En toda vocación, la comunicación o el diálogo es un elemento indispensable para que ésta pueda madurar y crecer. Cuando éste componente es débil o simplemente no existe, se corre el riesgo de dar pasos frágiles. En su vida cristiana, el hombre debe comprender la importancia, pero sobretodo, la necesidad que tiene el diálogo con Dios, porque a parte de haber sido creado para vivir unido a Él, también fue hecho para vivir comunicándose con Él y esto se puede propiciar mediante la oración.

La oración es esa correspondencia o relación que tiene el ser humano con Dios a través del diálogo. El hombre, todos los días vive diversas experiencias que lo marcan ya sean de tristeza, de alegría, de miedo, de sufimiento, de éxito, de prosperidad, etc, y que lo deben de impulsar a adherirse más a Él y no alejarse o separarse.

En las Sagradas Escrituras podemos encontrar auténticos diálogos entre Dios y los hombres, dirigiéndose a ellos e indicándoles el camino de la vida. En el Antiguo Testamento podemos encontrar el caso de Ana (1S 1, 9-18) una mujer que experimentaba la aflicción de ser estéril y que le ha provocado una crisis, pero no se queda con los brazos cruzados, ni se deja hundir por el pesimismo y la desesperación, sino que lo resuelve de cara a Dios, hasta lograr su atención. Dios no ignora esta actitud de fe, y a la vez, de abandono en Él, y responde concediéndole un niño. Dios no se limita a darle sólo lo que ella le pidió, le da aún más, porque más tarde ese niño se convertiría en el caudillo del pueblo de Israel. Ana no olvida agradecerle a Dios por el don recibido (1 Sam 2, 1-10), producto de un corazón que se siente atendido y que ha experimentado la misericordia y el auxilio de Dios.

Otro ejemplo lo podemos encontrar en el libro de Ester cuando el pueblo de Israel corría el riesgo de ser exterminado. La reina no se siente capaz de defender a su pueblo, pero encuentra la fuerza en la intervención que ella hace por el pueblo de Israel, al pedirle al Señor que Él fuera su auxilio y ayuda, y de ésta manera manifiesta a la vez, su pobreza espiritual: “¡Señor mío, Rey de todos nosotros, tú eres único! Ayúdame, pues estoy sola; fuera de ti, no tengo a nadie que me ayude; estoy en gran peligro” (Est 4, 17). Por medio de la oración, Dios nos comunica su gracia y su valentía.

Dios siempre escucha el corazón del hombre y siempre está dispuesto a tenderle la mano. Nunca debemos olvidar que fuimos hechos para vivir en comunicación con Dios y la oración siempre nos va a dar la garantía de una vida fortalecida por la ayuda de Dios.

Aldo de Jesús Hernández Hernández
2do de Filosofía