26 Nov 2021

HELLO! 1

Hoy en día nos enfrentamos a una infinidad de problemáticas que cada vez nos agobian más. Una sociedad de consumo nos mueve a buscar siempre “lo nuevo” y a desechar todo aquello que no nos brinda algún beneficio o satisfacción, no solo con las cosas sino también con las personas; una sociedad individualista nos hace creer que podemos prescindir del otro, que no necesitamos de nadie para vivir ni salir adelante; una sociedad relativista, que la verdad está sujeta a lo que cada quién dice o decide; así podríamos seguir y nunca terminar.

Si analizáramos tan solo un poco de todo lo que este mundo nos presenta como “el camino que debemos seguir para alcanzar la felicidad”, encontraremos un común denominador: se prescinde de Dios, así como de todo aquello que se relacione con Él. Esto quiere decir que poco importan la fe, la esperanza y el amor; que poco ha valido la obra redentora de Cristo, que lo que el mundo nos ofrece es mucho mejor. ¡Qué equivocado está!

Ahora bien, ¿en cuántas ocasiones hemos sentido en nuestra vida que no somos dignos ni merecedores de su amor? ¡Muchísimas! ¿Cuántas veces hemos sido conscientes de que el mismo Dios se entregó por nosotros? ¡Muy pocas! Vemos al crucificado e inmediatamente sentimos que no hay mérito alguno por la gracia tan grande que hemos recibido, pero no debemos olvidar lo que escribió san Pablo a los Gálatas, “El Hijo de Dios me amó y se entregó por mí”(Gal 2, 20), Jesús, el mismísimo Hijo Único de Dios nos devolvió la dignidad que a causa del pecado habíamos perdido, ¡qué afortunados somos!

Por eso es necesario gritar y reconocer ante el mundo de hoy ¡cuánto necesitamos de Cristo! Se nos ha olvidado que Jesús vino a salvarnos de la muerte, a librarnos del pecado. Él mismo nos ha dado la oportunidad de levantarnos cuando hemos caído y de dar a nuestra vida el giro necesario para retomar el camino y seguir andando. Tengamos siempre presente lo que significa la Redención. No fue algo que sucedió así porque sí. El deseo de Dios es y siempre será que volvamos a Él.

Esta bella obra de la redención debe recordarnos en todo momento que el amor de Dios por cada uno de nosotros supera los límites de la razón, y que nos llama día con día a responder generosamente con nuestra vida a su voluntad, a “ser santos como su Padre celestial es santo” (Mt 5, 48).

Si nuestro entorno insiste incansablemente en alejar a Dios de nuestras vidas, hagámosle saber lo que santa Teresa de Ávila decía fervorosamente: “¡solo Dios basta!”. Su entrega en la cruz será suficiente para nosotros para enfrentar todo aquello que nos haga sentir poca cosa, y recordar que somos profundamente amados por aquel que dio su vida por nosotros.

Luis Carlos Solís Garza
Seminarista en Experiencia Eclesial

29 Oct 2021

HELLO! 1

Lo absurdo nos rodea envolviendo la existencia como un teatro donde se realiza una interpretación de alguna comedia antigua. Pocas cosas pueden ser vistas con sentido, si se ha prescindido de significado en la existencia. El sentido de vida no tiene que ver con la comprensión de los objetos y de los hechos, sino con un fondo significativo que brinda un contenido profundo tanto a la totalidad de lo real, como a cada una de sus partes.

Este fondo significativo se descubre o se estructura en una experiencia posterior al encuentro con la realidad. Para alcanzarlo, se debe ubicar el origen del que proviene la realidad, y el fin al que tiende en último término. Este proceso es aplicado también al ser humano, único que tiene conciencia de la propia existencia, de modo que el sentido de su vida solo puede ser comprendido al significar la muerte. No refiero aquí solamente a una definición técnica, sino que, en la medida como cada uno sea consciente de su muerte, también será consiente de su vida. Al contrario, quien prefiera olvidar el final de su vida, no puede vivir auténticamente, sino solo en las penumbras de la vida sin-sentido.

