• LA EVANGELIZACIÓN COMO COMPROMISO CRISTIANO.

Por: Hiram Benjamin Alonso Monciváis. (F1)

INTRODUCCIÓN

La evangelización es la principal tarea de la Iglesia de Cristo en el mundo. Dar a conocer que Jesús murió y resucitó es labor de todos los que han sido bautizados y algo así no debe ser tomado a la ligera, por eso deseo profundizar un poco en lo que respecta a este tema.

He de mencionar que este texto fue motivado por el capítulo 4 de la Evangelii Gaudium. En esa exhortación  apostólica se menciona la importancia de la evangelización Kerygmática, en especial preferencia por los pobres. Yo deseé abarcar el aspecto de la evangelización y el mandato misionero de una manera más amplia, como un compromiso de todos los cristianos.

Capítulo 1: El mandato misionero

Jesús es quien envía a los discípulos a predicar: “Id por todo el mundo y proclamad la Buena Nueva a toda la creación” (Mt 28, 19). Ellos, movidos por el Espíritu Santo, se dieron a la tarea de cumplirlo a costa de su propia vida. Este mensaje ha sido anunciado a todas las naciones. La finalidad por la que Jesús envía a predicar es la siguiente: “El fin último de la misión no es otro que hacer participar a los hombres en la comunión que existe entre el Padre y el Hijo  en su Espíritu de amor”(CEC. 850) Este mensaje debe ser predicado a todos sin importar la diversidad de culturas, conociendo que Jesús es el único Dios y Señor.

Capítulo 2: Compromiso y actitud evangelizadora

La acción evangelizadora debe estar profundamente encarnada en la vida del cristiano, cómo una actitud natural que surge de una manifestación de amor la cual es experimentada al participar de la relación hombre-Dios, pero que a su vez se proyecta en la interacción hombre-hombre.

Jesús presenta el modelo de seguimiento de la misión que Dios tiene para nosotros quienes decimos  creer y seguir al Cristo, de donde proviene la palabra cristianos. Es pues esa misión que debe ser aceptada con entrega, amor, fidelidad, entusiasmo y pasión, hasta dar la vida por cumplirla como lo hicieron los mártires.

Capítulo 3: Testimonio cristiano

No es posible una formación para la actitud misionera y evangelizadora si el cristiano no tiene la convicción firme de vivir su fe. Por ello el bautizado debe comprender que ha adquirido por medio del Espíritu una nueva identidad fuera de este mundo, cuya responsabilidad es la de fomentar en sí mismo un espíritu cristiano

CONCLUSIÓN

La misión del cristiano de la evangelización tiene repercusiones en la sociedad que la van transformando desde lo más profundo. Dirá el Papa Francisco “La evangelización también implica un camino de diálogo”, diálogo que se dará con los diferentes ámbitos de la vida social. Es necesario que los cristianos estemos dispuestos a enfrentar las dificultades que amenazan al mundo actual y dar nuestro testimonio de amor.

Descubrir el hermoso tesoro que tenemos por la fe es algo que no podemos callar, sino que tiene que resonar en la voz de todos los cristianos, logrando hacer conciencia no solamente sobre lo malo que hay en el mundo, sino también de la bondad que hay en él y así, hacer crecer el Cuerpo de Cristo, que es su Iglesia.

 

  • EL BIEN COMÚN.

Por: Luis Donaldo González Pacheco, Luis Humberto Saldívar Díaz y Marcos Daniel Belmares. (F2)

El Bien Común es necesario -y siempre lo ha sido-. Aunque es una de las tareas más complicadas de la actualidad, por el tipo de vida que vivimos, por ejemplo la cultura del dinero o la conocida y demandada en la Evangelii Gaudium “cultura del descarte, una problemática altamente tangible, y que como ironía se vive en la era de las comunicaciones, donde basta un botón para unir palabras, y unos centavos para destruir familias.

Los problemas que hoy vivimos, creemos, se deben a una auténtica falta de interés por los que conformamos las sociedades -ya que no nos atrevemos a nombrarlas como comunidades, porque ahora sabemos que éstas abarcan más allá de algo laboral o estructurado, llega a comprender hasta los sentimientos-, ya que el egoísmo está a la orden del día, y por diversos motivos estamos expuestos a caer en él. El hombre de hoy, enfrenta con mayor facilidad los 3 problemas, que nunca han dejado de existir, que destruyen las sociedades: el poder, el placer y el tener. Donde la raíz más profunda es el egoísmo.

A la comunidad “perfecta” se llega combatiendo el egoísmo con un alto sentido de responsabilidad, que hace que la familia, la escuela y los grupos sociales pequeños o grandes, se preocupen por el “otro” como lo harían de sí mismos. La responsabilidad de la que hablamos se podría  se debe desenvolver como responsabilidad comunitaria, de la cual todos aceptamos y participamos. Ésta misma es una de las mejores oportunidades para para que los valores se encarnen en las personas, y se vuelvan hábitos.

