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Desde los orígenes de la Iglesia, esta no ha dejado de lado su misión, cada día celebra y administra los sacramentos, anuncia la palabra de vida, y se compromete a favor de la justicia y la caridad. Y esa evangelización produce frutos: da luz y alegría, da el sentido de la vida a muchas personas.
Sin embargo, desde hace ya algunas décadas, nuestra sociedad ha experimentado diversos cambios, de todo tipo; por ejemplo, han ido variando las modas, la manera de pensar, la música, los estudios, la ciencia ha hecho nuevos descubrimientos, hemos crecido en la tecnología y las ciudades han crecido a paso prolongado. En fin, nuestro mundo ha vivido un cambio, y a la par de todo esto, nuestra Iglesia vive también un proceso de cambio, esto lo vemos más claramente a mediados del siglo pasado, cuando el Papa Juan XXIII concibe la idea de convocar un concilio, para poner a la Iglesia en sintonía con los nuevos retos que afrontaba la humanidad. A propósito de esto, el santo concilio dirá:
“Corresponde a la Iglesia el deber permanente de escrutar a fondo los signos de los tiempos e interpretarlos a la luz del Evangelio, de forma que, de manera acomodada a cada generación, pueda responder a los perennes interrogatorios de los hombres sobre el sentido de la vida presente y futura y sobre la relación mutua entre ambas. Es necesario conocer y comprender el mundo en el que vivimos, sus expectativas, sus aspiraciones y su índole muchas veces dramática” (GS, 4)[1]
La esencia de la Iglesia es ser misionera, y con la enseñanza que nos deja el Concilio Vaticano II, debe encarnarse en diferentes culturas y pueblos. Es tarea de la propia Iglesia el analizar si realmente el Evangelio está llegando hoy al mundo y al hombre que sigue necesitado de salvación.
Dirá el Papa Pablo VI algunos años después, que la evangelización es transformar a cada hombre a través de la novedad del bautismo y de la vida según el Evangelio (EN, 41)[2] y esta evangelización consiste en anunciar el Amor del Padre revelado por Cristo en el Espíritu.
Este reto que ha asumido la Iglesia, tiene que ir de acuerdo a los nuevos retos que presenta la sociedad, es aquí donde surge el título “Nueva Evangelización”, que será usado institucionalmente por primera vez por el Papa Juan Pablo II en 1983, decía a los miembros de la XIX Asamblea del CELAM en Haití que el compromiso de los obispos, junto con los presbíteros y los fieles era no la re-evangelización, sino la evangelización nueva. Nueva en su ardor, métodos y expresión.
Aquí la idea central del Papa Juan Pablo era que la Iglesia tuviera el mismo ardor misionero que la distingue, y este la ayudase a no quedarse anclada en el pasado.
Esta evangelización tenía que ser nueva en el impulso interior de los evangelizadores, pues pedía el Santo Padre estuvieran siempre abiertos a la acción del Espíritu Renovador; nueva, porque busca modalidades que sean adecuadas a los tiempos y situaciones, y al mismo tiempo; nueva, porque ha de tener lugar en naciones que hace siglos han recibido el anuncio de la Buena Nueva.
La nueva evangelización no se hace porque la anterior haya estado mal o no haya funcionado; no cambia el evangelio ni lo esencial del Kerigma, mucho menos se trata de una reduplicación de la primera, se trata más bien de atreverse a caminar por nuevos senderos frente a nuevas condiciones en las cuales la Iglesia está llamada a vivir hoy el anuncio del Evangelio. [3] Más tarde, los obispos reunidos en Santo Domingo para la celebración del Descubrimiento de América afirmarán que la nueva evangelización consiste en promover la civilización del amor y de la vida.
