26 Ago 2020

“Evoco el recuerdo de la fe sincera que tú tienes, fe que arraigó primero en tu abuela Loida y en tu madre Eunice, y sé que también ha arraigado en ti.”
2 Timoteo 1, 5

En torno a la celebración anual del día de los abuelos y de los hermanos mayores, tenemos que recordar una realidad dentro de nuestra fe. La fe es trasmitida por la familia, en mi experiencia a través de la fe de mi abuela.

Cuando era niño, mi abuela me enseñó las primeras oraciones como el Padre Nuestro, Ave María; mis padres la oración del ángel de la guarda y a persignarme. De esta realidad de devoción familiar es cómo surge una primera experiencia de Dios con mi abuela y mis padres.

Mi abuela también me inculcó la devoción del rezo del santo rosario, ya que ella tenía una especial devoción a la Santísima Virgen de Guadalupe, anualmente rezaba el novenario de la Virgen y el día 12 de diciembre, con la ayuda de vecinas y algunas actividades de recaudación económica, llevaba una danza de matachines y al finalizar se compartían tamales. Algunas veces participé como danzante, y mi abuela me mandó hacer el traje para que participara con la danza en veneración a la Virgen.

Terminado el novenario de la Virgen de Guadalupe inmediatamente daba inicio a otro momento fuerte de fe: las posadas. Se realizaba el novenario en distintas casas, mi abuela tenía el misterio de “María embarazada y José buscando posada”, lo ponían encima de unas andas, lo adornaban con guirnaldas de colores y paxtle. A mí me vestía en algunas ocasiones del señor San José y a alguna niña de la cuadra la vestían de la Virgen María.

Estas dos experiencias que aún recuerdo con gran alegría, fueron un pilar importante para mi vida religiosa, sobre todo en la línea de la «devoción popular», sin darme cuenta, y sin tener los elementos de discernimiento ni de conocimiento teológico, estas formas de religiosidad encaminaban desde mi infancia al llamado que Dios me haría para la vocación sacerdotal.

Por gracia de Dios he sido ordenado sacerdote el pasado 13 de junio, día de San Antonio de Padua. Aunque en medio de la pandemia, y con un grupo reducido de familia y amigos, mi abuela estuvo presente en la ordenación, y no pude evitar dirigir una palabra de agradecimiento y de reconocer la presencia amorosa de Dios en mi vida de la fe que me había dado mi abuela. Aún recuerdo esa expresión con la voz quebrada y con algunas lágrimas diciendo: Mi abuela me enseñó a rezar el rosario, es decir mi abuela ha sido una catequista, ha sido quien me acercó a María para ir hacia Jesús. Es el mayor regalo que pudo haberme compartido en mi vida.

Pbro. Edgar A. del Río Reyna