20 Ago 2021

HELLO! 1

México es un país de extensas culturas, que conjuntan una diversidad única en el mundo.  A lo largo de los siglos hemos visto un devenir en nuestra historia donde esos intercambios culturales hablan de la cimiente de la esperanza, somos un país donde la «esperanza» es una lucha, desde quienes han sufrido la desigualdad, hasta quienes buscan concretar una cultura de trabajo y crecimiento económico; la cimiente de la «esperanza» nace del corazón impetuoso del ánimo de “salir adelante” de saber aspirar a ser una sociedad cada vez más humana desde el pensamiento cristiano.

Es en nuestro México lleno de vida y de una gran biodiversidad, en donde convergen muchos tipos de climas, sonidos, paisajes, montañas, planicies y ríos, donde la geografía también habla de una riqueza incalculable. En sus montañas y valles se han escrito historias sumamente trascendentes; en el valle de México, en el norte de la ciudad capital, en su cerro del Tepeyac, se construye una identidad nacional, con la aparición de María de Guadalupe, la montaña juega un papel importante en la espiritualidad, que simboliza la lucha y el consuelo, y ahora es una casita, la casita sagrada del Tepeyac.

Esa casa es la casa de los mexicanos, en ella (en la Basílica de Guadalupe) se escriben historias contadas desde el terror de la violencia, la enfermedad que vivimos del coronavirus, hasta la alegría de la vida misma. Más que una construcción es un Santuario sagrado que habla de identidad nacional, donde se habla con la Madre, y viendo que nuestra cultura se centra primordialmente en nuestras “mamás”. Con ello la familia juega un papel sumamente importante, es la cuna de los valores, es el lugar donde aprendemos a ser seres humanos en todas sus expresiones.

Sin embargo es notorio también que la familia es un blanco de ataque, donde la disfuncionalidad y la división son el pan de todos los días, veo un México de familias agraviadas por la desconfianza, por el hambre, por la desnudez, por el desaliento ante las faltas de oportunidades. México sufre ante la violencia que se vive en todos los niveles y no debemos acostumbrarnos a vivir en ella.

En el Tepeyac vemos un rostro de identidad, de compañía; en Monterrey también tenemos nuestro Tepeyac, en el cerrito de la Loma Larga, donde vive la Señora de Guadalupe en la Col. Independencia, comunidad que dibuja una polaridad severa ante la pujanza de una ciudad negociante, un barrio que encarna la realidad de un México herido por la desigualdad y el hambre; sin embargo, en nuestro Tepeyac regiomontano también se escriben grande elogios a nuestra madre del cielo, al ser una comunidad llena de fe por quien la patrocina, es una radiografía de lo que hay en toda periferia existencial, el amor de una madre con sus hijos heridos por el dolor del sobrevivir.

A México no le hace falta consuelo, le hace falta más bien dejarse consolar por la presencia de la Virgen María. Recuerdo aquel diálogo entre San Juan Diego y la Virgen de Guadalupe: “¿Qué es lo que aflige?”, “¿Qué no estás bajo mi manto?”, son preguntas que calan en nuestra sangre cultural hasta nuestros días. Sentirnos consolados levanta nuestra autoestima, sentirnos con la convicción que no caminamos solos, que vamos acompañados y que nuestra tierra es bendecida; si fuéramos más conscientes de ello otro fuera nuestro horizonte, y lograríamos escribir nuevas historias de vida y resurrección.

Hemos sido salvados en la «esperanza», a pesar de nuestra corrupción que incide en nuestra defectuosa forma de vivir, no podemos solos; tenemos que ser un pueblo que luche hombro a hombro, donde todos nos escuchemos, donde el que no tiene voz pueda experimentar la amistad al sentirse escuchado, donde los canales del amor a través de las palabras nos hagan entender el arte de vivir y vivir para Dios.

