Por: Hugo Enrique Garza Navarro, seminarista. (Tercero de Teología)

Comienzo mi día con un horario estructurado y fluido: con la bendición de tener una capilla a tan solo unos pasos de mi dormitorio… Una de las primeras experiencias que tengo al amanecer es la espiritualidad centrada en la comunión y la Eucaristía; es decir rezamos en comunidad la liturgia de las horas y concluimos ese momento con la santa Misa. ¡Qué mejor manera de comenzar el día!, ¡Que afortunados somos! Qué bendición tener la oportunidad de darle la prioridad a tan fructífera actividad.

Egoístamente me cuestiono: ¿Por qué los demás, es decir todo mundo, no comienza así su día? Y caigo en cuenta del egoísmo de mi pregunta al ser mi formación la clave: soy seminarista, estudio para ser sacerdote, para llevar el alimento Eucarístico a los demás, para poder hacer realidad la promesa de Jesús de estar presente en el Santísimo Sacramento del altar, que ilógico sería no tener esta oportunidad de alimentarme todos los días tan temprano, pero yo aparte de esto no trabajo, vivo de lleno para esto…

La realidad es más que obvia. Aunque mi fervor sea mucho, debo ser objetivo: Fuera del seminario, el mundo gira de una manera acelerada: La vida en la ciudad comienza temprano, muy temprano. Las prioridades de la mayoría de mujeres y hombres son el trabajo, la escuela; y la necesidad de trasladarse a cada uno de dichas instalaciones. Los trayectos son largos y las jornadas parecieran irse como agua.

Siendo realista, mi referencia al comparar es un tanto egoísta. Yo vivo para formarme con Jesús. El resto del mundo no puede llevar el mismo horario que yo.

Es cuando comienza mi reflexión: ¿Cómo puedo impregnar de ese fervor a todo el mundo? ¡Muy sencillo! El testimonio de laicos que día a día, a pesar de tener largas jornadas de trabajo o de estudio, se alimentan de la Palabra de Dios. Profesionistas, estudiantes, amas de casa, que desde su vocación mueven al mundo. Son ellos que están insertados en el ritmo de la sociedad y sin embargo se acercan a la Iglesia. Se alimentan de la Palabra de Dios, y muchos de ellos sirven en diferentes actividades parroquiales.

Hablar de esto me emociona. Cuando llego a la comunidad donde me toca servir el fin de semana, lo primero que encuentro son personas tratando de acercar a los demás a Dios. Veo en catequistas, integrantes de grupos, encargados de liturgia; personas convencidas al igual que yo de que Jesús está presente con nosotros en la Sagrada Eucaristía. Que se fortalecen en una vida sacramental ¡Y que compartimos la misma experiencia de amor al estar frente al altar!

Su testimonio me da optimismo: Sí se puede tener una vivencia espiritual en el mundo actual. Mi aspiración impregnada de egoísmo tal vez es muy idealista, pero no hay pretexto para no asistir a misa. Uno de los mandamientos de la Iglesia es asistir los domingos a misa y yo lo refuerzo con una invitación. Acércate a esta fiesta donde Jesús toca tu corazón, donde el Señor quita el velo de tus ojos para que te des cuenta que Él está frente a ti tendiéndote la mano, esperando que contemples que en cada celebración quiere que experimentes la pertenencia a una Iglesia que camina unida en la oración. Dice el salmo: Haz la prueba, verás que bueno es el Señor… Acércate a Dios, acércate a la Iglesia, reconcíliate con Jesús y consume su cuerpo que ha sido entregado por nosotros y verás que tu vida tomará sentido. ¡Vive la fiesta que celebramos como cristianos, Él está con nosotros!