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“En el tiempo de la gracia te escucho, en el día de la salvación te ayudo. Pues mirad: ahora es el tiempo de la gracia ahora es el día de la salvación” (2 Cor 6,2).
Pocos tiempos litúrgicos, en su retorno anual, habrían dejado tan profunda huella como la Cuaresma en el pueblo cristiano. Este ha sido de verdad uno de los «tiempos fuertes», resultado de una larga historia multisecular por haber convocado a la “milicia cristiana” para la puesta a punto de las armas de la luz, para luchas contra nuestro enemigo el diablo.
En efecto, la Cuaresma que nosotros celebramos es una síntesis de un triple itinerario ascético y sacramental: la preparación de los catecúmenos al bautismo, la penitencia pública y la preparación de toda la comunidad cristiana para la Pascua. La Cuaresma es, entonces, un verdadero acto sacramental puesto a disposición de toda la comunidad cristiana para que reviva y renueve cada año el paso de la muerte a la vida, de la esclavitud del pecado a la libertad de los hijos de Dios, que un día se realizó en el bautismo de cada uno.
El tiempo de Cuaresma dura desde el Miércoles de Ceniza hasta las primeras horas de la tarde del Jueves Santo. La misa de la cena del Señor pertenece ya al Triduo Pascual. La Cuaresma descansa sobre los domingos, denominados I, II, III, IV y V de Cuaresma, y el Domingo de Ramos, el último en la pasión del Señor.
El sentido de la Cuaresma cristiana se puede resumir así: la Cuaresma nos introduce en la celebración, cada año más intensa, del Misterio Pascual de Cristo.
Para Cristo, el Misterio Pascual es su paso triunfal de la muerte a la Vida. El misterio total de la Pasión, Muerte, Resurrección y Ascensión. Es el paso (Pascua), el gran suceso de la historia, el acontecimiento salvador por excelencia. Acto vital y dinámico del Dios poderoso, que nos salva de la muerte por la muerte de su Hijo, y nos introduce en la vida por la Vida nueva en Cristo.
Para nosotros, el Misterio Pascual es la participación en la muerte, resurrección y ascensión de Cristo. Se trata de que también nosotros pasemos, que nos incorporemos al tránsito pascual de Cristo, cada año más profundamente. Este es el eje de toda la historia de la salvación: que lo que se ha cumplido en Cristo-Cabeza se cumpla en todos sus miembros.
La Cuaresma no es, pues, fin es si misma; sino que culmina y se perfecciona en la Pascua. El proceso pascual decisivo para cada cristiano se realiza en tres tiempos morir al pecado y al mundo; morir al egoísmo, que ya es estrenar nueva existencia; celebrar con Cristo el nacimiento a la nueva vida; y vivir con nueva energía y entusiasmo como niños recién nacidos. No se trata de “instruirnos” sobre la Pascua sino de “iniciarnos” en su Misterio.
Por lo tanto, podemos concluir que la Cuaresma es un tiempo de gracia, para hacer una introspección de nuestra vida cristiana, con el propósito de afianzar nuestra condición y dignidad de hijos de Dios. La penitencia, el ayuno y la caridad nos ayuden a forjar nuestro espíritu para amar con mayor libertad a Dios y a nuestros hermanos.
Héctor Elías Morales Montes
2do. de Teología