Hablar acerca de la familia es traer a la memoria múltiples beneficios de nuestra historia personal, si bien es cierto que no todos hemos podido disfrutar de una familia perfecta, es un espacio donde nos sentimos acogidos, seguros, amados. La familia constituye toda una referencia, algo ineludible a la hora de entender un rostro, de descifrar una herida o por qué no, de agradecer una vocación.

Es la familia el lugar donde hemos compartido la vida, decir familia es decir amor, acogida, incondicionalidad, es decir, don de Dios. Atesoramos en el corazón muchísimos momentos donde, desde la sencillez y simpleza de la vida, encontrábamos refugio seguro, pero también referencias.

La familia hay que decirlo bien, es el espacio que Dios tenía destinado para nosotros como proyecto previo, a la acogida de un don tan alto como lo es la vocación sacerdotal. En mi caso, en mi familia encontré el modelo de una madre que, antes de dormir oraba a Dios y que me decía: “Hijo, junta tus manos, da gracias a Dios y descansa”. Fue con mi familia que yo emprendía esas aventuras llamadas “peregrinaciones” o fue en el contexto familiar, que yo aprendí valores que hoy me han hecho grande como persona: el trabajo, la responsabilidad, la libertad, pero sobre todo la generosidad y el amor, claves básicas a la hora de entender la llamada y la respuesta de una vocación.

La familia es madre porque acoge, porque corrige, porque ama. Es madre porque consuela, porque protege. Y sobre todo, es madre porque vela por nosotros, porque ahí en la familia, Dios quiso poner en el corazón de muchos jóvenes el don de la vocación. Es nuestra familia quien en las horas más bajas ha servido de aliento, quien en los momentos más grises ha sabido llenar de color la existencia. ¿Cómo no agradecer a Dios el habernos dado una familia?

Y ahora pienso en la familia de Jesús, el único sacerdote. María, con ese perfil que traza de ella el Evangelio, como la mujer amorosa, tierna, la mujer que supo cumplir con creces su misión de madre. Pienso en José, desde el silencio. ¡Qué ejemplo le dio José al niño, para que al momento de hablarnos de Dios, Jesús recurriera a la imagen del Abba! ¡En Nazaret se respiraba amor!

La familia ha sido pensada por Dios para llevar a cabo también nuestro proyecto de salvación. Es indispensable en el desarrollo histórico de una vocación echar un vistazo a esa experiencia de familia que hemos tenido. La familia que es consciente de su papel y misión en el mundo no tiene miedo de cultivar la vocación en sus hijos. El mundo les reclama. Dios les invita. Don de Dios, la familia y la vocación.

Carlos Alberto Ramírez Sánchez.
Tercero de Filosofía.
Revista San Teófimo No. 142