12 Sep 2015

HELLO! 1

Homilía pronunciada por el Emmo. Sr. Cardenal Francisco Robles Ortega, Arzobispo de Guadalajara y Presidente de la CEM, en el cuarto día del VI Congreso Eucarístico Nacional, en Monterrey.

Venerables hermanos en el episcopado y en el sacerdocio, distinguidas autoridades, hermanos y hermanas todos, en el Señor.

Querido Pueblo de Dios, con motivo del VI Congreso Eucarístico Nacional, hemos sido congregados alrededor de la mesa de la Eucaristía como verdadera familia de Dios, conscientes de que es precisamente, del banquete Eucarístico, del Pan y la Palabra, de donde mana, como agua siempre viva y saludable, la fuente perenne de la gracia de Cristo, cuya “ofrenda de amor” se yergue como auténtica “alegría y vida de la familia y del mundo”.

Convocados, pues, por la voz del Padre celestial e impulsados por la fuerza del Espíritu Santo estamos a los pies del altar de Cristo para invocar su Santo Nombre y elevar, agradecidos, el cáliz de la salvación. ()Cf. Sal 115).

Como ambientación previa, durante varias semanas, y en comunión y participación de la Iglesias locales de nuestra Patria, se ha llevado a cabo un detallado programa de preparación pastoral para cada diócesis, con implicación de las tareas pastorales fundamentales y de las pastorales especiales, así como de los diversos grupos, movimientos y comunidades eclesiales.

Por otra parte, se ha acompañado esta preparación mediante reflexiones teológicas y pastorales, con el fin de “considerar, unánimemente, con mayor profundidad un determinado aspecto del Misterio Eucarístico” (RCFM n 109) que sin duda tienen su culmen en la propia Celebración litúrgica de la Pascua del Señor y en la Adoración del Santísimo Sacramento cuya pública veneración hace presente y fortalece los vínculos de caridad y de unidad (cf. Ib., 109) no solo al interno de la Iglesia sino también, como verdadero fermento de caridad y de unidad del mundo entero.

Queridos hermanos, el presente Congreso Eucarístico Nacional se viene desarrollando bajo el tema: “Eucaristía, ofrenda de amor: alegría y vida de la familia y del mundo”.

Un tema fuertemente evocado y provocante. Se pondera, con este tema, uno de los aspectos fundamentales de la Eucaristía. Sin duda, hemos de considerar la Eucaristía esencialmente como “ofrenda de amor”. A este respecto, en la exhortación postsinodal Sacramentum caritatis, el Santo Padre Benedicto nos recuerda que el Misterio eucarístico “es el don que Jesucristo hace de sí mismo, revelándonos el amor infinito de Dios por cada hombre” (n.1). De hecho, hemos escuchado, en la primera lectura, de San Pablo que con toda parresia declara: “Cristo Jesús vino a este mundo a salvar a los pecadores, de los cuales yo soy el primero” (1Tm 1,15). Y esta salvación ha sido posible gracias a la ofrenda que el Señor Jesús ha hecho de sí mismo, a la oblación de su propia vida, de su Cuerpo y de su Sangre.

La ofrenda, por lo tanto, que se presenta en el altar del Señor y ante si trono glorioso, ya no es, como lo exigía la primera Alianza, la de un “cordero macho, sin defecto, de un año” (cf. Ex 12,5). Ahora se trata de la ofrenda de la Sagrada Humanidad del Hijo de Dios. Hermanos, confesión de fe innegable es que la Persona divina de Nuestro Señor Jesucristo es la que se ofrenda, en sacrificio de amor, todos los días en la Santa Misa.

Esta verdad la tiene presente el autor de la carta a los Hebreos: “En cambio, Cristo…. penetró en el santuario una vez para siempre, no presentando sangre de machos cabríos ni de novillos, sino su propia sangre” (Hb 9, 11-12). Y San Pedro así lo expresa en su primera Carta: “Y sabed que no habéis sido rescatados… con algo caduco, con oro o plata, sino con la Sangre preciosa de Cristo, cordero sin tacha y sin mancilla” (1Pe 1, 18-19).

La Eucaristía es la ofrenda en Persona del mismísimo Hijo de Dios, Cristo, Señor nuestro. Y su ofrenda es perfecta ofrenda de amor. “En el Sacramento eucarístico –dice el Papa Benedicto-, Jesús amándonos “hasta el extremo”, hasta el don de su cuerpo y de su sangre” (SC, 1).

No es posible que fuera de otra manera, el amor, si es digno de llevar ese nombre, ha de ser amor hasta el extremo. Y el amor del Señor Jesús que es amor divino, con mayor razón es un amor indefectiblemente “hasta el extremo”. El Señor Jesús nos ama sin medida, sin condición, sin reproche, sin mérito nuestro. Se ha entregado en sacrificio solo por amor: “Por eso me ama el Padre, porque doy mi vida… Nadie me la quita; yo la doy voluntariamente. Tengo poder para darla y poder para recobrarla” (Jn 10, 17- 18).