Aprendiendo responsablemente a darle el lugar que merece a cada individuo, grupo social o comunidad, daremos un paso “agigantado” para convertir una sociedad egoísta en una que busque el Bien común, para el desarrollo de una comunidad.

Después de este recorrido de definiciones, pensamientos y reflexiones, y retomando los tres momentos de trabajo previo al bien común que citamos en la introducción, concluimos que el bien común es el ejercicio de la preocupación porque todos los que comprenden una comunidad estén bien. Esto no es –aunque parece- una visión idealista. Para que se logre el bien común se necesita convertir la sociedad para que todos pongan de su parte, desde el gobierno hasta los jefes de familia. Ya que el bien común empieza en casa -la comunidad por excelencia-, para que de allí salga, inunde y renueve la sociedad con un ambiente de bienestar para todos,  fundamentado en el respeto y la responsabilidad por los que me rodean. La consecuencia de vivir así será que seamos una agrupación perfecta y feliz, en paz. Puesta de acuerdo para vivir juntos y bien, los unos con los otros.

 

  • LA ENFERMEDAD COMO UNA CIRCUNSTANCIA QUE INFLUYE EN EL HOMBRE PARA ENTENDER EL SENTIDO DE LA VIDA HUMANA, DESDE EL PENSAMIENTO DE ORTEGA Y GASSET.

Por: José Luis Morán Becerra. (F3)

Desde la antigüedad hasta nuestros días, el hombre ha buscado constantemente dar razón, tanto en los campos de la medicina, la ciencia y la filosofía, a uno de los hechos considerado como universal en la historia de la humanidad: la enfermedad.

Sin duda alguna, el tema de la enfermedad es uno de los temas que constantemente se ha mencionado en la materia de Ética, sobre todo, por la crisis que se produce no sólo en el sujeto que vive tal experiencia, sino también en aquellos que se encuentran en torno a él.

Aunque el hecho de dar razón, o mejor dicho, dar una explicación de este fenómeno que acontece en el ser humano, es una de las tareas más nobles, hoy en día nos encontramos ante una sociedad que, muchas veces movida por la cultura hedonista y utilitarista, se muestra cegada e indiferente ante el hecho de que, en este mundo, existen personas con problemas de salud y deficiencias, que van de menor a mayor gravedad, abandonándolos y a la vez delegando a otras personas esa gran ayuda y apoyo que ella misma puede brindar.

Pero ante tal actitud de la sociedad, se vislumbra una problemática más alarmante: la propia autoexclusión de las personas enfermas, quienes se sienten inservibles para realizar alguna actividad, ajenos a la realidad de aquellos que gozan de un supuesto bienestar de salud. Como consecuencia de tal autoexclusión resulta la pérdida de sentido de la propia vida.

Esta situación actual, es motivo de mi presente investigación, que tiene como objetivo el recobro del sentido, primeramente de la vida humana y por consecuente de la enfermedad, desde un enfoque del pensamiento filosófico de José Ortega y Gasset.

Ahora bien, la tesina filosófica de un servidor, titulada: “LA ENFERMEDAD, COMO UNA CIRCUNSTANCIA QUE INFLUYE EN EL HOMBRE PARA ENTENDER EL SENTIDO DE LA VIDA HUMANA, DESDE EL PENSAMIENTO DE ORTEGA Y GASSET”, consta de tres capítulos que engloba la reflexión filosófica. A continuación les presento un recorrido breve del contenido más destacado de esta investigación.

José Ortega y Gasset es uno de los filósofos españoles “más importantes e influyentes de España”, Alemania y algunos países hispanoamericanos. Famoso por su tesis titulada yo soy yo y mi circunstancia, si no la salvo a ella no me salvo a mí.

Nació el 9 de mayo de 1883 en la ciudad de Madrid, España. Creció en el seno de una familia burguesa, la cual tenía un gran vínculo con el periodismo y la política. Entre las figuras filosóficas que influyeron con mayor auge en su pensamiento filosóficose encuentra el neokantismo de Cohen y Natorp, el historicismo de Dilthey, la fenomenología de Husserl, la axiología y el carácter cultural de Scheler, el vitalismo de Nietzsche y la temporalidad de Heidegger.

Más de cincuenta años abarca su obra filosófica. Se caracteriza por dos etapas: el perspectivismo y el racio-vitalismo. Con el enfoque filosófico de Ortega, como luz que ilumine la reflexión filosófica, desarrolle el trabajo de investigación en torno al tema de enfermedad, partiendo de tres nociones en concreto (la circunstancia, el hombre y la vida humana).

Cuerpo de la tesina.

Ahora bien, según Ortega el hombre se encuentra con tres elementos en particular: consigo mismo (yo), con la circunstancia que lo rodea y con la actividad que está realizado.

