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La esperanza tiene que ver con el futuro, de tal manera que, cuando alguien no espera nada del futuro, no tiene esperanza. Hay, claro está, diversos tipos de esperanza, habrá quien quiere terminar sus estudios, después trabajar, tal vez formar una familia, quizá espera que vayan mejor las cosas en la familia, en el trabajo, en la salud; pero, hay una esperanza que es mayor que todos estos tipos de esperanza y que el Papa Benedicto XVI en la encíclica Spe Salvi llama: «gran esperanza», pues es una esperanza que tiene que ver con el futuro, que va más allá de está vida. Esta esperanza es un don, es decir que no la obtengo por ser muy inteligente, aunque supone la inteligencia, es la esperanza que he recibido cuando se me dio la fe en el Bautismo.
¿Cuál es esta esperanza? Es la esperanza de la vida eterna, el hombre fue creado para la vida, no para la muerte y, es la muerte justamente la que nos mata la esperanza.
Pienso en los jóvenes que sólo ven a su alrededor violencia y muerte, esto les lleva a la angustia, al sinsentido de la vida, esto les arranca la esperanza. Por eso, vamos a plantearnos una pregunta fundamental ¿Cómo suscitar la esperanza? En primer lugar hay que anunciar el evangelio, pues en él encontramos la esperanza en Cristo, y no sólo la esperanza para esta vida, sino esperanza en la vida eterna. Dice San Pablo: «Si nuestra esperanza en Cristo se limita sólo a esta vida, ¡somos las personas más dignas de compasión!» (1 Cor 15,19). Esta claro, lo específico y propio de la esperanza cristiana es la vida eterna, que Cristo con su resurrección nos ha alcanzado. Pero, ¿cómo anunciar el evangelio de manera que despierte la esperanza de aquellos que les ha sido arrebatada o que no se les ha anunciado?
La esperanza en la vida eterna, es decir, la vida plena en Dios, la que no conoce ya la muerte, no se sustrae del dolor o sufrimiento, lo asume, es más, es condición necesaria. «Los sufrimientos del tiempo presente no se pueden comparar con la gloria que se ha de manifestar en nosotros» (Rom 8,18). Parte del anuncio que suscita la fe, lleva implícito la cruz.
La cruz es la que da sentido a la resurrección, la muerte a la vida «el que ama su vida, la perderá; pero el que odia su vida en este mundo la guardará para la vida eterna» (Jn 12,25), la vida futura, ilumina el presente, lo hace llevadero, comprensible, le confiere un sentido. La fe cristiana es entonces fuente de esperanza, de manera que podemos decir que la crisis de esperanza es una crisis de fe, de ahí la necesidad y urgencia de anunciar el evangelio. Un texto de la encíclica Spe Salvi dice: «Quien no conoce a Dios, aunque tenga múltiples esperanzas, en el fondo está sin esperanza, sin la gran esperanza que sostiene la vida (cf. Ef 2,12).
La verdadera, la gran esperanza del hombre que resiste a pesar de todas las desilusiones, sólo puede ser Dios, el Dios que nos ha amado y que nos sigue amando “hasta el extremo”, “hasta el total cumplimiento” (Jn 13,1; 19,30). Quien ha sido tocado por el amor empieza a intuir lo que sería propiamente la “vida”. Empieza a intuir qué quiere decir la palabra esperanza que hemos encontrado en el rito del Bautismo: de la fe se espera la “vida eterna”, la vida verdadera que, totalmente y sin amenazas, es sencillamente vida en plenitud» (Spe Salvi 27).
Pbro. Marcos Montealvo Veras
Revista San Teófimo No. 146