- BY Seminario de Monterrey
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Todo los cristianos estamos invitados a vivir la Santidad, es el principal llamado que Dios nos hace, es una cualidad de nuestra vocación. Por el simple hecho de ser bautizados, Dios nos ha regalado la vida de gracia, la dignidad de ser sus hijos, y la facultad de vivir conforme a su Evangelio. Esa es la santidad a la que, sin distinciones de ningún tipo, todos estamos llamados, no importa la cultura, la distinción social o el apostolado que se haga. En este, mi octavo año de formación en el Seminario, y en el que vivo mi etapa de Experiencia Eclesial, Dios me ha invitado a colaborar con Él en una pastoral muy concreta la cual está encargada de llevar el mensaje de Cristo a una porción de su pueblo muy significativa: las pandillas y bandas de la zona metropolitana; me toca colaborar en la Pastoral de Raza Nueva en Cristo, y compartiré en estas líneas, cómo un joven integrante de una pandilla lucha por su santidad.
Es cierto que no es cosa fácil vivir la santidad, pues la vida y sus vicisitudes nos llevan por un interesante camino de retos que nos van ayudando a madurar y a crecer, y es precisamente ahí donde se nos complica la existencia. Los ambientes donde nos desenvolvemos pueden jugar un factor importante en el vivir la santidad personal; muchos dirán que tales ambientes te pueden favorecer o al contrario, arrastrar por el mal camino, pero particularmente yo he aprendido en este año y de la mano de nuevos camaradas que no es así, sino que, como dice la Palabra de Dios todo va bien para los que aman al Señor (cf. Rm 8,28). Es cierto, el medio ambiente influye, pero nunca puede ser determinante, porque de lo contrario los jóvenes que viven en situaciones de pandillas y en comunidades con problemas de vandalismo, no tendrían otra opción que continuar por el único camino que han conocido en su vida y en su barrio: la violencia, el desdén y la rebeldía. Pero no es así, Cristo es siempre una opción fuerte y tenaz, y en la penumbra de las calles ausentes de luz y sin pavimento, hay destellos del evangelio que asombrarían hasta el más santo.
Las pandillas tienen en sí mismas muchos valores cristianos que quedan velados tras una máscara de dureza y dolor; como por ejemplo, en el corazón de una pandilla hay mucho más que odios y riñas, drogas y ambientes negativos, hay amistades sinceras y un profundo sentido de fidelidad y pertenencia a un grupo, hay camaradería y sentido de comunidad. En las bandas hay preocupación también por el hermano que se mete en problemas de drogas, incluso hay pandillas donde los mismos integrantes no dejan a sus camaradas caer en ese mundo de vicios, y muy a su estilo les ayudan a sobreponerse. Bien dice el Papa “aun cuando la existencia de alguien haya sido un desastre, aun cuando lo veamos destruido por los vicios o las adicciones, Dios está en su vida” (Gaudete et Exultate 42).
En una banda hay fe y esperanza en Dios a quien no ven, pero que de algún modo tienen la certeza de que existe. Una cualidad muy significativa de las pandillas de nuestra ciudad, es que tienen un profundo sentido religioso, y es muy común ver pintas de bardas con motivos de la Virgen de Guadalupe, San Judas Tadeo, y sobre todo de Cristo sufriente en la cruz. Los jóvenes pandilleros, y en general los habitantes de comunidades populares se sienten identificados con el dolor de Cristo, y con la imagen del crucificado sufriente que clama a Dios desde su cruz “perdónalos porque no saben lo que hacen” (Lc 23,34). Incluso la música que escuchan siempre trae letras que hablan del sufrimiento en esta vida, de la soledad y el mal, pero curiosamente la gran mayoría de ellas mencionan a Dios como el único que los pudiera cuidar y entender; ellos son los bienaventurados de sufren y que serán consolados (Cfr. Mt 5,4).
Un pandillero no tiene puntos medios, ni en su fe, mucho menos en su vida, él está con todo su ser y pone todo de sí donde se siente amado, valorado y necesitado. Un pandillero que ha tenido su encuentro con Cristo, es un pandillero que ya nunca abandonará su fe.
