01 Mar 2024

La carta a los hebreos nos dice que «todo sumo sacerdote es tomado de entre los hombres y está constituido en favor de los hombres en lo que se refiere a Dios para ofrecer dones y sacrificios por los pecados. Es capaz de comprender a ignorantes y extraviados, porque está también él envuelto en la flaqueza» (5,1s). Este texto nos deja claro que, en primer lugar; los sacerdotes, no son personas mágicas, divinas o no humanas, como tampoco lo es su origen, pues estos son tomados de entre el pueblo para realizar una función sagrada. Esta misión sagrada consiste en ser puente entre los hombres y Dios. Su ejercicio ministerial consiste en ser “otro Cristo” para el pueblo.

Si bien, el misterio de la Navidad nos deja claro que Dios es cercano, es decir es el Emmanuel, el Dios-con-nosotros; tenemos que reconocer que, en la persona del Hijo del Padre, lo eterno ha irrumpido en el tiempo (la historia) por el maravilloso misterio de la encarnación. Si bien Jesús predicó la Buena Nueva de la Salvación y se entregó por nosotros en la cruz, para después resucitar y con esto vencer la condena del antiguo pecado; su labor pastoral no queda atrapada en el mero recuerdo, sino que la ha perpetuado en el ministerio del sacerdote. El prefacio sobre el sacerdocio de Cristo que se nos propone en el Jueves Santo, nos revela cual es la misión del sacerdote, pues Cristo «con especial predilección y mediante la imposición de las manos, elige a algunos de entre los hermanos, y los hace participes de su ministerio de salvación a fin de que renueven, en su nombre, el sacrificio redentor, preparen para tus hijos el banquete pascual, fomenten la caridad en su pueblo santo, lo alimenten con la Palabra, lo fortifiquen con los sacramentos y, consagrando su vida a ti y a la salvación de sus hermanos, se esfuercen por reproducir en si la imagen de Cristo y te den un constante testimonio de fidelidad y de amor».

La comprensión y doctrina sobre el ministerio sacerdotal, nos enseña que todos los sacerdotes (obispos y presbíteros) gozan del Sacerdocio de Cristo, y ejercen su servicio en una triple función: enseñar, santificar y regir. De manera especial el Concilio Vaticano II nos trasmite que, a los obispos en

«la consagración episcopal, junto con el oficio de santificar, confiere también los oficios de enseñar y de regir» (LG21). Esto también lo desempeñan los presbíteros como próvidos cooperadores de los obispos.

«Ellos, bajo la autoridad del Obispo, santifican y rigen la porción de la grey del Señor a ellos encomendada, hacen visible en cada lugar a la Iglesia universal y prestan eficaz ayuda en la edificación de todo el Cuerpo de Cristo» (LG 28).

Esta triple misión del sacerdote aún es necesaria en el tiempo presente, en donde hay un mundo tan gobernado por diferentes actores sociales, tales como políticos, comunicadores, influencers, que buscan en su autorreferencialismo llevar a las personas a caminos de los que muchas veces deshumanizan, convirtiéndoles en borregos consumidores de modas; así, tenemos que decir, que hoy aún más, el ejercicio sagrado de ministerio sacerdotal sigue siendo necesario y oportuno.

El sacerdote, visto como maestro de la Palabra, aún tiene mucho que aportar, su enseñanza no responde a modas pasajeras, sino que trasmite la sabiduría perene, esa que nos hace voltear hacia el infinito, contemplando en el eterno al Dios cercano. El sacerdote desempeña la función de Cristo Maestro, que nos trasmite la alegría plena. Esa que va más allá de momentos placenteros, posturas e ideologías. El servicio sacerdotal de la enseñanza sin duda, hoy representa un sacramento de la presencia de Cristo que nos indica el verdadero camino a la verdad.

Ahora bien, la misión sacerdotal, como ya habíamos mencionado, no solo consiste en la trasmisión de la doctrina, sino que, como pastores propios, haciendo las veces de Cristo, santifican de manera gratificante al pueblo cristiano. El oficio sacerdotal de santificar, los lleva a la administración de la gracia sacramental; así que, gracias a esta fusión sagrada podemos alcanzar la gracia que viene solo de Dios. Ante cualquier sacramento administrado válida y lícitamente por el sacerdote, la acción es siempre de Cristo; de manera que, esta gracia, no se nos da por la dignidad o santidad del ministro, sino que la gracia viene en virtud del sacramento mismo (Ex opere operato). En este momento de nuestra vida, donde las leyes no siempre son morales, la acción santificante que ejerce el sacerdote, nos hace caminar con mayor seguridad el camino al cielo.

Finalmente, la tercera función sacerdotal, sin duda es la que en nuestro tiempo es más necesaria; se trata de la función de regir o gobernar; esto no es otra cosa que el correcto ejercicio del pastoreo de la comunidad. Existe un saco de activistas que buscan “el bien de la gente”, pero que casi la mayoría de las veces se trata solo de protagonismos y falsos mesianismos, que no solo echan el crecimiento y convivencia social a la basura, sino que terminan por conducir a las gentes a actuar con ciertos parámetros de conducta que lejos de caminar en el sentido de la comunión (comunidad), los lleva a moverse hacia el egoísmo como un autómata programado para elegir y conducirse en la vida con criterios puramente egoístas. La función sacerdotal de regir, consiste en el correcto pastoreo que los sacerdotes deben hacer del pueblo para conducirlos a pastos verdes.

La misión actual del sacerdote, no consiste en convertirse en activista o influencer con alzacuello; sino que, por el contrario; ha de buscar el enseñar, santificar y regir se haga presente Cristo con su misericordia y perdón.

Pbro. Jesús Gerardo Delgado Martínez

Vicerrector del Seminario y Coordinador de la Etapa Configurativa