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HELLO! 1
Si un árbol se cae en un bosque donde no hay quien lo escuche, ¿hace ruido? Independientemente de la respuesta, lo seguro es que, en aquella situación no importa si lo hace o no, ya que el ruido, suceda o no, no tiene significado porque nadie le ha escuchado. De este modo, sería lo mismo si el árbol cayera en un lugar donde hubiera alguien que percibiera el ruido, pero no le diera importancia. Y sería semejante, a si alguien hablara con otros que no dieran importancia a lo que él desea expresar. Entonces, ¿qué diferencia tendrían un árbol que cae, un hombre hablando por teléfono o una mujer enferma pidiendo auxilio si nadie les escuchara? ¿Qué importa lo que suceda si no hay quien escuche?
El filósofo alemán, Martin Heidegger, consideró fundamental en la existencia humana el “comprender”, formado en parte por el “escuchar”, pues escuchando, el hombre puede manifestarse abierto a la realidad. Por otro lado, la habladuría o verborrea determina el conocimiento y hace pensar que ya se sabe todo, sin dar posibilidad al aprendizaje y al crecimiento. Dejar de escuchar para solamente hablar, es cerrarse a las posibilidades más extraordinarias que tenemos como personas.
Comprendemos que la escucha se extiende más allá de la habilidad fisiológica de la percepción auditiva, y es más bien una facultad interna que da sentido y significado a nuestras percepciones. Así, cuando diálogo con alguien, más que oír sonidos emitidos por la boca del otro, lo que escucho es su interior. El otro nos muestra algo de lo que piensa, de lo que siente, de lo que él es. Y si esa persona habla, es para ser escuchada, su intención es encontrarse conmigo y a la vez espera que responda, es decir, que le comparta parte de mi interior.
Escuchar, entonces, no solo permite relacionarnos con la realidad externa, como con los objetos a nuestro alrededor, o los bellos paisajes naturales; sino que también descubre el interior del corazón, en las emociones y sentimientos o en las voces de la conciencia. Y, aunque no podemos responder sobre la diferencia entre lo que es parte de nosotros y lo que no, la escucha lo abarca todo, y le da sentido a todo. El que escucha es capaz de conocer, percibir y trascender sobre aquello que percibe.
Aquella trascendencia se efectúa al experimentar la belleza que rodea lo externo, con el criterio interno, con nuestro subjetivo gusto estético. Así, lo más excelso y bello se nos aparece en la unión entre lo mío y lo otro, entre lo que soy y lo que no: una melodía melancólica en un día lluvioso, una bebida caliente durante un día frío o la lectura de un poema que trastoque mis emociones. Todas ellas son realidades externas, que al ser escuchadas, se asimilan en experiencias muy humanas y profundas.
Así, cuando escuchamos entendemos algo nuevo, sin importar que se oiga lo mismo. Ello se debe a que el lenguaje humano es ilimitado, es decir, puede extenderse indefinidamente. El arquetipo se da cuando participamos en una celebración litúrgica- como la Eucaristía- donde oímos lo mismo, las mismas palabras, los mimos ritos, las mismas posturas, etc. pero en cada celebración se entiende algo nuevo del misterio de Dios. Así también un joven que descubre su misión de vida formando una familia, comprende esta desde el comienzo, pero la renueva con cada día, con cada experiencia al lado de su pareja, con sus hijos, con sus problemas y alegrías ordinarias y extraordinarias. El hombre le da sentido a las cosas que le rodean solo si es capaz de escuchar.
No podemos concluir sin mencionar que al escuchar y dar sentido a todo, es inevitable caer en cuenta que hay un sentido primario, un significado que da sentido a todas las cosas. Es el significado que da significado, lo que escuchamos que nos escucha, dando orden y sentido a todo: Dios como la realidad última que nos muestra el sentido de todo. Escuchando a Dios, entendemos lo oculto, y se hacen nuevas todas las cosas, especialmente en el misterio de la cruz. Solo hace falta prestar atención y escuchar.
Sergio Mendoza González
3ero. de Filosofía