En nuestras comunidades ese es un gran defecto social: “la falta de escucha”, y gran área de oportunidad es que no sabemos decir lo que sentimos, al no tener una cultura de lenguaje espiritual por ende tampoco podemos transmitir lo que tenemos por dentro, y no podemos vivir enmudecidos ante las batallas que estamos librando como sociedad mexicana.

Es cierto que caminamos en una sociedad con muchas grietas sociales pero debemos echar mano de las grandezas que tenemos también, somos un pueblo en lucha, donde las madres se saben levantar a preparar a sus hijos para vivir el día, de padres que labran la tierra y soportan largas jornadas para llevar el sustento a sus familias, de abuelos que cuidan de sus nietos ante las ausencias de sus hijos, de jóvenes que luchan ante la desigualdad y el desamor, en México hay muchos cerros inspirados en el Tepeyac, hay que luchar con fe y seguir adelante llevando a Cristo en el corazón. ¡Amar hasta contradecir al mundo!

 

Pbro. José Luis Guerra Castañeda

Coordinador de Raza Nueva en Cristo

Revista San Teófimo No.155

03 Abr 2020

HELLO! 1

Nos encontramos viviendo uno de los desafíos más fuertes de los últimos tiempos en la historia de la humanidad, han sido días de incertidumbre, de desesperanza donde a veces nuestra fe ha entrado en crisis.

Que interesante es la historia, que nos ayuda a reflexionar; es curioso que cuando el ser humano se ha sentido más capaz, más autosuficiente, es cuando se han visto las grandes pestes, las grandes epidemias. Esto debe ayudarnos hacer una profunda reflexión sobre nuestra vida, sobre nuestra existencia. Somos seres frágiles, seres de polvo, no somos tan autosuficientes ni tan capaces, no tenemos en nuestras manos el destino del mundo ni el ritmo del tiempo. Sin embargo; nada está perdido, es un tiempo de crisis que nos debe ayudar a ser más fuertes, nos debe ayudar a confiar más y a ser mejores cristianos, mejores ciudadanos y mejores católicos.

¿Por qué sentimos miedo? El miedo es un sentimiento muy natural de los seres humanos, que sale a flote cuando estamos en una situación de inseguridad o incertidumbre, pero el miedo no de predominar en aquel que cree en algo que es superior a nosotros. El que confía no teme y el que no teme camina, avanza, construye y da testimonio en tiempos de dificultad.

Estamos a unos días de iniciar la Semana Santa, el tiempo litúrgico que recuerda y actualiza los acontecimientos más importantes de nuestra redención; la Pasión, Muerte y Resurrección de Nuestro Señor. Este año todo será diferente, pero debe ser un buen momento de renovación personal y comunitario, debe despertar en nosotros el sentido de la fe y la adición a nuestra Iglesia. Este año no saldremos en procesión con ramos en nuestras manos, pero desde el interior de nuestras casas si podemos proclamar a Jesús como el rey de nuestra vida y de nuestra familia; quizá no contemplaremos el signo del lavatorio de los pies durante la misa del jueves santo, pero si podremos servir a los que viven en casa; no besaremos la cruz durante el viernes santo, pero si podremos contemplar aquella cruz que cuelga en la cabecera de nuestra cama, y ver en ella la profundidad del misterio que sigue floreciendo en nosotros los cristianos. Este año no encendernos el cirio pascual, pero si encendernos la flama de la fe, la esperanza y la caridad.

Durante estos días donde somos sacudidos por una fuerte tormenta, acudamos a los pies del maestro y pidamos su ayuda y su protección, para que a pesar de la tormenta que sacude la barca de nuestra existencia, encontremos la paz y la calma, y así como contemplaremos al Señor glorioso y resucitado, seamos testigos; que la muerte, la desolación o la enfermedad no tienen las última palabra. Pues la última palabra ya fue dada por Jesús con su muerte y resurrección.

Que la Virgen Santísima sea nuestro ejemplo de fortaleza y que ella nos ayude en estos momentos de adversidad. Recuerda nada está perdido, pronto vendrá la calma.

Héctor Elías Morales Montes.
2do. de Teología