- BY Seminario de Monterrey
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El Adviento es un tiempo lleno de riquezas espirituales con las cuales nos podemos preparar para la Natividad del Señor. Esto lo digo porque la liturgia de la Palabra nos presenta varios personajes que nos motivan a permanecer en la esperanza viva en la venida del Señor en el portal de Belén en esta Navidad.
Podemos contemplar al profeta Isaías, que con sus palabras de consuelo nos indica la llegada del Emmanuel, del Dios-con-nosotros. Nos alienta a estar preparados con la esperanza de que todo va a mejorar, de que nuestras tristezas se convertirán en alegría. Y todo eso porque la misericordia de Dios es infinita.
También se nos presenta al precursor del Mesías, al último profeta del Antiguo Testamento, como algunos lo prefieren llamar así. Hablamos de Juan el Bautista, quien, en el desierto, con su vida austera y con sus palabras recias predicaba e invitaba a la conversión, y quien quisiese se bautizaba. Predicó la justicia del Señor, pero también la misericordia. Y como quien conoce realmente su puesto, su ser, se hizo a un lado para que Cristo fuera el que irradiara.
Sin embargo, por el momento, de ellos no se habla este tema, pero si es muy necesario observar todo aquello a lo que nos invitan. Nuestro tema, por tanto, será de la Virgen María.
Ella es una parte muy importante dentro de este tiempo, pues encontramos que la festejamos en diversos momentos, como la Solemnidad de la Inmaculada Concepción el día 8 de diciembre, donde celebramos que fue concebida sin mancha del pecado original. También, y obviamente como mexicanos, con un gran júbilo tenemos la fiesta de la Virgen de Guadalupe. Y para nosotros como regiomontanos también está la fiesta solemne de Nuestra Señora del Roble el día 18, en el cual nos congregamos en la Basílica del Roble para felicitarla y pedirle que cuide de nuestra ciudad.
Destaca mucho la Virgen María, porque a ella le fue anunciado que concebirá un hijo en su vientre por voz del Ángel Gabriel y que este será la salvación para todos. Esto se llevó a cabo en un diálogo de fe y de mutuo amor. De fe, porque ella como el pueblo de Israel, esperaban que Dios se acordara de su misericordia y mandara al Mesías, y de amor porque, ella es fiel a la Palabra, porque ama a Dios y está dispuesta a todo. Entonces, ella dijo que sí a la voluntad de Dios, ella aceptó ser la madre del Salvador. Es un sí que benefició a todos, un sí que, aunque no sabía como iba a suceder tal acontecimiento, confió plenamente en Dios.
Así pues, como hijos de Dios, vivamos este Adviento de la mano de mamita María para poder esperar y disponer nuestro corazón para que Jesús venga a él, e imitarla dando un sí lleno de fe cada día en el servicio a nuestros hermanos, en el amor mutuo en una constante oración. Y, así, fervientes y llenos de esperanza digamos: ¡Ven, Señor Jesús!
Jesús Alfredo López Díaz
Seminarista | Primero de Teología