Es importante recordar en primera instancia el aspecto general de los sínodos, para enseguida tomar partida en el que está reflexionando nuestra Iglesia Católica. Los sínodos fueron creados por el Papá Pablo VI en el marco del Concilio Vaticano II con el motu proprio Apostólica Sollicitudo de 1965 para pedir la participación de los obispos de todo el mundo en asuntos de interés para la Iglesia universal y con la intención de mantener vivo el espíritu de colegialidad que nació tras el concilio. Estos sínodos son presididos por el Papa personalmente o por otros medios, en donde se toman decisiones sobre un determinado tema que haya seleccionado el mismo Papa de aquellos que fueron propuestos por la colegialidad de los obispos. En el caso concreto de este Sínodo que se está llevando actualmente el tema elegido es: “Por una Iglesia sinodal: comunión, participación y misión”. Que corresponde a las características propias de universal, actual, de urgencia, con relevancia pastoral y sólida base doctrinal que lleve a la ejecutividad.

El Intrumentum Laboris o documento de trabajo de este sínodo, que no es un borrador de las conclusiones finales, sino un texto provisional para focalizar la discusión durante la asamblea, nos comparte en su número cuatro que hay ciertas particularidades que vive la Iglesia en diferentes regiones, tales como: las guerras, que exigen una construcción de una paz justa; el cambio climático, que tiene prioridad en el cuidado de la casa común; los sistemas económicos que producen desigualdad y explotación; la experiencia de sufrir persecución hasta el martirio; el creciente pluralismo cultural que lleva a un secularización mas intensa. Situaciones que no dejan de tener sed de la Buena Nueva del Evangelio, y que hace evidente la urgencia misionera. Siendo conscientes que lo que se encuentra en juego en nuestra época es la capacidad de anunciar el Evangelio caminando junto a los hombres y mujeres en el lugar en donde se encuentren.   

El Papa Francisco en su discurso de inicio del proceso sinodal, publicado en octubre del año pasado, nos recordó que un sínodo es un sondeo de las opiniones, un momento eclesial, en donde el protagonista es el Espíritu Santo, que ha llevado a reflexionar en aquello mencionado por el Evangelista san Juan, “que todos seamos uno” (Cfr. Jn 17, 21). Estamos llamados a la unidad, a la comunión, a la fraternidad que nace del sentirse abrazados por el amor de Dios; lo que no hace caminar juntos en un único Pueblo de Dios, haciendo experiencia de una Iglesia que recibe y vive la unidad, abriéndose a la voz del Espíritu Santo.

El Papa Francisco ha querido que en este sínodo se reflexione de modo especial en la comunión, la participación y la misión, siendo conscientes que el primer y tercer término nos recuerdan las expresiones teológicas que designan el misterio de la Iglesia. La comunión expresa la naturaleza de la Iglesia, que ya había precisado el Concilio Vaticano II, pero también nos recuerda que ha recibido la misión de anunciar el reino de Dios. De igual manera, ambos términos unidos buscan que se contemple y se busque imitar la vida de la Santísima Trinidad.

Con respecto a la participación, el Papa recuerda que en la Iglesia se debe expresar la sinodalidad de una manera concreta en el caminar y en el obrar, en donde se implique realmente a todos, pues la comunión y misión corren peligro de quedarse como términos abstractos sino es de tal forma. La participación es una exigencia de la fe recibida en el bautismo que hace a todos partícipes de la vida y misión de la Iglesia. Que, aunque se ha avanzado en este aspecto aun cuesta trabajo y obliga a voltear a ver a quienes aún continúan quedando al margen.

Este sínodo es una gran oportunidad para una conversión pastoral en clave misionera y ecuménica, pues se busca una Iglesia sinodal, es decir, un lugar abierto, donde todos se sientan en casa y puedan participar, además de ir acercándose al ideal de una Iglesia de la escucha hacia los hermanos y hermanas acerca de las esperanzas que poseen, las crisis de fe, las urgencias de renovación pastoral; pero también de escuchar el Espíritu en la adoración y la oración. Es la oportunidad de ser una Iglesia cercana con actitudes de compasión y ternura, que es propio de la Iglesia del Señor, aquella que se hace cargo de las fragilidades y las pobrezas del tiempo, curando heridas y sanando corazones.

Hermanos “que este Sínodo sea un tiempo habitado por el Espíritu”, Papa Francisco.

Marco Antonio Torres Zavala | 3ero de Teología