07 Jun 2019

Si te preguntaran qué es lo primero que te viene a la mente cuando escuchas la palabra familia ¿qué contestarías?

En lo personal cuando yo escucho la palabra familia pienso en mis padres, hermanos, cuñadas, sobrinos, como un todo. Como ese regalo que Dios me ha dado, pues es ahí en donde he crecido en lo humano y en lo espiritual. Y ahora desde hace siete años que comencé la formación sacerdotal, tengo una nueva familia espiritual: mis hermanos seminaristas y padres formadores con los cuales comparto el día a día de nuestra vocación.
Nosotros como cristianos tenemos un modelo de familia de la cual podemos aprender de sus valores e imitar en sus virtudes, me refiero a la Sagrada Familia integrada por Jesús, José y María.

De las primeras imágenes que tengo en mi memoria de la Sagrada Familia, es cuando de niño, mis papás me llevaban junto con mis hermanos a rezarle al niño Dios en la Navidad, y me llamaba la atención las figuras de cerámica de José y María por su tamaño, considerablemente grande y que contrastaba con la pequeñez del niño Dios (Jesús). A mi parecer esos padres de cerámica, por su tamaño grande e imponente, eran capaces de cuidar y proteger a ese recién nacido. Esos pensamientos infantiles no estaban muy distantes de la realidad, pues en los evangelios se narra cómo José protege a Jesús, huyendo a Egipto junto con María para librar al niño de la muerte a manos de Herodes (cfr. Mt 2, 3-15).

En la actualidad es preocupante la baja el número de cristianos que optan por unir sus vidas a través del sacramento del matrimonio. Tal vez exista un temor al compromiso a largo tiempo o es probable que hayamos sido testigos del fracaso de algunos matrimonios. Como Iglesia, necesitamos alentar a los jóvenes a que unan sus vidas mediante el sacramento del matrimonio, que su unión forme familias santas y sagradas como la familia de Nazaret.

Todos necesitamos de una familia, de su cobijo, de su amor, pidamos a Dios por intercesión de la Sagrada Familia, que libre a las nuestras del descalabro moral y humano. Y que como Iglesia, podamos ofrecer espacios de acompañamiento y asesoramiento sobre cuestiones relacionadas con el crecimiento del amor y la superación de los conflictos. (cfr. Amoris Laetitia cap. 2)

Miguel Ángel Colchado
2do. de Teología
Revista San Teófimo No. 142