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Por: Hugo Eduardo Lara, seminarista (Experiencia Eclesial)
La participación que tuvimos hace unos días, feligreses, seminaristas y sacerdotes en la Asamblea Eclesial Diocesana 2016, fue muy especial e importante para nuestra Arquidiócesis de Monterrey. Les comparto que lo sobresaliente de nuestra asamblea fue la reflexión que hicimos sobre la vida del cristiano y su participación en la Iglesia, bajo la luz del evangelio de San Juan, sobre todo, profundizamos en cómo los servidores necesitamos seguir manifestando la misericordia de Dios en todos los ámbitos de nuestras comunidades parroquiales.
Desde inicios de su pontificado, el Santo Padre continuamente nos ha insistido en el importante papel que como Iglesia tenemos en el mundo. La invitación es muy clara: que seamos “una Iglesia en salida”, yendo a los más alejados de nuestra sociedad, teniendo además “las puertas abiertas”, es decir, siendo “hospitales de misericordia” para todos los que deseen la gracia de Dios.
Una característica esencial en todo cristiano es la alegría que brota del encuentro con Cristo. Por ello, como Iglesia necesitamos ir a tal encuentro, para que así sigamos alegres, dando testimonio de nuestro ser “sal de la tierra y luz del mundo”, ante las adversidades, como la indiferencia e individualismo, que se presentan en el mundo actual. Estamos llamados (sacerdotes, seminaristas, secretarias, catequistas, etc.) a una misión de amor universal, participando en todas las pastorales y dimensiones de la vida parroquial.
Tras haber recorrido tres días consecutivos, orando y reflexionando sobre el modo que se requiere para impregnar la misericordia de Dios en nuestras realidades parroquiales, se llegaron a estas propuestas:
Por una parte, que los laicos, desde nuestra vida familiar, busquemos construir una sociedad más humanizada y cristificada, poniendo como base los valores del Evangelio (amor, verdad, paz y unidad). Que prevalezca la unidad entre los servidores, buscando siempre la reconciliación, de modo que lleguen a ser auxilio para las demás familias, las cuales pueden necesitar ayuda. Que no seamos “rubricistas”, es decir, tan rígidos y apegados a la norma, sino por el contrario, que nos mantengamos disponibles a los que buscan algún servicio en nuestra parroquia.
Y por otra parte, que los sacerdotes se mantengan siempre atentos a las necesidades de su comunidad (sacramentos, catequesis, celebraciones, etc). Que no cierren la “puerta de la misericordia” cuando alguien se acerca a reconciliarse con Dios a través de la confesión, sin poner límites de tiempo ni restringiendo tal sacramento. Que reciban a sus fieles en una actitud de servicialidad, sobre todo, cuando alguna persona necesite una palabra de aliento o de fe. Que en toda actividad y a todas horas, den un testimonio misericordioso.
Al termino de nuestra asamblea diocesana, la propuesta e invitación que se nos hizo a trabajar como comunidad eclesial de Monterrey, fue el tener siempre una mirada contemplativa y misericordiosa en todo lo que hagamos en nuestra vida cristiana, desde la oración personal hasta las relaciones interpersonales que tenemos con nuestros semejantes diariamente.