Entonces ¿puede un joven pandillero ser santo? Definitivamente que sí, y yo lo he visto, porque vivo entre ellos. Hablar de santidad no es lo mismo que ser impecables, y en su nueva exhortación apostólica el Papa Francisco nos habla de ello, así que quitémonos de la mente el estereotipo del pandillero, y pongamos más bien atención en cómo un joven dentro de esa situación y con todas sus limitantes, intenta vivir como Cristo le pide que viva, intenta “mantener el corazón limpio de todo lo que mancha el amor” (Gaudete et Exultate 86).
Cuando un joven experimenta un encuentro verdadero con Jesús, no puede más que pensar en cómo transformar su vida. Ese es el testimonio de Antonio Carlos Maciel Z. (Tony) de 22 años, de la pandilla de “los Vagos” en la Colonia Nueva Esperanza en Escobedo, quien pensó mucho y en conciencia sobre lo que quería de su vida luego de su encuentro con Jesús de Nazareth, y entonces comenzó una lucha por querer seguir y ser un buen discípulo de Jesús; y aunque tenía muchas dudas sobre Dios y el papel que ahora jugaría en la Iglesia, 8 años después ahora como misionero de Raza Nueva, Tony ha visto cómo actúa el Espíritu Santo sobre cada persona, y echa mano de todo lo que puede para llevar el mensaje de Cristo a los jóvenes de las pandillas, dice él “para que vean que la Iglesia está viva en las calles, más allá del templo, y que Dios los está buscando hasta los rincones más oscuros, lugares donde no todas las personas se atreven a ir… todo con la gracia de Dios”.
Tony percibe que la sociedad se ha vuelto indiferente al Dios de la misericordia, dejándose llevar por lo que leen en las redes sociales o en la televisión que los invitan a creer incluso que Dios no existe. Esa es la razón principal por la que Tony pone su esfuerzo y su tiempo, Él, al igual que san Pablo, transmite lo que a su vez ha recibido (cf. 1Co 11,23), y esto en contracorriente de lo que se vive en su barrio. Tony trata de vivir su vida en santidad, viviendo lo que Jesús le pide, creyendo lo que la Iglesia le propone, aunque muchas cosas no las entienda; viviendo el Evangelio de manera sencilla, y sin complicaciones, ofreciéndole a Dios nada más que su buena voluntad y su experiencia de vida. A eso se refiere el Papa Francisco cuando dice “ser pobre en el corazón, esto es santidad” (Gaudete et Exultate 70).
A veces lo más difícil de evangelizar a las pandillas es quitarles la idea que otros les han puesto en su cabeza sobre que ellos son delincuentes, o el rechazo y exclusión que sufren por parte de algunos miembros de la Iglesia, ese discurso repetido que los califica como drogadictos y sin futuro, es decir, abismalmente alejados de la santidad. Llegar y hablar de santidad y de un Dios que los ama tal cual son y que es misericordioso especialmente con ellos es todo un choque racional; pero para llegar a ese punto es fundamental que el misionero lo crea también. Así fue como Karina Castro, de 19 años, vivió su proceso de conversión a Dios. Ella que ahora también es misionera de Raza Nueva, llegó a la conclusión de que Cristo quiere que sean felices, pero para eso, ella se dio cuenta que tiene que estar con Él, y por eso trata de obrar por gusto y con amor. Intenta llevarse bien con las personas que le rodean, y eso es lo que verdaderamente la cuesta mucho trabajo –admite ella- pero a su vez, con ello comparte lo que significa el amor de Dios. Karina sin darse cuenta coincide con Santa Teresita del Niño Jesús en que «la caridad perfecta consiste en soportar los defectos de los demás, en no escandalizarse de sus debilidades» (Historia de un Alma), y quiere que los jóvenes de las pandillas vean que se puede ser feliz estando con Dios, sin hipocresías ni falsas poses, es decir, ofrecerles lo que la verdadera vida y santidad es, la felicidad para la cual fuimos creados (Gaudete et Exultate 1)
Esto me hace reflexionar que aún hay esperanza, el Señor sigue tocando los corazones de aquellos sencillos que lo buscan a él con sinceridad. Santidad es como dice el libro del Génesis “caminar en la presencia del Señor” (Cfr, Gn 17,1), y afuera, en los barrios y en las plazas de colonias populares, hay muchos jóvenes que buscan desesperadamente una luz en sus vidas, por eso, cuando la encuentran, no se alejan de ella. No permitamos que se alejen de ella, todos podemos ser santos, ¡y ellos están más cerca!
Jesús Pablo Saldívar Castillón, EE.