30 Sep 2016

Por: Jesús Pablo Saldívar Castillón, seminarista (T2)

Su Santidad Benedicto XVI en su exhortación apostólica Verbum Domini, sobre la Palabra de Dios en la vida y misión de la Iglesia, nos invitaba a escuchar, estudiar y meditar con atención la Sagrada Escritura, pues Cristo se encuentra “realmente presente en ella” (Cfr. VD.56). Así pues, la Palabra de Dios, como “alma de la teología” es indispensable para la vida de los seminaristas, pero no solo por la obligación académica de su estudio, o porque la vivencia de la Eucaristía diaria nos pone en contacto cotidiano con ella, sino porque  “quienes han vivido realmente la Palabra de Dios son los santos” (cfr. VD .48), y nosotros, como cualquier cristiano, estamos llamados a la santidad.

Es por ello que en torno a la memoria de San Jerónimo, los seminaristas organizamos una “Semana Bíblica”, donde lo que se pretende es provocar de manera más profunda y sensible el contacto con la Sagrada Escritura, pues ésta no es sólo una herramienta de trabajo, o algo que se lleva bajo el brazo o en la mochila a todos lados, la Palabra de Dios es nuestra norma de vida, es la regula fidei que ilumina nuestro caminar; y si queremos ser como Jesús, el Buen Pastor, es necesario conocerla, porque bien dice san Jerónimo “desconocer las Escrituras es desconocer a Cristo”.

¿Y por qué hacer una Semana Bíblica en torno a San Jerónimo? ¡Muy sencillo! San Jerónimo (347-420) fue un estudioso de las Escrituras. Sorprendió por su inteligencia y habilidad para el latín y otros idiomas a los obispos y Papa de su tiempo: san Dámaso (de quien fue secretario y consejero), mismo que le encomendó la difícil y ardua tarea de traducir la Biblia (que estaba escrita en griego, hebreo y algunas partes en arameo), al latín; y no solo la tradujo, sino que también escribió muchos comentarios y reflexiones, que incluso hoy en día nos ayudan e iluminan para entender mejor las Sagradas Escrituras.

San Jerónimo ocupó la mayor parte de su vida en el estudio, pero también en la lectura y meditación con detenimiento de la Palabra de Dios, y era ella misma la que le interpelaba, lo cuestionaba, y lo empujaba a vivir de tal manera que su vida se convirtió en la misma Palabra. San Jerónimo supo leer la Escritura con esmero y conciencia, por lo que sus escritos y comentarios, así como sus cartas, están empapadas de una sabiduría que solamente puede inspirar el Espíritu Santo, por eso es reconocido como “Santo Padre y Doctor de la Iglesia”. Defendió la fe, promovió la santidad de vida y sobre todo amó a Cristo en su Palabra.

Si bien, como cristianos de misa dominical (o diaria), tenemos un cierto contacto con la Palabra de Dios, y a pesar de que la liturgia es el lugar privilegiado para la escucha de la Palabra, san Jerónimo nos sigue invitando hasta el día de hoy a ir más allá de ello. No es la Biblia un libro que simplemente hay que leer, ¡en lo absoluto!, la Escritura es un libro que merece ser leído, y releído con detenimiento, para dejarle entrar al corazón; es más bien experimentar lo que en ella dice, dejarle calar en lo profundo de uno mismo, y permitirle resonar en el interior, de tal manera que, sabiendo y reconociendo que es Cristo mismo, quien tan cercano como un amigo, habla a la conciencia y al corazón, podamos cada día acercarnos más a Él, “pues, viva es la palabra de Dios y eficaz”(Heb 4,12). San Jerónimo sigue invitando hoy a los cristianos sencillos (al vulgo) a permanecer en contacto con la Palabra Divina.

Así pues, los seminaristas habremos entonces también de buscar “actualizar la Palabra en nuestra vida y hacerla presente entre nosotros” (Benedicto XVI), de tal manera que nuestro actuar y proceder, es decir, nuestro testimonio, sea para quien nos vea, un primer contacto con la Palabra de Dios.