El yo constituye el primer elemento que se suscita en el reconocimiento de la vida humana, puesto que cada persona es capaz de darse cuenta de su propia individualidad. Es algo único, inconfundible y heterogéneo a todo. Ortega lo considera a la vez como algo íntimo: una vivencia particular del individuo; una vivencia interior incapaz de ser vivida por otro. Lo argumenta diciendo que: “el yo que vive su vida y esa vida que él vive no la vive otro, aunque fuesen iguales todos los contenidos de ambas vidas”. Por tanto, es intransferible.

Después de que el yo se ha encontrado consigo mismo, con su unicidad, se encuentra con su circunstancia, término que lo compara análogamente con el término de mundo, es decir, “otra cosa que no soy yo (…) me encuentro (…) dentro de ella, por tanto, no aparte de ella, sino todo lo contrario”. Además la considera como un componente de la vida: “Yo no soy más que un ingrediente de mi vida; el otro es la circunstancia (…) Yo y la circunstancia formamos parte de mi vida”, pero completamente distinto al yo. La designa como lo otro que yo.

Por lo tanto, la circunstancia resulta ser el lugar de la vivencia del yo, y esto Ortega lo argumenta diciendo que: “vivir es ejecutar mi esencia o lo que soy, fuera de mí, se entiende, fuera de mi esencia, en lo que no es mi esencia, en un elemento extraño a mi ser”. Por esta razón, el yo ejecuta sus acciones en el aquí y en el ahora, en su circunstancia, a la cual es incapaz de separarse porque es una “condición inexorable a su vida”. No puede escapar de ella, ya que la requiere para obrar.

Además de percatarse como algo único e íntimo, quien se encuentra inmerso en una circunstancia, percibe la presencia de otras realidades, esto es, la aparición de las cosas; que existen y que están ahí, llámense seres inertes, animales u otros hombres.

Para Ortega el yo, se diferencia completamente de cualquier otra realidad, principalmente del animal, ya que el hombre tiene la capacidad de volver a su intimidad, es decir, a su interior para reflexionar sobre su actuar y proceder en su circunstancia. Esta capacidad la llama como ensimismamiento (entiéndase ensimismamiento no como un ocio, sino como el desatenderse por unos momentos de su entorno para planear las medidas o acciones que tomara al respecto en su vida). Por el contrario, los animales se alteran, es decir, rigen su conducta a partir de la afección recibida de la circunstancia (cabe mencionar que al hombre no se le descarta esa oportunidad de “alterarse” según Ortega).

Este trabajo que le compete al ser humano de no dejarse alterar por lo otro, es una creación humana que Ortega le designa con el nombre de técnica, en donde el hombre hace una pausa que se amerita para recobrar sentido en las cosas que está realizando. Esto lo argumenta diciendo que el hombre es técnico, ya que

“Es capaz de modificar su contorno en el sentido de su conveniencia, porque aprovechó (…) para entrar dentro de sí y forjarse ideas sobre ese mundo (…) (pero no solo entra en) este mundo interior, (sino que) emerge y vuelve al de fuera. Pero vuelve con un sí mismo que antes no tenía”.

Esta tecnicidad le permite al hombre conferirle sentido a las cosas que realiza a través de sus acciones, ya que no solo obra por mero impulso ante la afección, sino que medita las cosas, las ideas concebidas del mundo, para regresar a este con un plan de actuación.

Para Ortega, la vida humana resulta tener un atributo en especial: se nos ha dado y en ella nos encontramos viviendo sin haberlo deseado. Es en la circunstancia, en el que se ve arrojado el hombre, y en el cual es viviendo, en donde toma decisiones, por ejemplo, elegir ahora entre estar de pie o estar sentado leyendo un libro. Por esto, según el pensamiento orteguiano la vida se convierte un drama sobre que hacer o no, en un problema, en un quehacer, ya que “esa vida que nos es dada, no nos es dada hecha, sino que cada uno de nosotros tiene que hacérsela, cada cual la suya”.

Concluye Ortega diciendo que la vida humana es la realidad radical que, en cuanto realidad se entiende por aquello que aun sin quererlo, está ahí; y en cuanto radical en donde todas las demás realidades cobra sentido desde ésta.

Cabe aclarar que, además de la existencia de mi vida, única como tal, existen en la realidad radical otras “realidades”, como la existencia de la vida de los otros (la madre, el hermano, el amigo). La vida de los otros se nos presenta en un modo concreto y especifico, esto es, su cuerpo, además de su intimidad, ya que el otro “nos envía constantemente las más variadas señales o indicios o barruntos de lo que pasa en el dentro que es el otro hombre”.

