Es en el desierto donde renacemos, es en el desierto donde podemos ver lo necesitados que somos, es en el desierto donde nuestra debilidad se hace presente, donde nos damos cuenta que somos pequeños y que necesitamos una fuerza para poder avanzar, para poder salir adelante, a flote de la autoreferencialidad.

En esta Cuaresma aún con pandemia y queriendo regresar a la vida ordinaria, nos damos cuenta que estamos caminando bajo nuestras propias fuerzas, que no avanzamos, que nuestros pasos son débiles y que quizá caminamos sin sentido, sin ninguna meta.

Nuestros ojos están cegados, caminando bajo las sombras del mundo, no nos ha bastado una pandemia sino que ahora estamos en medio de una guerra y bajo la avaricia del poder. Sin embargo, lo grandioso de todo esto es que aún estamos a tiempo de salir victoriosos, de triunfar de la mano de Dios.

En esta Cuaresma, diferente a muchas otras, Dios nos está hablando y queriendo quitarnos la ceguera y la dureza de piedra que tenemos en el corazón (Ezequiel 11, 19), solo basta aclamarlo, solo basta  llamarle para pedir su gracia, misericordia y paz para todo el mundo (cf. Jeremías 33, 3). Dios nunca nos abandona, es el hombre quien se aleja de Él, pero nunca es tarde para regresar y tomar del agua viva donde nuestra sed es saciada (cf. Juan 4, 14).

En este tiempo que aún no termina podemos tomar una dirección diferente y ver la promesa de Dios presente en nuestras vidas. Aún estamos a tiempo (cf. Joel 2, 12) de caminar bajo la protección de Dios, como aquel Pueblo que sacó de Egipto (cf. Éxodo 15).


Caminemos de la mano de José y María para poder llegar a la Pascua de Cristo y ser hombres nuevos llenos de su gracia.

Dios nos ha hablado al corazón, sigamos caminando, sigamos confiando en Él.

José Albero Pérez Estrada | Experiencia Eclesial