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Vocación y castidad, dos palabras que quizá sean fácil de definir, pero en el diario caminar son difícil de escuchar y vivir. Si volteamos a ver a todo lo que ofrece el consumismo y el individualismo, encontramos que estas dos palabras no ofrecen lo que el mundo ofrece.
La vocación ofrece el discernimiento, por el cual entramos en lo más profundo de nuestro ser para reconocernos como hijos amados por Dios, capaces elegir.
La vocación también ofrece entrar en un dialogo personal con Dios, que nos ayuda a descubrir nuestro verdadero camino a la santidad dando una respuesta libre que significará una donación a Dios y a nuestros hermanos.
Junto al don de la vocación, tenemos la castidad, regalo de Dios a la humanidad que nos une a él en la ternura de su amor. Tristemente se cree que la castidad es solo para los padrecitos y las monjitas, esta es una idea absurda pues, aunque están llamados a vivirla no se limita a la continencia por el Reino de los Cielos (eso es el celibato, cosa distinta); la castidad se puede vivir en cada persona, sacerdotes, religiosas, solteros y matrimonios, pues la castidad el recto uso del amor humano.
Podemos finalmente dirigir nuestra mirada a María santísima, un gran ejemplo de la castidad y servicio. Ella que fue inmaculada desde su concepción, nos enseña cómo vivir este don: en el llamado de María, ella responde con una entrega total, tanto que es capaz de autonombrarse la sierva de Dios. La vocación y la castidad, son un llamado a servir al igual que nuestra Madre del Cielo, no con manifestaciones extraordinarias, sino con los pequeños detalles que encontramos las diversas situaciones de la vida. Hoy la Iglesia necesita de cristianos que respondan al llamado de Dios para ser mensajeros de su ternura y de su amor.
Gilberto Pérez Castro (2do. de Filosofía)
Revista San Teófimo No. 139