- BY Seminario de Monterrey
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«¿Cómo fue tu llamado?» Esta es una de las preguntas que más me han hecho a lo largo de mi formación, y me atrevo a decir que quienes caminan junto conmigo, así como los que ya son sacerdotes, coincidimos en afirmar que disfrutamos dar a conocer cómo Dios tocó nuestro corazón en un momento determinado de nuestra historia y nos llamó para que estuviéramos con Él (cfr. Mc 3, 13-14).
Solía pensar que la forma en la que Jesús me había llamado a seguirlo no tenía nada de especial, que se había tratado de algo simple y de poca importancia. Aunque sí quedé con mucha inquietud, lo dejé pasar. Necesitaba tomarme un tiempo para terminar la carrera y meditar profundamente el llamado que se me había hecho, pues no se trataba de cualquier cosa.
No podía dejar todo por cuanto había trabajado tanto por algo que en un principio parecía tratarse de una simple cosquillita. ¡Qué ingenuo fui! Pero Él, que me conoce perfectamente me ayudó a entender que no había sido sino un acontecimiento bello y único que vino a mover (muchísimo) mis planes, a cuestionarme si lo que estaba haciendo (y pensaba hacer) me hacía realmente feliz y, sobre todo, a confrontarme pidiéndome hacer y dar más de lo que ya estaba haciendo y dando. Fue el mismísimo Amor quien se detuvo frente a mí, se acercó a mi corazón y susurró: «Te necesito como trabajador en mis campos. Sígueme». Tiempo después, con mucho miedo, pero también con la seguridad de que quien llama no abandona, por fin respondí: «Va, le entro».
Cuando Jesús te llama a seguirlo, debes saber que es necesario poner atención en todo cuanto acontece en tu vida para así descubrir qué quiere decirte y por dónde te pide que camines. En una Eucaristía escuché a quien presidía decir que la Iglesia necesitaba de sacerdotes que estuvieran dispuestos a dirigirse a todos los rincones del mundo para dar a conocer el Evangelio de Cristo. Fue en ese instante en el que mi deseo de que los demás conocieran lo que Dios había hecho en mi vida tomó muchísima fuerza y me confirmó que el camino que había decidido tomar era el correcto.
Y aquí estoy, en el sexto año de mi formación sacerdotal. El tiempo ha pasado lo suficientemente rápido, pero no por eso he perdido la oportunidad de descubrir en cada una de las etapas la belleza y grandeza que tiene el sacerdocio ministerial.
Entré al Seminario con la ilusión de algún día ser “el padre” que camina junto con su comunidad parroquial, y claro que ese anhelo sigue latente en mi corazón, pero ser «otro Cristo» implica muchísimo más. Se trata de estar para quien lo necesita; de tener un deseo incansable de llevar almas al cielo, todas cuantas sea posible; de consolar cuando en el corazón de alguien que se ha perdido no hay más que sufrimiento; de hacer presente a Cristo en la Tierra y compartirlo; de darme, de darlo a Él; de amar a todos como el mismo Jesús nos ama, «hasta el extremo» (cfr. Jn 13, 1)
Esta es mi más grande motivación y lo que enciende en mí la esperanza de que estaré dispuesto, no dentro de cuatro o cinco años, sino a partir de ahora, al saberme amado por Aquel que me amó primero, a entregar mi vida entera para poder decir, como mi gran amiga santa Teresita, «no me arrepiento de haberme entregado al amor».
Luis Carlos Solís Garza
Seminarista | Experiencia Eclesial