A pesar de la tendencia por olvidarnos de la muerte, es indiscutible que el morir es un tema inherente a nuestra naturaleza humana. La angustia por el final de nuestra existencia nos hace preguntarnos si lo que se ha vivido, sentido y hecho tiene alguna importancia. En última instancia ¿qué sentido tiene vivir si en el fin no hay ninguna esperanza? Sin esperanza, solo somos como una cuerda de piano que vibra por un breve momento de tiempo, pero sin importar las circunstancias, dejará de vibrar y quedará en completo silencio. Pero una cuerda no puede angustiarse por su tendencia al silencio como un hombre lo hace por el final inevitable de su vida. Aquí ya hay un atisbo de la semilla de eternidad implantada en el corazón del hombre.

El hecho de darle un sentido a la muerte, aunque sea el sin-sentido, evidencia que en él hay algo más que solo su ser: hay una conciencia de la existencia que anhela que ella misma permanezca sobre el tiempo. La angustia se debe al rechazo de la idea primera sobre la muerte, que siempre tiene un aspecto negativo. Pero la angustia por la muerte indica, no la desesperanza, sino al contrario, el hecho de que tenemos en el interior algo que tiene anhelo de trascender, es decir, tiene esperanza; y ya que solo el que está en potencia de algo puede esperarlo, concluimos que en nuestra constitución como hombres hay una trascendencia incompleta.

La plenitud humana es realizada admirablemente en Jesucristo (GS 22), y el sentido del morir se descubre en la contemplación de la muerte del Hijo de Dios en la cruz. En efecto, la cruz y la muerte resultan escandalosas para cualquiera que quiera simplemente vivir en la tranquilidad de los placeres temporales (1 Cor 1, 23); pero para aquel que quiera alcanzar la plenitud de vida, tiene que experimentar también una muerte plena. Así, para quienes desean tener una vida con el mínimo de preocupaciones, es fácil quedarse en la comodidad y olvidarse de los otros que le necesitan. Qué fácil hubiera sido para Jesús haberse quedado cómodamente en Nazareth con su madre, realizando las faenas cotidianas como hasta entonces; pero la verdadera plenitud de la existencia requiere arriesgar la propia vida en favor de lo más importante, que trasciende a la propia persona.

En conclusión, seguramente quien no entregue su vida en favor de lo que en verdad tiene sentido, padecerá una de las muertes más miserables. Ya decía el salmista: «El hombre opulento no entiende, a las bestias mudas se parece» (Sal 49, 21). La pregunta para cada uno radica en el valor verdadero de lo que realizamos pues, aunque entendemos que hay mayor valor en el amor sobre cualquier bien temporal, en la práctica temo que hemos dejado morir a muchos porque no hemos sido capaces de vivir/morir por los demás.

Sergio Mendoza González
Seminarista | 1ero de Teología

18 Ene 2019

HELLO! 1

Es fácil identificar por lo menos 3 signos o características importantes que representen a los tiempos litúrgicos del Adviento, Cuaresma o la Pascua, pero al llegar al Tiempo Ordinario nos atoramos. Y es que, precisamente el “Tempus per annum” (que en latín significa literalmente Tiempo Durante el Año, y tradicionalmente llamado Tiempo Ordinario) no tiene signos notoriamente particulares o decoraciones tan vistosas o llamativas como otros tiempos, pero eso no significa que por llamarse “ordinario”, su nombre sea sinónimo de “indiferente”, al contrario, el Tiempo Ordinario es algo extraordinario dentro de los cotidiano.

¿Cuál sería pues la característica principal del Tiempo Ordinario? Podríamos comenzar diciendo que la primera peculiaridad de este tiempo es su duración. El Tiempo Ordinario es un periodo largo, que ocupa más de la mitad del año, contando de 33 a 34 semanas de duración, dividido en dos partes. La primera que abarca de 7 a 8 semanas y va desde el lunes siguiente al Bautismo del Señor, hasta el martes antes del Miércoles de ceniza; y la segunda parte de 26 a 27 semanas, que va desde el lunes siguiente al domingo de Pentecostés, hasta el sábado antes del primer domingo de Adviento.

