Entré al seminario a los 35 años. Trabajaba en el hospital, soy cirujano general.

Mi vocación la descubrí en el mes de mayo del 2006. Todo empezó en el año 2002. Empecé a ir a Misa y me enamoré, no pude dejar de ir todos los días. Estudié Biblia, me hice Adorador Nocturno, viví el Taller de Oración y Vida del padre Ignacio Larrañaga, entré al grupo de visitas a enfermos en mi parroquia San Juan Bosco. Todo lo anterior fue vivido entre el año 2002 y 2006. Dos acontecimientos derramaron el cántaro de la vocación, un librito titulado “La Vocación”, que al leerlo sentí que a mí me estaba pasando todo lo que decía ahí, y el otro acontecimiento fue cuando una persona me dijo que el llamado de Jesús es personal. En ese momento me cuestioné si todo lo que había vivido desde el año 2002 no sería un llamado de Jesús a ser sacerdote… y aquí estoy.

“¿Qué sentimientos tuviste al momento de aceptar el llamado de Dios a servir como Seminarista?”

Mucha alegría, felicidad y paz.

Las palabras de mis padres al contarles mi decisión fue: “Aquí estamos para apoyarte, es tu vida y nosotros queremos tu felicidad”.

Llegar a ser sacerdote significa responder al llamado que Jesús me hizo y me hace todos los días, ¡Ven y sígueme! Gracias a Dios, en el caminar de mi formación vocacional no ha habido dudas en que Él me llama.

Uno de los retos que he vivido en la comunidad es cómo trasmitir el mensaje de Jesús al mundo de hoy, de tal manera que no reciban palabras, sino que experimenten en su mente, corazón y vida el Encuentro con Jesús Resucitado.