- BY Seminario de Monterrey
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Cada año, nuestro Seminario se viste de gala para celebrar la gracia que Dios nos concede, a todo su pueblo, a través del don del sacerdocio conferido a sus últimos diáconos ordenados, hoy conocidos como “neosacerdotes” (nuevos sacerdotes) de nuestra Arquidiócesis de Monterrey. Esta celebración es parte de una tradición muy especial que vivimos en el Seminario: la de esperar con alegría el momento de compartir con éstos hermanos nuestros la experiencia del amor de Dios que se encarna en ellos, servidores suyos, para vivir en comunidad la celebración de su Cantamisa (primera misa celebrada por un sacerdote ordenado).
Este año, pese las circunstancias que hoy vivimos en la sociedad, hemos podido ser testigos de esta celebración que verdaderamente llena de esperanza los pasillos de nuestro Seminario. ¡Dios hace vida la oración de su Pueblo! Podemos ver, en la persona de cada uno de nuestros hermanos ya ordenados, cómo se cristaliza la promesa del Señor de permanecer siempre en medio de nosotros (Mt. 28, 20), y quienes aún nos encontramos en formación para un día llegar a ese mismo momento, descubrimos cuán bueno es realmente Dios con cada uno de nosotros, y cuán grande es su gracia que incansablemente se nos manifiesta para abrazar nuestras limitaciones humanas. En esta ocasión, Edgar, Pablo, Jorge y Daniel, compartieron con nosotros el banquete eucarístico, mostrando su infinita gratitud con el Señor por ser hoy portadores del inmerecido don del sacerdocio.
Sus rostros, llenos de alegría, me invitaban a reflexionar cómo es que Dios se hace tan presente en un momento de la historia en el que sentimos tanta incertidumbre, frustración y cansancio. Pensaba en que Dios no se olvida de nosotros, que se nos sigue apareciendo en lo ordinario y sencillo para recordarnos que no estamos solos y que vamos a estar bien; que nos muestra caminos de esperanza y nos colma de su amor a manos llenas: ¡hoy tenemos 4 nuevos sacerdotes en Monterrey! Sin duda alguna, éste es un acontecimiento que marca nuestra vocación y motiva nuestro caminar formativo; que impulsa nuestra entrega y alimenta nuestro espíritu. Los nuevos sacerdotes son ya un signo visible de Cristo que vive por y para su pueblo; son nuevos puentes que se abren para que todos podamos acceder al Reino de los Cielos con mayor facilidad; son prueba viva y palpable de la generosidad de Dios ante la oración de su pueblo que ora incesantemente: ¡Señor, danos muchos y muy santo sacerdotes!
Patricio Rico Villarreal
1º de Teología