- BY Seminario de Monterrey
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«Si sufre un miembro, todos los demás sufren con él»
(1 Cor 12, 26)
El pasado martes 19 de septiembre, a 32 años del terrible terremoto de 1985, México revivió aquel escenario desolador, con un sismo de de 7.1 grados en la escala de Ritcher. Las imágenes transmitidas en las redes sociales parecían sacadas de una película de ciencia ficción, era la impactante realidad de la cual fuimos testigos en tiempo real: olas en el paseo de Xochimilco, carreteras y calles agrietadas, derrumbe de edificios, pánico, llanto y lo más lamentable, mexicanos atrapados entre los escombros.
¿Qué ser humano puede ser indiferente a esto? Precisamente por eso, porque el sufrimiento ajeno interpela al corazón, los mexicanos comenzamos a mostrarle al mundo su mejor rostro: «la compasión». Las calles se llenaron de héroes en búsqueda de herramientas para retirar escombros y salvar vidas, rápidamente se organizaron para enviar ayuda a las familias que recién habían perdido sus hogares, los jóvenes demostraron sus ganas de formar parte de la historia, y comenzó una oración nacional. Brotó de nuestro corazón mexicano las ganas de amar.
La comunidad del Seminario de Monterrey no fue la excepción. Nos unimos en oración ante el Santísimo Sacramento por las víctimas del sismo; y conmovidos ante la realidad que nos apela, buscamos servir alegremente junto a más jóvenes, adultos, religiosos y sacerdotes, en el Banco de Alimentos de Cáritas de Monterrey. ¡Que testimonio y generosidad el de las familias regiomontanas!
Nuestra patria nos hermana y el Evangelio nos anima a ser buenos samaritanos. ¡Qué esperanzador es contemplar el mejor rostro de México en medio de la tragedia! ¡Qué hermoso es contemplar en cada mexicano el rostro misericordioso del Padre! Los mexicanos lloramos por aquellos que nos fueron arrebatados bajos los escombros, pero también oramos, trabajamos y cooperamos para levantarnos ¡para reconstruir este hogar y templo de Dios! Nos queda claro que, si un miembro sufre, los demás sufrimos con él. Ésta es una gran enseñanza para los que aspiramos a imitar a Jesús. Hemos de aprender a sufrir con y por su pueblo y a darnos y darlo todo, como lo hizo Él.
Confiamos en que Santa María de Guadalupe acoge cada oración, cada buena obra, cada acto de generosidad, cada gesto de ayuda mutua entre sus hijos y que diligentemente se lo entrega a Jesús, el Buen Samaritano. Apenas estamos comenzando ¡No nos cansemos de ayudar!¡No nos cansemos de amar!