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HELLO! 1
La familia no es un simple fenómeno sociológico, tampoco un recurso biológico para proteger la especie humana, mucho menos un tipo de propiedad privada o de seguridad de vida.
La familia fundamentalmente es un misterio de la vida humana; del amor entre sus miembros, porque es signo de la trascendencia y siempre será el primer punto de referencia un padre y una madre, como signo, símbolo y sacramento del amor y de la providencia de Aquel que es Padre-Madre de todos los hombres. (Cfr. Familiaris Consortio No. 14)
Y aunque se ha producido una amplia teología del matrimonio como sacramento, no se ha correspondido con una profunda reflexión teológica que abrace toda la familia en sus diversos aspectos, sobre todo, en cuanto Iglesia doméstica.
San Juan Pablo II, en una de sus catequesis de los miércoles afirmó: “Podemos decir que el primer sacramento constituido por Dios Creador es la familia y después la misma familia se convierte en un verdadero y propio sacramento de la nueva alianza…” (L’Osservatore romano, Junio 6, 1993).
Pero, ¿dónde ubicar el origen de la expresión: “La familia iglesia doméstica”? Tenemos que responder que hay dos posibles respuestas, el encuentro de occidente con oriente; y el segundo, que es sobre el cual profundizaremos, “el despertar del laicado en la iglesia”, de su papel, de su actividad, de su competencia en el mundo. Será precisamente el Vaticano II quien re-coloca la categoría de “Pueblo de Dios” como un eje de una nueva eclesiología y con una categoría de “pueblo” recupera la del “laico”. Fue entonces, en este contexto de reflexión sobre el laicado donde re-aparece la inquietud de llamar a la familia “pequeña Iglesia”, donde los padres adquieren la grandísima responsabilidad de ser los primeros maestros de la fe (Lumen Gentium 11; Apostolicam Actuositatem 11).
En la Sagrada Escritura tenemos ejemplos de “Iglesia doméstica”, en las cuales se manifiesta que el paso de la sinagoga judía a la comunidad cristiana (mientras aparecieron los templos públicos), se dio en las “casas”. Pablo da testimonio de cómo consiguió en cada localidad la conversión de una familia, la cual le brindó una casa adecuada como plataforma misionera y localización de la comunidad cristiana. (Rom 16,4-5; 1Cor 16,19; Fil 2; Hch 11,14; Tit 1,11; II Tim 1,16; 4,19).
El mismo San Juan Crisóstomo recomendaba: “Haz de tu casa una Iglesia” y con ello expresaba el calificativo de “Iglesia doméstica” dado a la familia cristiana, el papel del padre de familia dentro de la “Iglesia doméstica” y la oración en familia. Esta expresión, haz de tu casa una Iglesia (Iglesia doméstica) no se trata, por tanto, de un lugar donde vivan un grupo de cristianos, más bien, de un dinamismo de transformación, de construir la comunidad cristiana.
Así, la “Iglesia doméstica” manifiesta el valor cristiano fundamental: la existencia, como estructura base de la Iglesia, de comunidad humana en la cual sean posibles las relaciones interpersonales, la comunión de la fe y la participación efectiva de sus miembros. (Cfr. Familiaris Consortio No. 21, 38, 48, 49).
Aunque el Papa Francisco no trata de manera exclusiva “Iglesia doméstica” en Amoris Laetitia; si hacemos una revisión profunda de su contenido, es muy fácil palpar que todo lo expresado por Vaticano II, está presente en dicha Exhortación Apostólica Postsinodal. Y en su viaje a Ecuador (julio 2015), hizo alusión a la importancia actual de la “Iglesia doméstica” para bien la fe: “La Iglesia doméstica se forja en el hogar, cuando la fe se mezcla con la leche materna, entonces experimentado el amor de los padres, se siente más cercano el amor de Dios.” Así, la familia “Iglesia doméstica” se convierte en el hospital más cercano, en la primera escuela de formación humana y de catecismo para los niños, el grupo de referencia imprescindible para los jóvenes, en el mejor asilo para los ancianos y el lugar donde se descubre el llamado de Dios. La familia constituye la gran riqueza social que otras instituciones no pueden sustituir.
Para nuestra época de secularización, de desinstitucionalización, valorizar la familia cristiana en sus elementos humanos y mistéricos es una intuición que ya conoce y ha vivido la Iglesia primitiva. Podemos concluir diciendo, que también la Iglesia debe experimentar la kenosis, con el fin de propiciar la salvación de las células de la “grande Iglesia”, que son las “Iglesias domésticas”.
Mons. Oscar E. Tamez Villarreal
Obispo Auxiliar de Monterrey
Revista San Teófimo No. 142