Otra característica muy notoria de este tiempo es el color verde. Los ornamentos del sacerdote y algunos manteles del prebisterio resaltan ese color, que para algunos simboliza la esperanza.

Fiestas importantes como la Santísima Trinidad, el Jueves de Corpus Christi, el Sagrado Corazón y la Transfiguración del Señor se celebran en el Tiempo Ordinario; y no olvidemos la Solemnidad de Cristo Rey del Universo, con la que se da fin al tiempo y año litúrgico, en el último domingo Ordinario.

También, en el Tiempo Ordinario ponemos especial interés en el santoral, es decir en la conmemoración de los santos en cada día, dandonos la oportunidad perfecta para recordar a aquellos que durante su vida vivieron el evangelio de manera heroica y valiente y ahora gozan
en la presencia de Dios, invitándonos al mismo seguimiento de Cristo, y dándonos con su ejemplo la promesa de que es posible vivir el Evangelio.

La característica principal y esencial del Tiempo Ordinario y que lo hace extraordinario, es la maravillosa oportunidad de vivir los sucesos de la vida de Jesús sobre la tierra, sus palabras y gestos, así como sus acciones, dándonos la ocasión para reflexionar las situaciones más comunes de nuestra vida a la luz del misterio de Cristo. Disfrutemos pues este santo Tiempo Ordinario, viviéndolo como Dios manda.

Jesús Pablo Saldívar Castillón
3º. de Teología

25 Nov 2018

HELLO! 1

Seguramente has escuchado hablar mucho de mí y haz visto como los otros dicen amarme, la concepción que algunos tienen sobre quien soy y como es mi reino es muy variada. No los culpo.

Los ojos del hombre han visto muchas cosas, buenas y malas; sus relaciones con las autoridades tanto políticas como religiosas no han sido favorables del todo, y han sufrido mucho daño. Yo soy una figura de autoridad, yo soy Rey y por tal motivo la percepción que puedan tener de mí, puede no ser agradable.

En un principio en la historia judía, mi Pueblo pedía un rey, y mi Padre se los concedió, pero obtuvieron reyes con pensamiento de hombre, que si bien algunos fueron grandes reyes, otros hicieron mucho daño al Pueblo de Israel, pero es parte de los riesgos al elegir a alguien que elija por ti. Mi Reino no es de este mundo, y por lo que mi reinado no es igual al de los hombres, no me preocupa darles órdenes e imponer mi voluntad aun sabiendo que les haría un bien, pero los amo demasiado como para coaccionar su libertad.

Mi reinado se basa en el amor y mi juicio es en base a la cantidad de amor que cada uno da a su prójimo. El amor es lo que me movió a mí a dar la vida por ustedes, a entregarme y a amarlos hasta el extremo. Mi reino también consiste en estar con ustedes, todos los días hasta el fin del mundo yo estoy con ustedes, y en muchas ocasiones me he decepcionado de su indiferencia porque estando enfermo no me visitan, estando hambriento no me dan de comer, estando desnudo no me dan algo para vestir y la indiferencia me hiere.

Se preguntaran que ¿Cómo es posible que no me hubiesen reconocido en estos momentos? Pues han de saber que lo que hacen con los más débiles y los más pequeños, los que más los necesitan, ahí estoy yo, en todos ellos y en ustedes. A los que sean misericordiosos como el Padre lo ha sido con ustedes sepan que en su juicio el amor los premiará, porque al ser misericordiosos sus corazones se asemejan al mío y como yo los amo mucho, al ser semejantes nuestros corazones, no deben temer al juicio del amor.

Ustedes son mi Pueblo y yo soy su Dios y Rey y si su Rey los juzga con el amor, sean semejantes ustedes también, miren, hablen, actúen conforme al amor y serán bienvenidos a mi casa, en la que hay una habitación para cada uno de ustedes.

Mi gracia les basta, Jesucristo Rey del Universo.

Emigdio de Jesús Ochoa.
1o. de Teología.