A diferencia de cualquier otro ser inerte o animal, el otro hombre es reciproco con la actuación del yo, es decir, existen una interacción entre ambos que se traduce en una relación social. Y entre mayor proximidad exista entre el yo y el otro hombre, éste se convierte en , produciendo como resultado un nosotros.  Esta relación social es considerada por Ortega como el hacer mutuo del yo y el otro. Comenta al respecto que:

“Tú y yo, yo y tú, actuamos uno sobre el otro en frecuente interacción del individuo a individuo, únicos ambos recíprocamente. Una de las cosas que hacemos y que es la más típica reciprocidad y nostricidad, es hablar”.

Esta relación produce una “con-vivencia” tanto de un hombre con otro hombre que se da en medio de las circunstancias que les circunscriben en su vida. Ahora bien, por esta característica de la relación de nosotros, es posible hablar de una relación en donde cada integrante puede enriquecer la vida del otro gracias a la proximidad que se puede ofrecen mutuamente, en especial, cuando en alguno de ellos pasa por vivencias como es la enfermedad, en donde es difícil de entender el sentido de tal acontecer en la vida humana.

Sin lugar a dudas, la realidad del hombre se presenta vulnerable y limitada, y da razón de ello el momento que da término a la vida humana: la muerte. Pero anterior a la muerte, otra realidad que deambula en cualquier etapa de la vida del hombre es la enfermedad, pues “aunque casi siempre transitoria, es una experiencia de la que nadie se libra”.

En el fenómeno de la enfermedad, se presentan ciertas vivencias particulares, algunas en forma negativa como el malestar interior y corporal, la invalidez de hacer algo parcialmente, el aislamiento de los demás, la sensación de una muerte próxima, el sentimiento de anomalía, y otras positivamente como la razón de ser de la enfermedad y sentido de la misma.

Muy diferentes son las causas que provocan la enfermedad, pero ante tal acontecimiento nos planteamos algunas interrogantes al respecto: ¿qué acción debería toma el ser humano (cuando se encuentra enfermo) ante tal experiencia que perjudica su estado físico y emocional?; ¿dejará que otros decidan por él?; ¿cuál será su respuesta ante el conocimiento de tal acontecimiento?

Ahora bien, según Ortega el hombre (llamase aquí el enfermo) actúa libre y responsablemente sobre los límites de la circunstancia; lo que hay delante de él. Esto lo argumenta diciendo que:

“Aunque nace en mi intimidad, en mi profundo deseo de vivir lo mejor posible (…) Yo quiero y debo saber lo que hay exactamente frente a mí, lo que va a ser lugar de mi acción”.

Ese hay de Ortega lo traduzco en el campo de la bioética con la noción de “enfermedad”. El hombre requiere saber a qué atenerse, como dice Ortega, no por una “simple curiosidad, sino (para buscar) un conocimiento (…) que haga posible una conducta y reflexiva de la (propia) vida”. Esta actitud es necesaria para que toda persona que se encuentra frente al fenómeno de la enfermedad tome las medidas necesarias, la conozca y actué sobre ella. Cabe aclarar de nuevo que las reacciones son totalmente distintas entre uno y otro hombre.

Ante este acontecimiento, es crucial el papel que toma la razón del enfermo, pues como menciona Ortega participa en su vida ordinaria, siendo la que “nos capacita para comprender la vida y las circunstancias, dando sentido a la acción humana, a la particular forma de obrar del hombre en el mundo”. La nombra como la razón vital, facultad elemental para la vida. El uso de la razón vital se da gracias al ser técnico del hombre, esa capacidad que el tiene de ensimismarse, es decir, de apartarse de la realidad que le rodea, buscando tomar la decisión adecuada ante tal circunstancia.

Será pues trabajo personal del enfermo que reconozca que en sus manos está la posibilidad de mejorar, al menos psíquicamente, en caso que su diagnostico arroje resultados que vaya en un rápido deterioro de su salud. Esto es lo que muchos llaman “el sentido de la enfermedad”.

Conclusión.

Ahora más que nunca, es necesario hacer una concientización de la importancia que tiene la tarea de encontrarle sentido a la enfermedad, como parte de la vida humana, ante la indiferencia de la sociedad hedonista y utilitarista a este hecho histórico del hombre.

Desde el enfoque filosófico de Ortega y Gasset, la enfermedad es una circunstancia en la que el hombre puede ejecutar su acción, es decir, darle sentido a la vivencia  por la cual enfrenta (dolores, sufrimientos, etc.), como algo único y totalmente suyo, que nadie más vive por él.

Ciertamente, aunque es considerado una crisis en la salud física, esto no impide a que el enfermo se ensimisme, por algunos momentos, de tal situación, con el fin de meditar sobre cómo será su modo de actuar y proceder respecto a lo que le está sucediendo.

Resulta necesario que haga una pausa en su vida, de tal manera que le permita realizar un plan para seguir viviendo su vida, valga la redundancia, son sentido, evitando así lo contrario, es decir, dejándose alterar por tal circunstancia, como lo haría cualquier animal.