Con la nueva evangelización, la Iglesia está llamada a hacer un esfuerzo de renovación para estar a la altura de los desafíos que el contexto socio-cultural pone a la fe, a su anuncio y a su testimonio. Juan Pablo II entendía que la Iglesia no debía cerrarse a sí misma, sino tenía que promover una obra de revitalización, poniendo como centro a Jesucristo, renovando las energías para una misión a través de nuevos caminos capaces de hablar a culturas contemporáneas. [4]
Berzosa hará un resumen sobre el contenido y fin de la nueva evangelización, recordando que esta implica una profunda renovación de la Iglesia; en su síntesis dirá los siguiente:
“Los fines de la nueva evangelización se resumen en éste: redescubrimiento de Jesucristo, del Dios Vivo de la revelación y, desde aquí, promover y hacer realidad la civilización de amor y de la vida, redescubriendo el sentido de la historia y de la humanidad: caminar hacia la realización y consumación del Reinado de Dios.”[5]
Años más tarde, el Papa Benedicto XVI convocó a un Sínodo, cuyo tema principal era tratar la nueva evangelización para la transmisión de la Fe. Afirmará el mismo Papa que evangelizar es un arte, pues muestra el arte de vivir que es llevar a Cristo que es el Camino y la Felicidad. Asumirá también la preocupación de sus predecesores, deseaba también que la Iglesia se dejara regenerar por el Espíritu, para presentarse al mundo con un nuevo impulso misionero que promueva la nueva evangelización.(US,6) [6]
La nueva evangelización no busca que se nos escuche como si fuéramos una empresa o traigamos algún tipo de propaganda, pues no pretendemos el poder ni mucho menos extendernos, sino que queremos servir al bien de las personas dándoles a Aquél que es la Vida.
A manera de conclusión, quisiera citar las palabras de Ring Fisichella, que resumen el quehacer de la Iglesia para poder llevar a cabo la nueva evangelización y continuar con esta tarea dada por el mismo Jesucristo:
“El evangelio es el anuncio siempre nuevo de la salvación obrada por Cristo para hacer a la humanidad partícipe del misterio de Dios y de su vida de amor y abrirla a un futuro de esperanza fiable y fuerte (…) Como puede verse, la nueva evangelización exige la capacidad de dar razón de la propia fe, mostrando a Jesucristo el Hijo de Dios, único salvador de la humanidad. En la medida en que seamos capaces de hacerlo, podremos ofrecer al hombre contemporáneo la respuesta que espera o que debemos provocar.”[7]
Esta es la tarea de la nueva evangelización, que hoy también como Iglesia a la luz del sínodo de la sinodalidad seguimos trabajando. Mientras la Iglesia no se abra a los nuevos tiempos, esta nueva evangelización no podrá llevarse a cabo. La Iglesia que camina con sus hijos, con los hijos de este tiempo contemporánea, aquella que acompaña, acoge, enseña y recibe, es la que está llevando a la vida el evangelio mismo.
Jesús Emmanuel Garza Torres
1ero. de Teología
Fuentes consultadas
- Berzosa, R. (2012). Hablemos de nueva evangelización, para que sea nueva y evangelizadora. (G. Galetto, Ed.). Desclée de Brouwer, S.A.
- Fisichella, R. (2012). La nueva evangelización. Sal Terrae.
- Blázquez, R. (2013). Del Vaticano II a la nueva evangelización. Sal Terrae.
- Benedicto XVI, Carta Apostólica “Ubicumque et Semper” (2010)
- Constitución Pastoral sobre la Iglesia en el mundo actual (1965)
- Pablo VI. Exhortación Apostólica Evangelii Nuntiandi (1975)
- SÍNODO DE LOS OBISPOS (XIII ASAMBLEA GENERAL), La nueva evangelización para la transmisión de la fe cristiana, Lineamenta, Ciudad del Vaticano (2011).
[1] Constitución Pastoral sobre la Iglesia en el mundo actual (1965)
[2] Pablo VI. Exhortación Apostólica Evangelii Nuntiandi (1975)
[3] Berzosa, R. (2012) p.18
[4] SÍNODO DE LOS OBISPOS (XIII ASAMBLEA GENERAL), La nueva evangelización para la
transmisión de la fe cristiana, Lineamenta, Ciudad del Vaticano 2011, p. 11.
[5] Berzosa, R. (2012) p.21.
[6] Benedicto XVI, Carta Apostólica “Ubicumque et Semper” 2010
[7] Fisichella, R. (2012) p. 96