- BY Seminario de Monterrey
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Entré al seminario a los 15 años, estudiaba secundaria y estaba en grupos parroquiales en la Parroquia Cristo Buen Pastor: Monaguillos, IAM (Infancia y Adolescencia Misionera) y Adoración Nocturna.
“¿Cuándo descubriste tu vocación? ¿Cómo fue?”
Desde pequeño me llamaba la atención la vida de los sacerdotes, pero, hasta que comencé a servir más de cerca en mi comunidad parroquial, descubrí que Dios me invitaba a seguirlo en la vocación sacerdotal.
Fueron muchos los eventos que marcaron mi vida y que iluminaron mi caminar vocacional. Sin embargo, encuentro en mi familia las primeras luces vocacionales, ya que desde niño mi mamá me enseñó a amar a Dios, de ahí que, a muy corta edad, comencé a servir en los grupos parroquiales.
Ayudar a los padres en la Misa como Monaguillo, y convivir muy de cerca con ellos, fue acrecentando mi admiración por el sacerdote y por su vocación. Formar parte del grupo de adolescentes misioneros y experimentar la gran alegría que genera hablar de Dios, comenzó a crear en mí una inquietud. Asistir a adoración nocturna como Tarsicio y descubrir la grandeza del misterio Eucarístico transformó mi forma de ver las cosas y le dio un giro a mi vida.
En cierta ocasión, un seminarista empezó a bromear conmigo, afirmando que yo debería de ser padrecito y que tenía cara de sacerdote. En un primer momento solo me reí, después, al seguir conviviendo con él, empecé a creérmela. Un día me invitó a un retiro llamado ENJES en el que asistieron muchos seminaristas, yo no quería ir porque tenía la idea de que los seminaristas “no rompían ni un plato” y pensé que sería algo muy aburrido. Además, la imagen que yo tenía de los seminaristas era de personas santas y sin pecado, por ello me sentía indigno de ir con ellos y experimentaba cierto miedo de descubrir que Dios me quisiera de “curita”.
Una vez que fui a ese encuentro, y que conviví con los seminaristas, me sentí muy identificado con ellos y me di cuenta de que eran seres humanos normales que bromeaban, reían, se enojaban, etc. Eran personas comunes al igual que yo, lo único que nos hacía diferentes es que ellos querían consagrar su vida a Dios.
Después de asistir a este encuentro inicié mi proceso vocacional en el que la inquietud se convirtió en convicción y el miedo en fortaleza. Las misiones vocacionales de Semana Santa fueron determinantes para decir sí al Señor. Convivir con una comunidad rural y descubrir sus necesidades espirituales y materiales, cambió mi perspectiva y me alejó de la indiferencia. En esa Semana Santa decidí entrar al Seminario.
Lo primero que experimenté al aceptar el llamado fue miedo e indignidad. Miedo a dejar mi familia, mis amigos y comodidades, miedo a lo desconocido. E indignidad, al creer que sólo los perfectos eran llamados por Dios… Con el paso del tiempo, el miedo se convirtió en alegría y la indignidad en disposición.
Soy hijo de madre soltera y siempre hemos sido muy unidos, cuando le comuniqué mi decisión de entrar al Seminario ella se emocionó muchísimo me abrazó y me dijo que me apoyaba en todo. Ese día me platicó que el día de mi nacimiento, rumbo al hospital, yo casi nacía en el taxi que nos llevaba, y que, aunque si alcanzamos a llegar, hubo complicaciones en el parto y yo tuve que estar un tiempo en la incubadora, razón por la cual me consagro a Dios. Cuando le pregunte que porque no me había platicado nunca eso, me explicó que no quería que me sintiera presionado o comprometido. Los 2 estuvimos llorando de alegría y gozo. Es fecha que sigo experimentando su apoyo incondicional. ,
De esta forma confirmé el llamado de Dios, que hoy, 11 años después, reafirmo para volver a responder: “Si quiero ser sacerdote”.
Ser sacerdote significa, para mí, ser mirado con misericordia por Dios, para servir misericordiosamente a Su Pueblo.
Durante estos años hubo muchos momentos de duda, sobre todo en los primeros años. Algunas de las razones por las que dudé en continuar con mi formación fueron muy variadas: Querer estudiar una carrera, vivir un noviazgo, querer salir del seminario para apoyar a la familia en sus momentos difíciles, experimentar crisis de fe, etc.
La dirección espiritual, la oración personal y la Misa diaria fueron la clave para superar estas crisis y renovar el llamado de Dios.
“¿Qué retos has enfrentado en la comunidad al transmitir Dios?”
El relativismo en el que vivimos, y la falta de amor por Dios y la humanidad, son los principales retos a los que me enfrentado, aunado a las propias limitaciones y carencias personales.