarlo junto al mugrero que dejaría en el suelo, en el mundo, en el cuarto de sus padres. Así su alma pura regresaría a ese alivio, a la casa del padre, a los brazos amorosos que ignoraba cuando, banalmente decimos que vivía, ahora es que en verdad vive… según él. Porque es el año de la misericordia, de acuerdo a la parábola que tanto se repite por el jubileo, al progenitor no le importó la inmundicia en la cual el prodigo regresaba, su olor a puerco, la concupiscencia vivida, el fango en su ropa. A final de cuentas el pecado salió sobrando, cuando lo vio de regreso sólo le importó, esa acción: el retorno.

Ahora él retornaba de la misma manera, esperando la ansiada misericordia, la cual sólo puede presentarse cuando aquel que la otorga se quiebra al realizarla, se desgarra un trozo de sí mismo, de otra manera no es posible hablar de ella. Qué tan grande debió ser el pecado de Adán para que el Dios incorruptible no se haya doblado, permaneciendo firme a la decisión devastadora para los hombres, pero ahora con el Cristo, ese mismo Dios se vuelve a lo corruptible, es quebrado, maltratado y usted conoce mejor que yo la historia, son tan nobles los clavos de sus manos, porque de tal manera nos dice que no es inquebrantable. Entonces no verá los huecos de la bala, no verá el mugrero, no verá el pecado cometido, el acto suicida, cuando el pequeño retorne, se encuentre con el padre a este sólo le interesará el sacrificio realizado, la necesidad amorosa que requiere o requirió… me gustaría imaginar que junto con él lleva la última publicación que escribió en su muro, antes de entrar al cuarto, sacar el arma y dispararse… es el año de la misericordia, no me arrepiento de lo que haré… dice la hoja.        

Ahora bien, yo no sé nada de estos asuntos escatológicos, no los comprendo bajo la iluminación de la fe. Es algo que me falta, un don que no he recibido; para mí está mal darse un tiro, para mí esto no es un ejemplo honorífico. Supongo para usted también está mal y es pecado… pero ahí está su madre que no ha parado de llorar y se pregunta por el alma de su hijo –cuando al parecer no le importó el malestar en el que vivía y lo orilló a esto – que confiado en la misericordia del padre retorno a él. Qué le va a responder padrecito, qué se le puede decir en estos casos, de qué manera puede usted quebrarse ante sus conocimientos morales y litúrgicos para ubicarle la situación salvífica de su hijo, o bien su condena.

Porque si ese niño reconoció la misericordia trascendental, existente en los cielos, a mí me vale un bledo, yo creo en el ahora, en el aquí es donde debe vivirse, aplicarse esa dichosa misericordia… pero usted es el indicado para ello, su iglesia es la que propició estos dilemas. Así que bien, qué le va a decir…

El sacerdote, que había escuchado atento todo lo anterior, tragó saliva, miró a la madre y con voz certera le dijo lo siguiente…

  

 

Trabajador de Nazaret

F3 - Juan Rogelio Ramírez Gaytán

Por: Juan Rogelio Ramírez Gaytán, 3º de Filosofía

Con tus manos trabajadoras
humilde hombre de Nazaret,
nos das ejemplo de que las obras
en Dios pueden florecer.

Padre y custodio sin igual,
compañero y esposo virginal,
tu amor siempre dispuesto a dar,
de Dios símbolo de eterna fidelidad.

Peregrino a Egipto por necesidad
a la Sagrada Familia te dignaste cuidar,
con trabajos y sudores en la adversidad
libraste sus vidas de todo mal.

Entre clavos, martillo y tablas
a Jesús niño, de Dios hablas,
le enseñas el oficio de carpintero
y a dar un corazón sincero.

“Florezca como un lirio
lo que con amor se construyó”,
lleno amor y misericordia,
el canto de tus labios se oyó.

Patrón de la Iglesia entera
a quien el cielo venera
con júbilo a ti cantamos
y la oración fraterna te damos.