29 Jul 2022

El inicio del evangelio de San Juan es muy peculiar, no solo por el hecho que comienza con un prólogo creado como un himno a la Palabra eterna del Padre: el Hijo, sino además porque continúa con una narración distribuida a lo largo de una semana en donde el evangelista va narrando, poco a poco, la formación de la fe de los discípulos y la creación de la Iglesia. De esta manera, la misma narración evangélica va encaminando al lector a descubrirse parte de esta nueva creación, parte de los nuevos discípulos del Señor.

Es propiamente en el tercer día (cf. Jn 1,29.35) cuando ocurre lo que se puede denominar la creación del discipulado, el llamado de los primeros tres discípulos del Maestro. Y es aquí donde me gustaría centrar la atención, en la escena de este primer encuentro, el momento fundante que cambia la vida y el destino de estos dos (o tres) hombres a partir de su decisión por seguir a Jesús.

El relato del evangelio dice: “Al día siguiente estaban allí de nuevo Juan [el Bautista] y dos de sus discípulos y, fijándose en Jesús que pasaba, dijo: «Éste es el Cordero de Dios». Los dos discípulos, al oírle hablar así, siguieron a Jesús. Se volvió Jesús y, viendo que le seguían, les preguntó: «¿Qué buscan?». Ellos le dijeron: «Rabbí -que significa: Maestro-, ¿dónde vives?». Les respondió: «Vengan y lo verán». Fueron y vieron dónde vivía, y se quedaron con él aquel día. Era más o menos la hora décima” (Jn 1,35-39). La escena continúa con el momento en que estos dos nuevos discípulos del Señor llaman, a su vez, al hermano de uno de ellos (Pedro) para que se convierta, también él, en discípulo.

En esta escena podemos centrarnos a reflexionar en muchos aspectos ya que es muy rica en narrativa y detalles. Sin embargo, me gustaría centrarme en tres pinceladas particulares sobre los que considero, este relato del llamado discipular, hace un énfasis particular y peculiar.

  1. La escucha a la invitación que hace Juan el Bautista. El tercer día de la semana inicial joánica comienza con una profesión de fe de parte del Bautista: “Este es el Cordero de Dios”. Juan el Bautista ya había tenido una experiencia cercana con Jesús al ver descender el Espíritu Santo sobre Él y había dado testimonio sobre ello un día anterior (Jn 1,29-34). Esta experiencia de fe seguramente cambió el corazón del Bautista para siempre y por ello se convirtió en testigo de la Luz, pues esta Luz lo había iluminado y le había otorgado el don de la fe.

A partir de ese momento Juan el Bautista se convirtió en la voz por medio de la cual la Palabra transmitía su mensaje. Y es así como, al inicio de este tercer día, por medio de la voz (Juan el Bautista), se deja escuchar el llamado de la Palabra (Jesús): “Éste es el Cordero de Dios”. Había ahí, escuchando atentamente, dos discípulos del Bautista. Estos dos discípulos no solo oyeron lo que Juan afirmó como profesión de fe, sino que además, captaron el mensaje detrás de esas palabras. El Cordero de Dios es el único que puede salvar, es el único que puede proporcionar la salvación contra el ángel exterminador (Ex 12,5-13).

Los discípulos escucharon lo que su maestro, Juan el Bautista, proclamaba; escucharon que el único que podía salvarlos, del que proviene la vida, era Aquél que señalaba su hasta entonces maestro. Y por ello, decidieron dejarlo atrás. Escucharon la verdad sobre aquel hombre hasta ahora desconocido para ellos y decidieron aventurarse para conocerlo… todo comenzó con una profesión de fe, una declaración de intenciones, y ellos decidieron escucharla.

  • La valentía de querer seguir a Jesús. El relato continúa inmediatamente con el movimiento de los discípulos. El evangelista deja en claro que la importancia no radica en el Bautista sino en aquellos dos hombres que lo han escuchado. Y porque oyeron lo que su maestro les decía por eso pudieron reconocer en Jesús su nuevo Maestro. Nada dice la narración evangélica sobre el pensamiento de los discípulos, sobre sus dudas, ni siquiera sobre una despedida de Juan. La atención se centra en su seguimiento. Y es que en el seguimiento de Jesús hay muchos detalles, muchas situaciones que pasan desapercibidas porque el centro se convierte en el Señor. Todo lo demás es accesorio.

La narración es muy lacónica en la decisión de estos dos hombres. No explicita cuanto tiempo estuvieron detrás de Jesús, siguiéndolo. Solo expresa el hecho que habían realizado una elección de vida. Toda su realidad se había transformado por haberse dado la oportunidad de ir detrás de un hombre del cual les habían dicho era “el Cordero de Dios” el que podría salvarlos de las garras de muerte del ángel exterminador. Por eso, la importancia radica en la valentía de estos dos hombres que dejaron lo que estaban haciendo ese día para seguir a Jesús. Y a partir de ese momento nada en su vida volvería ser igual.

  • El quedarse a vivir un tiempo en donde vive el Maestro. La atención, a partir de este momento, se centrará en Jesús: él propicia el diálogo y las acciones de sus nuevos discípulos. Ciertamente no sabemos cuánto tiempo estuvieron estos dos hombres, hasta ahora desconocidos para el lector, siguiendo a Jesús. Pero, en un determinado momento, el Maestro toma la iniciativa y les pregunta sobre su actuar: “¿Qué buscan?”. Lejos de sorprenderse por el cuestionamiento de Jesús, aquellos hombres parecen determinados en lo que desean: por un lado, reconocen en Jesús su autoridad y por eso lo llaman Maestro; por otro, se descubre su decisión firme de seguimiento, pues quieren conocer el lugar donde habita Jesús.

Saber dónde vive una persona es conocer una parte fundamental e íntima en ella. En el deseo de querer conocer dónde vive Jesús, estos dos hombres no hacen sino afirmar su deseo de querer convertirse en discípulos. La experiencia en el lugar donde vive el Maestro transforma a estos dos hombres y los hace discípulos porque descubren realmente quién es ese hombre al que, por la mañana, han estado siguiendo. Lo acontecido después de ese momento: “Vengan y lo verán”, nadie lo sabe. De este suceso solo queda el recuerdo de la hora. Solo conocemos dos cosas: se quedaron con Jesús y eso los transformó en verdaderos discípulos del Señor.

La experiencia del llamado solo puede reconocerse con la experiencia de la respuesta. Solamente quién es llamado podrá responder a esta intuición cuando vive una experiencia cercana con el Maestro. Es a través de la vivencia con el Señor donde las dudas y las inquietudes se resuelven. Estos dos discípulos siguieron a Jesús y fueron a vivir un día con Él. Pero el cambio que generó en su vida fue interminable, pues a partir de ese momento nada fue igual para ellos. Esa es la experiencia de un discípulo y esa es la experiencia a la cual también a nosotros nos invita el Señor. Solo yendo y viendo donde vive el Maestro podremos descubrir por qué nuestro corazón arde dentro de nosotros cuando vamos de camino y nos explican las Escrituras y parten para nosotros el pan (cf. Lc 24,30.32).

Pbro. Lic. Jaime Jesús Garza Morales

Colegio Mexicano en Roma