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HELLO! 1
Hoy en día nos enfrentamos a una infinidad de problemáticas que cada vez nos agobian más. Una sociedad de consumo nos mueve a buscar siempre “lo nuevo” y a desechar todo aquello que no nos brinda algún beneficio o satisfacción, no solo con las cosas sino también con las personas; una sociedad individualista nos hace creer que podemos prescindir del otro, que no necesitamos de nadie para vivir ni salir adelante; una sociedad relativista, que la verdad está sujeta a lo que cada quién dice o decide; así podríamos seguir y nunca terminar.
Si analizáramos tan solo un poco de todo lo que este mundo nos presenta como “el camino que debemos seguir para alcanzar la felicidad”, encontraremos un común denominador: se prescinde de Dios, así como de todo aquello que se relacione con Él. Esto quiere decir que poco importan la fe, la esperanza y el amor; que poco ha valido la obra redentora de Cristo, que lo que el mundo nos ofrece es mucho mejor. ¡Qué equivocado está!
Ahora bien, ¿en cuántas ocasiones hemos sentido en nuestra vida que no somos dignos ni merecedores de su amor? ¡Muchísimas! ¿Cuántas veces hemos sido conscientes de que el mismo Dios se entregó por nosotros? ¡Muy pocas! Vemos al crucificado e inmediatamente sentimos que no hay mérito alguno por la gracia tan grande que hemos recibido, pero no debemos olvidar lo que escribió san Pablo a los Gálatas, “El Hijo de Dios me amó y se entregó por mí”(Gal 2, 20), Jesús, el mismísimo Hijo Único de Dios nos devolvió la dignidad que a causa del pecado habíamos perdido, ¡qué afortunados somos!
Por eso es necesario gritar y reconocer ante el mundo de hoy ¡cuánto necesitamos de Cristo! Se nos ha olvidado que Jesús vino a salvarnos de la muerte, a librarnos del pecado. Él mismo nos ha dado la oportunidad de levantarnos cuando hemos caído y de dar a nuestra vida el giro necesario para retomar el camino y seguir andando. Tengamos siempre presente lo que significa la Redención. No fue algo que sucedió así porque sí. El deseo de Dios es y siempre será que volvamos a Él.
Esta bella obra de la redención debe recordarnos en todo momento que el amor de Dios por cada uno de nosotros supera los límites de la razón, y que nos llama día con día a responder generosamente con nuestra vida a su voluntad, a “ser santos como su Padre celestial es santo” (Mt 5, 48).
Si nuestro entorno insiste incansablemente en alejar a Dios de nuestras vidas, hagámosle saber lo que santa Teresa de Ávila decía fervorosamente: “¡solo Dios basta!”. Su entrega en la cruz será suficiente para nosotros para enfrentar todo aquello que nos haga sentir poca cosa, y recordar que somos profundamente amados por aquel que dio su vida por nosotros.
Luis Carlos Solís Garza
Seminarista en Experiencia Eclesial