Esta necesidad aparece ante tal situación en el hombre, y que además se hace manifiesta a la vida de los otros hombres, por medio de los gestos o palabras que el enfermo hace. A pesar de esta circunstancia, el enfermo no deja de relacionarse con ellos, ya sea sus familiares, amigos, compañeros de trabajo, y en el remoto de los casos, al menos con los profesionales de la salud que lo están auxiliando.

Y aunque el papel protagonista vivir en medio de la enfermedad le compete al paciente, quien toma las decisiones sobre qué hacer ante esta situación; aunque es su tarea personal, la proximidad del tú puede ayudar a que el yo siempre tome la mejor decisión al respecto, que va desde los cuidados necesarios, hasta el solo estar ahí, acompañándolo. Esto conlleva al enfermo a valorar que la enfermedad es algo único, que en esos momentos solamente él está viviendo, y que a nadie más se le ha otorgado el permiso de hacerlo. Es un privilegio que a ninguna persona se le concede, solo a aquel quien lo experimenta en su propia vida.

Por tanto, vivir desde la enfermedad es reconocer que a pesar de tal circunstancia, el hombre no se deja alterar por ella, sino al contrario, es capaz de conferirle sentido, sobre todo, a aquello que experimenta en su propia vida, en su realidad radical.

Como he mencionado, dar sentido a la enfermedad es una incumbencia de todos, empezando por aquel que vive “en carne propia” el deterioro de su salud, y siguiendo por aquellos que no solo son testigos de tal vivencia, sino que además colaboran en el bienestar de la persona enferma. Es un trabajo en conjunto, donde cada una de las partes (paciente-acompañante) participe en esa construcción tan sublime. Aunque no suceda en todos los casos, pero sí en una mayoría, es muy significativo para un enfermo que haya alguien que lo acompañe en tal vivencia, que se encuentre a su lado, sobre todo, que permanezca en los momentos donde la enfermedad puede desestabilizar su intimidad.

 

  • PASTORAL, ALEGRÍA Y APARECIDA; UN PREÁMBULO PARA UNA IGLESIA EN SALIDA.

Por: Daniel Morales Rodríguez. (T1)

Agradezco a Dios la oportunidad que me dio en ésta Academia de Santo Tomás el reflexionar sobre Evagelli Gaudium, puesto que investigue desde una dimensión Pastoral la importancia de una Iglesia en Salida. En mi trabajo se logra percibir un esquema básico de tres partes. Comenzando con una definición de Pastoral y la importancia que ésta tiene dentro de la comunidad eclesial. También agregue los desafíos a los que se encuentran constantemente por el anuncio del Evangelio. En un segundo momento quise conciliar la importancia que tienen los agentes pastorales como discípulos y misioneros, desde la propuesta del documento Aparecida. Enfrentándose a los retos del mundo actual y las diferentes realidades. Finalizando con un tercer momento, el cual, busco hacer ver el compromiso que tienen los discípulos misioneros con los demás, especialmente, los alejados y marginados. Así, la Pastoral confortada por discípulos y misioneros, se convierte en una Pastoral Misionera. A imagen de Jesucristo que hizo siempre el bien a los más necesitados.   

Mi objetivo lo base en dar a conocer la importancia que tiene la Pastoral dentro de la Evangelización misionera. Que tengan claro el lugar en donde se halan, y busquen el encuentro del otro. Inspirado por Evagenlii Gaudium en su número 88, el cual, es el siguiente; «el Evangelio nos invita siempre a correr el riesgo del encuentro con el rostro del otro, con su presencia física que interpela, con su dolor y sus reclamos, con su alegría que contagia en un constante cuerpo a cuerpo».

Así, llegue a la conclusión que, los discípulos misioneros que conforman la Pastoral tienen el deber de convertir nuestra Iglesia en una Iglesia en salida. Que constantemente se encuentre con el rostro de aquellos que más necesitan de nosotros y llevarlos al encuentro con Dios que es misericordioso.

 

  • LA PALABRA DE DIOS QUE SE TRANSMITE. LA HOMILÍA EN LA EVANGELII GAUDIUM.

Por: Juan Rogelio Ramírez Gaytán. (T2)

A partir de la misión que todos los bautizados tenemos de transmitir la Palabra de Dios, y entendiendo la relevancia de este mandato en los ministros ordenados, en el presente trabajo me he planteado como objetivo exponer desde la Exhortación Apostólica Evangelii Gaudium algunos puntos que permitan comprender con más claridad las observaciones realizadas por el Papa Francisco en torno a la homilía, en cuanto elemento fundamental en el anuncio del Evangelio.

