«Señor, tú lo sabes todo, tú sabes que te quiero», le dice Pedro a Jesús resucitado, un diálogo en el que el Señor le pide apacentar su rebaño (cfr. Jn 21, 17). Por una parte, es una frase que, desde una interpretación muy personal, evoca la sabiduría de un Dios que conoce lo más íntimo del corazón del hombre (cfr. Sal 138) y, por otra parte, es para mí, una expresión de humildad que me hace mirar cuan misericordioso ha sido el Señor conmigo y la confianza con que me llama, conociendo lo más íntimo de mi corazón, a apacentar su rebaño.

Soy el diácono Marco Antonio, actualmente estoy cursando el cuarto año de la etapa de Configuración o Teología como quizá muchos la conocen, estoy en la etapa final de la formación inicial. Soy originario del estado de Veracruz, un pueblito llamado Chontla y enclavado en la sierra de Otontepec. Nací en una familia de diez hermanos (cinco hombre y cinco mujeres), de los cuales soy el penúltimo. Mis papás don Jorge, que en paz descanse, y mi mamá, doña Juanita como la llaman en el pueblo, fueron quienes inculcaron en mí el servicio en la Iglesia, un matrimonio de más de sesenta años que sirvieron durante muchos años en la parroquia del pueblo, en el coro, dando catecismo, platicas presacramentales, acompañando matrimonios, adoración nocturna, entre otros grupos a los que pertenecieron. Fue este ejemplo, sin duda, el que desde muy pequeño marcó no solo mi vida de fe, sino también mi vida vocacional, pues eso me permitió tener contacto con varios sacerdotes que desde que tengo uso de razón me invitaban a la vida sacerdotal.

Desde muy pequeño, me llamó la atención el servicio en la Iglesia, fui monaguillo desde los cinco años, se podría decir que crecí en la parroquia, no solo por el servicio al altar, también porque me gustaba estar en la Iglesia. Disfrute mucho de acompañar a los padres a oficiar Misa en las comunidades, que, dicho sea de paso, tuve la oportunidad de visitar algunas el pasado diciembre, ahora como diácono, a hacer celebraciones, fue una experiencia bastante grata. Debo reconocer que desde que estaba de monaguillo llamo mi atencion la figura sacerdotal, recuerdo como me gustaba y admiraba a los padres cuando celebraban Misa y cuando estaba en casa, repetía las palabras que el padre decía. ¡Sí! Fui uno de los que de niño jugaban a celebrar Misa, le daba la comunión a mi hermana y a mis primos remojando una galleta en una taza de café.

Para no extenderme tanto, después de haber estudiado una ingeniería y una maestría, y de estar laborando en una empresa por once años, llegué a Monterrey como gerente de una planta nueva de la empresa en la cual trabajé. Y estando aquí, aquella inquietud que desde niño, Dios había puesto en mí, y que por algunos años parecía haber estado dormida… despertó. Gracias en parte a la convivencia con algunos padres y seminaristas; pero, en definitiva, gracias a la necesidad que  veía en los enfermos y en los más necesitados, Dios me recordó el sueño que de niño había puesto en mi corazón. No fue una decisión fácil, a la edad de treinta y tres años, pero busqué el acompañamiento del Centro Vocacional, y finalmente, después del discernimiento solicité el ingreso, siendo aceptado e ingresando al Seminario de Monterrey en agosto del 2014.

Hoy en día puedo decir que, este tiempo que he pasado en el Seminario, con sus altas y sus bajas, han sido los mejores de mi vida, en los que me he sentido feliz y amado por Dios. He crecido humana, vocacional y sobre todo cristianamente.

Después de unos meses en mi ministerio diaconal, he podido ser nuevamente testigo de la necesidad que tiene el pueblo de encontrarse con Dios, aún y cuando parezca lo contrario, se tiene la necesidad de Él. De la misma manera que hace años, eso me mueve a querer ser instrumento de su gracia.

Hoy con mayor certeza y libertad quiero entregar mi vida al servicio de la Iglesia y para gloria de Dios. Hoy nuevamente, con ilusión y con la confianza puesta en el corazón de Cristo, he solicitado ser ordenado sacerdote, sabiendo que es un don para su Iglesia, y un signo de amor por su pueblo. Sigo diciendo en mi oración, como desde hace unos años: Señor, tú lo sabes todo, tú sabes que te quiero.

Dios los bendiga a todos, no olviden rezar por mí, por las vocaciones, por los sacerdotes y seminaristas, por los jóvenes de nuestras parroquias para que atiendan generosamente el llamado que Dios les hace.

Marco Antonio Cruz Pérez

4to. de Teología