03 Jun 2016

Este primer año que he terminado en el Seminario ha sido un verdadero regalo de Dios. Me llevo recuerdos de muchas experiencias que sin duda me han hecho crecer en diferentes aspectos de mi vida, experiencias que están llenas de emociones y sentimientos que realmente me llevaron al encuentro con Dios, conmigo mismo, y con muchas nuevas personas que hoy se han vuelto parte de mi vida.

Es difícil tratar de resumir todo esto en tan solo unas líneas, pero creo que lo más importante es que mis compañeros y yo pudimos sentir el amor de Dios en este proceso formativo y cómo éste nos ha ido transformando poco a poco en la medida en que hemos ido abriendo nuestros corazones.

Recuerdo que muchos me decían que “el Menor” era la mejor etapa del Seminario, y aunque aún no he tenido la experiencia del Seminario Mayor, hoy que voy terminando esta etapa puedo comprender por qué me decían eso. Fue un año que se pasó “volando”. Siento como si hubiera tomado mi decisión de entrar al Seminario hace apenas unas semanas y la realidad es que ya terminó el primero de diez años de formación.

Definitivamente ha sido un año de bendiciones que vinieron del Señor; de haber observado, aprendido, compartido, escuchado, conocido, enseñado, perdonando… pero sobretodo, de haber amado con misericordia.

¡Cómo no agradecer al Seminario tantas experiencias y aprendizajes! Y claro, a Dios por permitirme estar en donde hoy estoy, disfrutando con felicidad el poder abrazar esta vocación a la que hoy me siento llamado por Él mismo.

Escrito por: Homero Patricio Rico Villarreal, seminarista.
Curso Especial de Ciencias y Humanidades (CHE)
para periódico diocesano PASTORAL SIGLO XXI