Para lograr dicho objetivo, he tomado como punto de partida un análisis de la tarea de comunicar el mensaje de Dios, entendido como parte central de la misión profética, que brota del encuentro con el Resucitado y que trasciende hasta nuestros días. Estos elementos de reflexión son tratados en los primeros dos puntos del trabajo (titulados: la misión de anunciar la palabra de Dios, y La Palabra como medio de transmisión del mensaje de Dios, respectivamente). Una vez sentadas las bases para comprender que el predicador, en la homilía, cumple verdaderamente una misión profética de transmisión de un mensaje específico en nombre de Dios, y de la conciencia absoluta, que al respecto deben tener los portadores de dicho mensaje; contextualizada ya la homilía en el ámbito litúrgico, es posible captar correctamente la justificación de las advertencias que el Papa realiza de manera muy concreta en su Exhortación. Buscando además, en este punto y como parte del análisis, hacer una confrontación con algunas realidades muy concretas captadas en nuestro entorno eclesial en la actualidad.

Posteriormente, el trabajo analiza el ámbito dialógico que entre Dios y su pueblo debe suscitar la homilía, el cual es tratado por el Papa de una bella forma, a través de la analogía de una buena madre que se comunica con sus hijos en términos de amor. Esta analogía permite adentrarnos en lo esencial de un mensaje que no sólo contiene información útil o datos intelectuales, sino que toca los corazones para transformarlos con el poder de la Palabra de Dios. Esta fuerza de la Palabra, para que pueda ser efectiva en las vidas de los fieles que conforman el pueblo de Dios, requiere que el predicador homileta guarde una fidelidad a la verdad contenida en los textos bíblicos, que constituyen el fundamento de la predicación.

Ahora bien, no sólo se ha de guardar fidelidad a la verdad, sino que debe cuidarse en la homilía la función del predicador como instrumento facilitador de un diálogo amoroso que vincula corazones. Dios habla al corazón de su pueblo, y el corazón del predicador debe antes ser tocado por el amor de Dios él mismo, para poder cumplir con su misión.

Esta es la línea orientadora de todo el trabajo: la del diálogo amoroso entre Dios y su pueblo; y la homilía como parte fundamental de este diálogo, en el que una misión es cumplida en términos de respuesta a una vocación de amor: la del predicador.

Son muchos los puntos que el Papa Francisco trata en su Exhortación Apostólica en relación con la homilía, sin embargo, he optado por dejar de lado algunos de ellos, para centrarnos en lo que, a juicio de quien escribe, resulta esencial. El punto de partida de la reflexión ha sido la misión que todos los bautizados tenemos de anunciar la Palabra de Dios. Se trata, pues, de una misión profética que los pastores de almas asumen con un mayor compromiso, por ser ellos instrumentos del mencionado diálogo.

Por otra parte, es necesario tomar en cuenta el hecho de que, para comprender algunas de las observaciones del Papa en torno a la homilía, debe ubicársele en el contexto de la celebración litúrgica y como parte fundamental de la misma, guardando inclusive un cierto aspecto de sacramentalidad, y conservando una cualidad de acto cultual en sí misma. Sólo así será posible comprender, por ejemplo, lo que el Papa pide en relación a la brevedad de la homilía, para guardar la armonía y el ritmo con el resto de la celebración. De otra forma caemos en las – tristemente comunes – interpretaciones subjetivistas que orientan a conveniencia la observación hecha por el Papa, desvirtuando completamente su sentido original.

En fin, una vez ubicado este contexto de la homilía, he considerado prudente tomar como punto de referencia para comprender la forma ideal de la homilía, la analogía del encuentro personal durante la conversación con una madre, utilizada por el Papa en Evangelii Gaudium. Es así como se descubre un ámbito materno-eclesial de la predicación, al captar la realidad de la Iglesia como madre. La analogía es iluminadora, tanto para la misión del predicador, así como para los fieles que conforman el pueblo, y han de mostrarse y comportarse como verdaderos hijos que reciben las enseñanzas de su madre con amor y cariño. Se ha visto también cómo esta realidad pide del predicador una cercanía con el pueblo que, vive ya un diálogo con Dios y le manifiesta por sí mismo sus inquietudes.

Ahora bien, es importante remarcar que, el fundamento de la predicación ha de ser siempre el texto bíblico, para evitar confusiones o desviaciones en un mensaje que no pertenece al predicador, sino a Dios. Aquí es donde se exige una fidelidad al texto, pero también a la verdad contenida en él. Ya que a partir de esa verdad, se ha de comunicar también la belleza y el bien que le acompañan, dentro de una homilía que no sólo comunica un mensaje intelectual sino de amor, como se ha dicho ya. Se trata de un verdadero diálogo de amor que debe conectar los corazones, siempre que el mensaje divino haya tocado y encendido primero el corazón del predicador. Así es, corazón encendido; dicho en otras palabras, el corazón que arde por amor, de quien debe vivir su propio proceso de santificación para poder ser, entonces, un buen instrumento de Dios.