Así, el Señor Jesús, en la ofrenda concreta de su vida, nos precede y nos indica el camino: el amor auténtico exige el sacrificio y es capaz de la ofrenda total a favor de la persona amada, el amor auténtico no le teme a la prueba ni a la tribulación. “El amor todo lo cree, todo lo espera, todo lo supera” (1Co 13,7). Mientras no se llega a la prueba de fuego del “dolor” por el ser querido, el amor aún es incierto. Pero si ese amor es capaz de soportar –y triunfar sobre- penas y sinsabores, de compartir la enfermedad, la tristeza, la angustia o el miedo, de encarar incluso la traición y la infidelidad, entonces sí que puede ser considerado un “amor hasta el extremo”. Hasta el punto de dar la vida por quien se ama (cf. Jn 15,13).

De este modo, en el seguimiento del ejemplo oferente de Cristo se nos indica –con radicalidad evangélica-, a cada uno como persona y a todos como familia, un camino de vida nueva. El amor del Señor Jesús es amor de gratuidad, amor de perdón, de reconciliación y de paz, amor de misericordia y de oblación plena.

Esta plenitud de amor constituye hoy, en el contexto celebrativo del VI Congreso Eucarístico Nacional, una verdadera fuente de “alegría y vida para la familia y el mundo”. Cada persona, cada familia, el mundo entero, está llamado a comprender la altura y profundidad de semejante amor (cf. Ef 3, 18) y, a vivir conforme el modelo de este amor divino, oblativo, cuyo referente único es Cristo, el Señor (cf. Jn 13,34).

En este momento crucial de la historia del mundo y de México, nuestra Patria, quiero proclamar en nombre de Dios que sólo en la vivencia, concreta y cotidiana del amor a ejemplo de Cristo, podrá la familia y el mundo experimentar una profunda y verdadera reconstrucción. Ofrenda de amor de Cristo será alegría y vida para la familia cuando en la familia, todos; los padres, los hijos, los hermanos, los esposos imiten y configuren su vida con tamaño amor. Sólo en el amparo de este amor eucarístico, los esposos, hombre y mujer, podrán vivir su amor en fidelidad y respecto; los hijos vivirán su filiación en obediencia, honra y ayuda a sus padres; los hermanos serán capaces de convivir en auténtica fraternidad, fuera de envidias, egoísmo u orgullos; los esposos guiarán en disciplina y ternura a sus hijos.

Este es el único camino, -el del amor eucarístico-, mediante el cual, la familia, podrá ofrecer los frutos que le corresponden a su identidad y misión en el mundo, conforme el proyecto designado por el Padre desde la creación del mundo. Jesús nos ha dicho hoy en el Evangelio: “No hay árbol bueno que produzca frutos malos, ni árbol malo que produzca frutos buenos. Casa árbol se conoce por sus frutos” (Lc 6 43-44). Y la sagrada Escritura atestigua que los frutos, buenos o malos, brotan del corazón del hombre: “Porque de dentro del corazón de los hombres, salen las intensiones malas, fornicaciones, robos, asesinatos, adulterio, avaricias, maldades, fraude, libertinaje, envidias, injurias, insolencia, insensatez. Todas estas maldades salen de dentro y contaminan al hombre” (Mc 7, 21-23).

Pues bien, par que en todo tiempo y momento, y máxime en los momentos de mayor adversidad, los frutos, sean de bondad, y no de maldad, la familia y el mundo hemos de realizar nuestra vida en el camino del amor oblativo, del amor eucarístico de Jesús.

Al vivir el amor eucarístico en familia, los frutos serán sorprendentemente distintos. La familia vivirá en “alegría, paz, paciencia, afabilidad, bondad, fidelidad, modestia, dominio de sí” (Gal 5, 22-23). “Pues los que uno siembre, eso cosechará… el que siembre para el espíritu, del espíritu cosechará vida eterna” (6,7-8). Hermanos, con la fuerza de la Eucaristía, con la fuerza de esta “ofrenda de amor”, no nos cansemos de hacer el bien. Por tanto, mientras tengamos oportunidad, hagamos el bien a todos, así la familia vivirá en plenitud de alegría y vida.

Plenitud que sólo se encuentra en el amor oferente de Cristo Jesús. María Santísima de Guadalupe, la Madre del verdadero Dios por quien se vive, la Madre del Amor oferente, sostenga, defienda y guíe las familias de nuestra amada Patria para que cada una de ellas viva en fidelidad y coherencia el proyecto de amor que el Padre de toda bondad ha designado que ellas realicen. Y así, la Eucaristía sea fuente de alegría y vida plena para cada familia y cada persona de esta bendita tierra, amparada por la presencia privilegiada de la Madre de Dios.