- BY Seminario de Monterrey
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«Bendito sea el Señor ahora y para siempre. Bendito sea el Señor, alábenlo sus siervos.» (Sal 112).
Estimados hermanos sacerdotes, diáconos, religiosos, matrimonios y laicos, apreciada familia del Seminario de Monterrey.
Hay muchos sentimientos que estoy experimentando, pero el que más puedo resaltar en este momento es el de la alegría que inunda todo mi corazón. Durante la ordenación, el Señor Jesús me demostró aún más su amor a través de la imposición de manos y la plegaria de ordenación de nuestro arzobispo. Con este gesto antiquísimo y estas palabras sublimes, después de nueve años, dejaba de ser seminarista e ingresaba a la Iglesia diocesana como diácono, para ser colaborador del Obispo y los presbíteros (cf. San Hipólito Romano, Traditio apostolica 8; CIC 519; AG 16; SC 35).
Y esta es la tarea y la misión de los diáconos en la Iglesia; el servicio, a pesar de ello, no es un servicio cualquiera. Es un servicio que tiene como ejemplo a Jesús, quien se ha hecho servidor de todos, entregando su vida para salvarnos de la muerte. Cristo es el modelo que debemos contemplar para entender este ministerio diaconal, porque él no ha venido “a ser servido, sino a servir” (cf. Mc 10,45; Lc 22,27; San Policarpo de Esmirna, Epístola a los Filipenses 5, 25,2).
A lo largo de la ordenación, Jesús, —como lo hizo en la última cena—, me lavó los pies y me llama a imitarlo en la entrega generosa y en el amor recíproco hacia mis hermanos. Ciertamente, los diáconos son «Icona vivens Christi servi in Ecclesia», es decir, el “ícono viviente de Cristo siervo en la Iglesia“. Por lo tanto, estoy llamado a servir en las tres mesas: la mesa de la Palabra, la mesa del Pan y, la más importante, la mesa de los Pobres (cf. LG 29; CIC 1009).
En esta línea, —como decía nuestro arzobispo en la homilía de la ordenación—, mi responsabilidad principal es “sacramentalizar la caridad, hacer presente a Cristo”, porque “los pobres necesitan ser bendecidos y tratados con cariño y respeto”. Me encomiendo a su oración para seguir cultivando el corazón y atender con diligencia, compasión y dignidad a todos, especialmente mis hermanos seminaristas, a quienes la Iglesia me llama a servir.
Que Jesucristo diácono, María la esclava del Señor y san José, el humilde carpintero, me asistan en este ministerio.
Diácono José Isabel Hernández Salazar
Coadjutor | Curso Propedéutico