Entré al Seminario a los 18 años. Estaba terminando mis estudios de Preparatoria.

Mi primera inquietud hacia la vocación sacerdotal fue el 11 de febrero del 2006 en una misa del Día del Seminario. Yo estaba viendo las opciones para mi futuro profesional y el seminarista dijo que también contempláramos la posibilidad de la vida sacerdotal. Yo formaba parte de un grupo llamado Escuadrón y eso me había sensibilizado a las necesidades de formación y acompañamiento espiritual de los jóvenes.

Emoción, incertidumbre, nervios, fueron los primeros sentimientos que vinieron al aceptar mi vocación.

Al dar la noticia a mis papás, al principio los “sacó de onda” porque ellos tenían en mente otros proyectos para mí, pero me apoyaron desde el primer momento hasta hoy.

Para mí, llegar a ser sacerdote, significa responder a un llamado que Dios me hace y una invitación a servirlo de manera particular.

Durante el caminar de la formación, siempre hay momentos de duda, situaciones complicadas, pero me daba tranquilidad saber que Dios llevaba este proyecto y no yo. Respecto a los retos que he enfrentado y enfrentaré, hay muchos prejuicios en el pueblo de Dios y en su imagen de Dios que primero hay que purificar para poder llevarlos al encuentro del Dios que es Amor y Misericordia.