16 Jul 2021

HELLO! 1

Llegó a donde estaba el hombre herido y, al verlo, se conmovió profundamente  (Lc 10, 33).

 

¿Puedes imaginar un modo mejor de ser cristiano? Afortunadamente en torno a nosotros hay algunos que sí, son esos hombres y mujeres que están transformando las cosas alrededor, aquellos que mantienen la llama de la esperanza en los corazones. Si quieres descubrirlos no los encontrarás “dándose la gran vida” sino dando su vida grandemente al servicio de los demás, ¿por qué lo hacen? Ellos experimentan la tranquilidad de ser poseedores de una alegría que no se acaba, pues su fuente es el inagotable amor de Dios y su panorama el horizonte fascinante del Evangelio.

Al leer estas líneas, te invito a que recuerdes los relatos que te han contado sobre el día de tu bautismo, las fotos en donde apareces tú junto con familiares, padrinos y amigos, date cuenta que tu vida ha sido tocada por Dios, que Él ha pronunciado tu nombre, te ha hecho su hijo o hija muy amada, ha salido a tu encuentro.

Y no hace falta que pienses ni en el bien que has hecho, ni en el mal cometido, basta que te abras a la presencia de Dios que lo abarca todo y percibas como hay una luz interior que resplandece en ti cuando reconoces su presencia.

Responder a Dios en la vida es una gracia maravillosa, pues nos permite ser salvados, esto es importante, ya que solo por medio de la amistad con el Señor, como lo dice el Papa Francisco: “somos rescatados de nuestra conciencia aislada y de la autorreferencialidad; llegamos a ser plenamente humanos cuando somos más que humanos, cuando le permitimos a Dios que nos lleve más allá de nosotros mismos para alcanzar nuestro ser más verdadero” (Evangelii Gaudium, 8). 

Aceptar la llamada de Cristo es emprender un camino hacia una humanidad plena, pues el ser humano solo con la gracia es que puede realizar actos de amor extraordinarios, al igual que transformar las obras sencillas en portentosas.

No podemos ser ingenuos en pensar que delante de este proyecto de Dios para nosotros no habrá obstáculos. Todos los relatos iniciales de los cuatro Evangelios nos narran, de un modo u otro, como la presencia de Cristo en este mundo es incómoda tanto para personajes poderosos como Herodes, que le persiguieron sin importar sacrificar vidas inocentes, como para la gente común que no le brinda alojo donde nacer “Vino a su propia casa, y los suyos no lo recibieron” (Jn, 11). Sin duda, todos ellos instigados en lo más profundo por el Enemigo, pues sabe que el Señor, así como sus discípulos, harán que los demonios se sujeten en su nombre y a él lo verán caer del cielo como un rayo (Cfr. Lc 10, 8).

De esto modo podemos palpar lo crucial del compromiso que tenemos como cristianos y la relevancia de la obra evangelizadora; nuestra misión no es el anuncio de palabras dulces o ideas bellas, sino la participación en un proyecto de instauración del Reino de Dios en cada una de las personas, es una lucha contra el poder de las tinieblas que si bien ya vencido por Cristo, continúa astutamente arremetiendo contra nosotros.

Las problemáticas de salud, económicas, sociales, ecológicas y espirituales en las que nos encontramos, son una oportunidad para despertar del sueño, de una vida que se nos ha vendido como dedicada al propio contento, entendiendo este como el pasarlo bien o disfrutar del momento. Este tiempo es momento para hombres y mujeres valientes que, con la cruz de Cristo en cuello, apuesten por una vida significativa y virtuosa, esa que por el bien de sus hermanos es capaz de sacrificar lo propio y darse a sí mismo por una causa más alta, la causa del Reino.

Es tiempo de cristianos: laicos, religiosos y sacerdotes, que con responsabilidad y prudencia reformen y no simplemente destruyan o exploten las estructuras que dan identidad y cohesión a las diversas instituciones y la sociedad. Es ocasión de revalorar y defender las raíces que han forjado nuestro semblante como creyentes y como nación, de hacer memoria histórica, de recuperar el concepto de verdad, de cuidar los pequeños, de favorecer un diálogo cara a cara entre amigos y contrarios, del cultivo de la sabiduría, de rescatar el sentido del bello, de lo sublime, es tiempo de orar y de hacer realidad todo esto amando como el Señor nos ha amado.

Al final, el cristiano en lo cotidiano está llamado a ser como el buen samaritano, que después de hacer el bien “se fue” sin esperar reconocimientos ni gratitudes. La entrega al servicio era la gran satisfacción frente a su Dios y a su vida, y por eso, un deber. Todos tenemos responsabilidad sobre el herido que es el pueblo mismo y todos los pueblos de la tierra. Cuidemos la fragilidad de cada hombre, de cada mujer, de cada niño y de cada anciano, con esa actitud solidaria y atenta, la actitud de proximidad del buen samaritano”( Fratelli Tutti, 70).

Todos tenemos un momento en que la puerta a esa vida radical se nos abre y depende de nosotros entrar, todos recibimos esa invitación, pero no siempre se tiene la valentía.  Pero la puerta sigue ahí, esperando y la voz de Dios firmemente llamando, ¿y si te atreves a entrar?

 

Pbro. José Francisco Gallardo Viera.