- BY Seminario de Monterrey
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Una dolorosa despedida, una promesa de vida después de la muerte, un “último” adiós, la certeza que en el cielo los volveremos a ver, entre otros gestos… Eso es lo que nos acompaña y consuela cuando un ser querido termina este peregrinar terrenal.
México ofrece a todo el mundo una rica tradición en torno a nuestros seres queridos que han partido a la casa del Padre: “El día de muertos”. La tradición de nuestro país basado en las tradiciones culturales de origen prehispánico, ha dedicado este día para hacer presentes a quienes han terminado este peregrinar, y ahora gozan en la casa del Padre.
La muerte es un tema que la iglesia aborda con esperanza: “Frente a la muerte, el enigma de la condición humana alcanza su cumbre” (GS 18).
El Catecismo de la Iglesia Católica propone que “La muerte es el final de la vida terrena. Nuestras vidas están medidas por el tiempo, en el curso del cual cambiamos, envejecemos y como en todos los seres vivos de la tierra, al final aparece la muerte como terminación normal de la vida” (No.1007).
¿Quién ha muerto? ¿Quién se ha ido? ¿A quién ya no volveremos a ver? ¿Jamás se repetirá un beso en la mejilla? ¿La muerte borra bellos momentos? ¿La muerte suprime el amor?
Vive en el corazón la figura del abuelo tierno y sabio, o de la abuela amorosa, que cocinaba y tejía. ¡Cómo se extraña aquellos “viejos” a quienes les decíamos “mamá” o “papá”! con quienes comprobamos que en un punto de la vida se invierten los papeles. ¿Ahora quién cuida a quién? –nos preguntábamos desconcertados-. ¡Cómo nos hacen recordar tantas anécdotas, el tío o la tía confidentes! Los primos con los que hicimos tantas locuras y cosas tan imprudentes, como refrescan la garganta y dan un sentimiento de libertad.
Los hermanos y hermanas que han partido, y nos enseñaron mucho, ellos son un hueco en el comedor, pero ya están instalados en su habitación eterna. El esposo o la esposa, compañero de esa unión que la hermana muerte separó; pero heredamos ese lenguaje de amor, que contiene tantos símbolos, guiños y muecas, pues solo entre amados se puede traducir esa única e irrepetible lengua de amor. Todos los que partieron repentinamente, dejando pendiente la reparación de la llave que goteaba, sin poder ocupar el asiento para la premier que se había reservado, sin despedirse y dejando tantas preguntas sin respuestas. En este día recordamos y hacemos presente a quienes han contribuido a formar las personas que somos.
El diagnóstico, la sala del hospital, minutos cruciales, un último suspiro, lágrimas, sepelio, un dolor y un vacío. Una sonrisa, un abrazo, cálido apapacho; una voz que se escucha, una mirada que llega al alma, un agradable aroma; viajes, charlas, cafés, desayunos, comidas y cenas; una vida que hace brotar otra vida; momentos y hechos articulados por el amor, que la muerte no puede borrar; para exclamar como el apóstol: ¿Dónde está, oh muerte, tu victoria? ¿Dónde está, oh muerte, tu aguijón? (1Co 15,55).
Pensar en su muerte nos hace valorar la vida; recordar su vida nos lleva a reflexionar en el momento que terminará la nuestra; lo que nos dieron nos hace ver quiénes somos. Hoy conmemoramos a nuestros difuntos convencidos que su partida no es el final:
Entonces se cumplirá lo que está escrito ¡la muerte ha sido devorada por la victoria! (1Co 15,54b).
Angel Salvador Martínez Chávez
1o. de Filosofía