El Maestro Jesús llamó a sus apóstoles, primero para que estuvieran con Él y segundo para enviarlos a predicar (Mc 3,14), fue de este modo que el Maestro Jesús formó una comunidad. El ejemplo de Jesús y la misma vida en comunidad, con las distintas personalidades de cada uno de sus miembros, con la diversidad de carismas que cada uno ponía al servicio, la vida en común y el amor que ahí se vivía, eran elementos formativos que iban marcando la vida de los apóstoles en su configuración con Jesús.

Las comunidades parroquiales de origen de los seminaristas, aun teniendo en cuenta la separación que la opción vocacional lleva consigo, siguen ejerciendo un influjo en la formación del futuro sacerdote, al acogerlo entrañablemente en los tiempos de vacaciones, al respetar y favorecer la formación de su identidad presbiteral, y ofrecerle ocasiones oportunas y estímulos vigorosos para probar su vocación a la misión.

El sacerdote proviene de una comunidad cristiana y a ella regresa, para servirla y guiarla en calidad de pastor; es por eso que el seminarista, primero, y presbítero, después, tienen la necesidad de un vínculo vital con la comunidad. Ella se presenta como un hilo conductor que armoniza y une las dimensiones formativas.

Otra comunidad importante es la de apostolado, donde cada fin de semana el seminarista pone en práctica lo aprendido en su formación. El compartir es recíproco, porque dependiendo las necesidades de la comunidad, ésta va enseñando qué es lo que el seminarista tiene que ir trabajando y formando para su futuro ministerio.

Una comunidad más, que forma parte de la formación sacerdotal, son las comunidades a las que asistimos de colecta del “Día del Seminario”, en ella el seminarista agradece al pueblo de Dios por su ayuda espiritual y su ayuda material. Es la oportunidad para rendir cuentas de su avance y trabajo, porque la comunidad responde al llamado en ayuda de las necesidades del Seminario, el seminarista está obligado a responder con buenos resultados.

La comunidad de fieles son el ejemplo por el cual los jóvenes se animan a llevar su estilo de vida a una forma más radical, entregando su vida a Dios en la vocación sacerdotal.
Es deber de toda la comunidad fomentar las vocaciones con una vida totalmente cristiana, con su oración incesante, su preocupación por las vocaciones sacerdotales, con su unidad, vida de fe y el ejercicio de la caridad. Es decir, cada comunidad tiene el sacerdote por el que pide y trabaja.

Juan Carlos López Martínez
Tercero de Filosofía