17 Oct 2025

Vengo de una familia practicante y de una educación del Opus Dei en el Liceo. Gracias a ello conocía a Dios en la teoría, pero fue al integrarme a los grupos juveniles de Corpus Christi que lo empecé a conocer vivo, ardiente, en la alegría, en la gente. Aprendí que a Jesús le puedo hablar como a mi mejor amigo y comencé una relación real con Él.

En la pandemia me invitaron a coordinar Cate, y me enamoré de la vida parroquial. Ese mismo año me enteré que mi hermano se había unido a una comunidad cristiana casi sectaria, y falleció mi papá. Se me movió el tapete y empecé a cuestionar mi fe, lo que me impulsó a investigar más sobre ella y a unirme mucho más a Dios.

Inicié Arquitectura en la UDEM y regresé a misa diaria. En una junta de Cate me llamó la atención la vida franciscana. Empecé a consumir contenido católico como Aquinas 101, Fr. Mike Schmitz y Bishop Barron. Me seguía formando, iba a retiros de silencio de la Obra y participaba activamente en la parroquia. Luego me invitaron a coordinar Fiat; cantar en Misas y Horas Santas se volvió de mis actividades favoritas y comencé a componer mis propios cantos. Inspirado por San Ignacio, San Juan Bautista y San Francisco, tomé la decisión de vivir más austeramente, más desprendido de mi imagen y pertenencias.

Vivía intensamente y enamorado de Cristo, de mi carrera y de la vida. “No me falta nada”, pensaba, hasta que el Señor decidió mostrarme la única perla que me faltaba, la más preciosa: Él mismo. Para obtenerla, tendría que vender todas las demás. Esta realización sucedió el 15 de octubre de 2022, en una peregrinación. Fue al conversar con el P. Jesús Treviño y al hacer oración en el silencio de la montaña, que pude sentir esa claridad, paz y alegría que Dios le da al que hace su voluntad al considerar que quizá Dios me llamaba a entregarme enteramente a Él en el sacerdocio. Esa tarde en Misa, Jesús me hizo reconocerlo a Él como mi mayor anhelo. Sucedieron tantos signos que no ya me podía “sordear”. Fue entonces que al comulgar, miré la cruz fijamente, y le pregunté: “¿Qué quieres de mí?”, y yo escuché: “Yo te quiero todo a ti.”

Después de un camino de oración y discernimiento con ayuda de varios sacerdotes, descubrí que Dios no me llamaba a la vida religiosa, sino al sacerdocio diocesano. Hoy estoy en mi tercer año de formación, primero de discipulado. Me siento feliz; creo que Dios me llama a seguirlo y a estar con Él, y sigo buscando su voluntad día con día.

Seminarista José Emilio Villarreal de la Garza