- BY Seminario de Monterrey
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A lo largo de mi vida he experimentado mucho la presencia del Dios amoroso, un Dios que se preocupa por mi bienestar y por mi felicidad. Dios nos llama conociendo nuestras cualidades y defectos, nuestros gustos y pecados, y en mi caso, no fui la excepción.
Desde una edad temprana sentí el llamado de una forma peculiar: de la nada. Según me comenta mi mamá, tenía aproximadamente 5 años cuando de la nada me empezó a llamar la atención el sacerdocio. Mi mamá puso mucha atención en ese punto, y se dedicó al igual que con mis hermanas a hablarnos sobre Dios. Con el paso del tiempo me di cuenta del gran amor que le estaba agarrando a Dios, recuerdo que hasta una vez en mi ingenuidad le dejé un mazapán de regalo y obvio, no se lo comió jajajaj. En fin, Dios poco a poco me fue cautivando con su amor, y yo estaba consciente de ello.
Conforme el paso del tiempo fui dejando a un lado a Dios en mi camino, gracias a las distracciones de la vida, algo que es muy común en la edad que tenía. Me distraje tanto, que olvidé esa pequeña y humilde invitación de Dios hacia mi persona en mi niñez.
Constantemente me preguntaba sobre qué iba a estudiar, había olvidado por completo mi primer llamado, aunque aún seguía mi corazón marcado; ya estaba en prepa y no sabía qué hacer con mi vida. Me sentía inútil, no sentía encajar en alguna profesión. Miraba a mis “amigos” y notaba que ellos no veían al futuro; no soñaban, no oraban, no buscaban crecer, eso me desesperaba, y al final del día, terminé cayendo en su estilo de vida totalmente alejado de Dios. Hasta que una noche todo cambió, mis papás hablaron conmigo debido a mis malas amistades y mis malos actos, y en esos días me puse a pensar aún más en mi y en quien soy, hasta que en un punto, estallé.
Le dije a mi mamá que no sabía qué hacer con mi vida. Recuerdo estar llorando, estaba demasiado dramático, mi corazón iba a estallar, era algo muy inusual. Le dije a mi mamá que me sentía inútil, que no me hallaba en ningún lado, en ninguna vocación. Entre mis lágrimas escuché a mi mamá decirme: -tu ya sabes lo que quieres ser, ya lo sabes solo que te haces el loco-, en ese momento recordé y me vino un choque de emociones, reí y lloré a la vez.
Sentí un alivio y un cansancio tremendo, y ahí mi mamá dijo: -¿y si eres sacerdote?- y yo seguí llore y llore, y la abracé. Podría seguir contando todo lo que Dios hizo por mí, pero no acabaría. Dios siempre buscó y busca lo mejor para mí, y para ti. Él nos ama y sin duda es muy importante conocernos y escuchar lo que nuestra luz interior, que es Dios, nos llama a ser.
Víctor Hugo Lozano Castro
Seminarista | 1er. Año de Curso Propedéutico