23 Oct 2018

Siempre que me ha tocado hablar de discernimiento vocacional con algún joven, retomo una idea del propio discernimiento ignaciano: ”para saber si el discernimiento de espíritus es bueno, es necesario que en el corazón haya paz y gozo”. Paz que sólo nos da Jesús.

He escuchado que algunos sufren por no atender el llamado que intuyen en su vida, otras percibo, cómo el llamado que Dios les hace, los pone en aprietos, no encuentran la solución al desprendimiento, a la renuncia, al seguimiento radical de Jesús. Muchos otros viven sin paz, no porque la mirada de Dios se haya escabullido; sino por el afán permanente de repudiar su mirada.

La paz que Dios da se percibe, siempre y cuando, uno acepte la mirada de Dios en su vida. Y es que a veces vivimos desacreditando la mirada de Jesús, haciéndonos indiferentes a su mirada. Difícil de entender, sobre todo porque la mirada de Dios es permanente.

La paz que Dios da, genera en nosotros la confianza de sentirnos respaldados por Jesús. Y es entonces que en nuestro discernimiento brilla la luz de la quietud. ¿Qué hacer cuando no hay paz? San Ignacio de Loyola decía que cuando no hay paz, no hay que hacer mudanza; es decir, no es momento de tomar decisiones.

Ahora bien, dentro del discernimiento vocacional, no perder la paz, es algo muy importante. Este anhelo del corazón suena en nuestro interior, y con ello el camino es más fácil. No pierdas de vista que Dios está contigo, que su mirada permanece, que aunque llevamos la gracia en vasijas de barro; Jesús es el primero que se arriesga con nosotros, se sube a nuestra barca y nos pide que lancemos las redes. Y es entonces en que la decisión de seguir a Jesús se hace más llevadera, es en su nombre, con la confianza de que Jesús está conmigo, en que me puedo lanzar, en que puedo remar hacia adentro del mar. No sé qué tantos peces pescaré, pero estoy seguro y confiado en que él me ha pescado a mí y yo lo he pescado a él.

Confiar en Jesús nos trae la paz, incluso en la adversidad, nada puede quitarnos la paz del corazón. Leemos al Cardenal Van Thuan, en su libro, “Cinco panes y dos peces” que, ante la dura crisis que percibía al estar en la cárcel, saberse acompañado por Jesús lo hacía libre. La permanencia de Jesús en la cárcel, en el hospital, en donde nos realizamos, en la vida misma, nos hace libres. Nos da la seguridad de no estar abandonados y aunque la soledad nos puede jugar el duro truco de la desconfianza, Dios no nos abandonará jamás. Su permanencia real, nos da la fortaleza de seguirlo, su permanencia real nos da la certeza de que existe, de que va a nuestro lado y se la juega con nosotros.

Por eso la importancia de comer su Cuerpo y su Sangre, de comer su Palabra, de tenerlo siempre con nosotros, buscar estar siempre con Él. Sabiendo que Él vive con nosotros es una motivación siempre nueva: Les dejo la paz, les doy mi paz. La paz que yo les doy no es como la que da el mundo. Que no haya en ustedes angustia ni miedo, es la certeza de que está con nosotros, de que nos mira con amor y no nos abandona.

En tu discernimiento vocacional, pregúntate: ¿Qué tanto siento la mirada de Dios en mi vida? ¿Me oculto ante ciertas acciones? ¿Permito que mi única seguridad sea Jesús o busco otras seguridades que compensen mi vida? Cuando comulgo en la Misa, ¿Percibo la presencia amorosa de Jesús que me mira con amor y no me abandona? ¿He tomado decisiones vocacionales sin paz? ¿He pedido ayuda ante esto?

Pbro. Darío Fco. Torres
Director Espiritual
Seminario Menor.