Es así como, desde la Evangelii Gaudium en su capítulo tercero, la reflexión ha quedado enmarcada en términos del diálogo amoroso que, de hecho, existe entre Dios y su pueblo, y que la homilía viene a avivar y alimentar. Si la homilía es comprendida de esta forma, como parte fundamental de un diálogo amoroso, no será difícil lograr el equilibrio necesario en todos los ámbitos para cumplir la función de predicar. Se puede estudiar la Palabra, volverse experto en el arte de la comunicación, pero si falta este elemento del amoroso diálogo, no sólo será difícil, sino imposible cumplir verdaderamente con la misión profética de transmitir la Palabra de Dios.

 

  • IGLESIA DOMÉSTICA.

Por: Alfredo Roldán Reyna. (T3)

El presente trabajo tiene como finalidad desarrollar el sentido eclesial de la familia. El magisterio de la Iglesia, a partir del Concilio Vaticano II, ha expresado esta relación refiriéndose a la familia como una “especie de Iglesia Doméstica”; donde los padres son los primeros anunciadores de la fe con su testimonio y su palabra. Esta afirmación no es solo una forma “poética” de hablar de la familia, sino que implica una forma concreta de “ser Iglesia”.

En las Sagradas Escrituras se utilizan muchas analogías para hablar de los misterios de Dios, pero el matrimonio y la familia son unas de las analogías más utilizadas a lo largo de los textos sagrados. De forma especial se utilizan al matrimonio y la familia, como una forma de explicar la relación de Dios con los hombres. Por ejemplo, hablar de matrimonio es hablar de la relación de Dios y su pueblo Israel, o de Cristo y su Iglesia. En el AT se habla del matrimonio como signo de la alianza de Dios con su pueblo, también habla sobre el ideal del matrimonio, donde Dios es el esposo fiel, en contraposición al pueblo de Israel que es infiel. En el NT hay muchas referencias, donde Cristo se presenta como el novio, hay parábolas que hacen referencia a los banquetes de bodas como signos del reino de los cielos; el mismo San Pablo expresa literalmente que los maridos deben amar a sus esposas como Cristo ama a su Iglesia.

En cuanto a la familia, también es muy amplia su presencia en los textos sagrados. La alianza de Dios con los hombres surge de la alianza con una familia, por tanto, la relación familiar, daba a los Israelitas un sentido de pertenencia y unidad. Incluso Dios mismo se inserta en la humanidad por medio de la Encarnación en el seno de una familia. A través de la encarnación toda la humanidad entra en relación con Dios mismo. Hasta el grado de que el misterio profundo de la relación de Dios con los hombres, es explicado por Cristo como una relación de un Padre con sus hijos, Dios es “Padre Nuestro”.

La Familia es el primer núcleo comunitario a través del cual surge la Iglesia; ya que la casa familiar era el punto de encuentro donde se reunían para partir el pan. La Iglesia nace como familia, incluso la misma raíz de la palabra hace referencia a la familia, la palabra “Oikos” hace referencia la casa familiar y el latín “domus” nos recuerda el sentido del contexto familiar de la expresión “doméstica”. Así pues, la expresión “Iglesia Doméstica” se hace frecuente a partir del Concilio Vaticano II, pero en su esencia está presente desde las primeras comunidades cristianas. Aunque Pablo VI fue el primer Papa en utilizar esta expresión, Juan Pablo II fue quien la hizo “popular”, especialmente dedica una sección de la “Familiaris Consortio” a explicar las tareas de esta “Iglesia doméstica”. San Juan Pablo II resalta que la Familia es “imagen viva y representación histórica del misterio mismo de la Iglesia”. Ahora el Papa Francisco en su nueva Exhortación apostólica, da un paso más en esta expresión y hace referencia a que la Iglesia es una “Familia de Familias”

Esta conciencia de la importancia del matrimonio y la familia en el desarrollo de la Iglesia, debe estar presente en nuestro trabajo pastoral, pues como dice el Papa Francisco “la Iglesia (institución) no puede quedarse solo en expresar una serie de reglas morales para que la familia obedezca, sino que tiene que escucharla y atenderla pastoralmente, para que así la familia pueda a su vez cumplir su misión en la Iglesia”. Si la familia no se identifica como Iglesia, no podrá cumplir con su misión evangelizadora de hacer presente el Reino de Dios en las realidades cotidianas. Y si la Iglesia (Jerarquía) no involucra a la familia en la vida ordinaria de la realidad eclesial, corre el riesgo de perder el fundamento de cohesión de la misma comunidad.  En palabas del Papa Francisco, “Hoy la pastoral familiar debe ser fundamentalmente misionera, en salida, en cercanía, en lugar de reducirse a ser una fábrica de cursos a los que pocos asisten”. Un ejemplo de esto son las primeras comuniones, donde muchos se alejan de la Iglesia después de recibir los sacramentos, en gran medida porque ellos no se identificaron como Iglesia y por otra parte porque los pastores no aprovechamos esta oportunidad para hacerlos sentir como miembros importantes de la vida de la Iglesia.

La familia necesita de la Iglesia y la Iglesia necesita de la familia. Por esto nuestro papel como futuros pastores no debe ser solo el llenar la parroquia con grupos parroquiales, sino que debemos aprender a enseñar a los matrimonios a vivir en familia; a ser iglesia doméstica para que la Familia sea Familia.

 

  • EL SACERDOCIO EN EL ANTIGUO TESTAMENTO.

Por: Luis Edgar Montejano Pecina.  (T4)

Los sacerdotes cristianos son presencia de Cristo como único y eterno Sacerdote que, a través de ellos, puede anunciar la Buena Nueva, consolar, sanar y llevar a todos a que alcancen la vida eterna. El sacerdocio de Cristo, propiamente el ministerial, es el que representa al mismo Maestro de todos, realmente presente en el aquí y el ahora de los discípulos y misioneros: en su liturgia, enseñanza del amor y la vida.

Para entender el paso de Dios en la vida del cristiano, y propiamente en el sacerdote, surge en mí una inquietud por investigar lo que antecede, es decir, la figura del sacerdocio en el Antiguo Testamento. Es por eso que el presente trabajo no aporta propiamente una reflexión teológica, más bien, un enriquecimiento en conocimientos y entender un poco mejor el sacerdocio hebraico.

La historia de la figura del sacerdote en el Antiguo Testamento, va más allá de las simples funciones que podía realizar, más que estar de pie ofreciendo un sacrificio; conllevaba una vida de fe, en donde por medio de un hombre -apartado por Dios y elegida su familia- contactaba a Dios con el pueblo para vivir en armonía con su Creador.

Entender una Teocracia en el pueblo de Israel con nuestra realidad, nos llevaría a la confusión total, ciertamente los tiempos cambian, la historia siempre tiene un propósito, poder darte pistas para interpretar lo de antes con lo de hoy.

Y conocer la historia ayuda a comprender. Una Teocracia como la que tenían los sacerdotes en el Antiguo Testamento nos lleva a una respuesta Dios está entre el pueblo.

El poder que ellos tenían, de poder suscitar en el pueblo la necesidad de buscar a Dios, de acercarlos a Dios, de dirigir todos los rituales del sacrificio, de cantar, de oracular; funciones que realizaban con el pueblo porque eran los que se encargaban de unirlo con Dios. El mismo pueblo cuidaba a la familia sacerdotal y velaban que fueran buenas personas buenas.

La estirpe sacerdotal siempre será importante para el pueblo porque con el mandato que Dios ha dejado en ellos de ir ejerciendo su sacerdocio, pero siempre buscando que sean originales, auténticos para que Dios esté con ellos, era como cumplir la promesa de Dios y ellos la salvaguardaban.

La figura sacerdotal, y más durante el exilio y la restauración, recae en ellos toda figura de respeto y autoridad para salvaguardar lo que Dios les ha confiado. Es cierto que no son seres celestiales y que son de naturaleza de pecado, sin embargo, Él se vale de ellos para encomendar a su pueblo pero, sobre todo, para darles esperanza de que Él siempre estará con ellos.

El sacerdote sabe estar en la ruina y en la abundancia, porque siempre dependerá de lo que Dios quiera transmitirle, es el hombre de esperanza que aguarda el tiempo en el que Dios vendrá con su pueblo.

El poder siempre será la gran dificultad para el sacerdote, veo que con la historia del sacerdocio en el Antiguo Testamento, el factor de defender una autenticidad, en ocasiones llevará al hombre a corromper su corazón y olvidar que lo importante es buscar estar en relación con el Creador. Ciertamente, la autoridad pasó a ser juez de todos y ocasionar que todos se alejaran del Creador. Dios con su paso aquí en la tierra sabe a quién elegir para poder manifestar su poder y consuelo.

El pueblo de Israel es el pueblo que Dios eligió para hacer sus maravillas, es el pueblo privilegiado que sabe amar y que buscó ser siempre fiel a Dios. El sacerdote quien tenía funciones con el pueblo, es el que ha llevado la historia de este pueblo y ha escrito y custodiado lo que Dios le ha dado. La historia de este sacerdocio, me lleva  a la conclusión que el Señor, Creador de todo el Universo, va forjando en sus creaturas -por medio de sus obras- lo grande que puede ser el hombre cuando busca querer estar con Él.

Y es por medio de la figura sacerdotal, y más en el Antiguo Testamento, donde Dios en su infinito amor y fidelidad por su pueblo dio por medio de ellos lo que en ese momento vio lo mejor para ellos.