29 Ene 2021

HELLO! 1

La Iglesia ha sido constituida por Cristo; para apacentar y santificar a su Pueblo, ella tiene la misión de ir y anunciar a todos los pueblos y naciones; que Jesús es el Señor, para que así todos los hombres y mujeres de buena voluntad; crean, se salven y tengan vida en abundancia. En palabras de San Pablo VI, en su encíclica Evangelii Nuntiandi (el anuncio del Evangelio), nos recuerda que la esencia de la Iglesia es la evangelización, esto es; predicar a toda criatura el Evangelio que es el mismo Cristo.

La tarea de la evangelización, compete a todos los bautizados; a todos los que formamos parte de la Iglesia, esta es una tarea fundamental para la plena vivencia de nuestra dignidad bautismal. Así mismo, la Iglesia tiene la misión de santificar a sus hijos, para que sea sacramento de salvación y signo de la presencia de Cristo en medio del mundo, por esta razón: la Iglesia tiene el poder de salvar a los hombres, no en virtud propia, sino en virtud de Aquel que nos ha salvado a todos.

Por eso, la Iglesia tiene su mirada en el cielo, pero su acción está en la tierra y fue instaurada por el Señor, para que todos nos salvemos y lleguemos a conocer la Verdad. Por este motivo, la Iglesia que es Madre y Maestra, conduce a sus hijos hacia el cielo, ilumina nuestro camino, no con luz propia, sino con la luz de su Esposo y Maestro.

Jesucristo ha instituido los sacramentos, los cuales ha encargado que la Iglesia sea quien los dispense para que todos participemos de esa gracia santificante. Con los sacramentos; se nos da en adelanto la vida eterna, ósea la vida del cielo, por esta razón la Iglesia es una casa para todos los hombres y mujeres, dentro de esta casa existe una gran ventana; que nos hace mirar y participar de la vida celestial.

Nunca dejemos de mirar hacia arriba, hacia lo alto, todos tenemos esta capacidad de escuchar a Dios y relacionarnos con Él y con nuestros hermanos; la Iglesia nos ayuda y nos muestra el camino que nos lleva al encuentro con nuestro Padre y Dios. ¡Dejémonos guiar por nuestra Madre la Iglesia!

Héctor Elías Morales Montes
3ero de Teología

19 Jun 2020

HELLO! 1

Sin duda alguna, el pasaje del peregrino de Emaús es uno de los más bellos y significativos del evangelio de San Lucas, pues es muy semejante a lo que la Iglesia experimenta diariamente, el dolor, la soledad, la angustia; pero después de encontrarse con Cristo todo cambia a alegría, confianza y seguridad.

Desde hace ya varios días, hemos emprendido un caminar con algunas comunidades de nuestra Iglesia local, especialmente con los jóvenes. Ha sido una experiencia muy enriquecedora de misión de verano, pues es un compartir mutuo sobre lo vivido en estos días y cómo hemos descubierto a Dios en la adversidad.

Podría parecer difícil, y a la vez algo extraño el pensar: ¿Cómo podremos misionar en tiempos de contingencia? Como Iglesia no podemos quedarnos con los brazos cruzados, tenemos que trabajar por el Reino de Dios. Por eso saldremos al encuentro de sus hijos, partiremos con ellos hacía Emaús, hacia ese lugar al que todos anhelamos llegar, hacia esa tierra prometida, donde descubriremos al Señor en los acontecimientos del ordinario.

El primer paso de esta misión, es el unirse a la peregrinación; la Iglesia está en marcha; aún en tiempos de pandemia, sigue caminando, no podemos entorpecer ese camino ni mucho menos hacerlos ir por otro. Tenemos que unirnos a ese camino y entender poco a poco el por qué ir hacia allá.

En un segundo momento, después de haber entendido un poco el rumbo de los peregrinos, compartiremos lo que hay en el corazón, aquellas palabras de esperanza: “ánimo”. “¡Dios está con nosotros!”. Pues en el rostro de las personas pareciera haber miedo, incertidumbre.

Y por último, al llegar a Emaús, a lo más íntimo para nosotros, dejaremos que ese peregrino entre con nosotros, pues su rostro nos es familiar, sus palabras nos han devuelto la vida, nos han sanado, han cambiado nuestro luto en alegría; y es ahí, en lo más íntimo del corazón, en lo más profundo de nuestro ser, donde lo encontraremos y descubriremos. No solo al fraccionar el pan, no solo en los momentos de felicidad y gozo, sino en todo, pues Dios ha visitado, ha entrado y se ha querido quedar en mi casa, en mi vida.

Ahora más que nunca, como los discípulos de Emaús, queremos como Iglesia, anunciar a todos que verdaderamente el Señor está con nosotros, nos ha visitado, lo hemos descubierto y no hay por qué temer.

La Iglesia está y seguirá en marcha pues Cristo camina con nosotros. Gracias Señor por quedarte en nuestras vidas.

Jesús Emmanuel Garza Torres
1ero. de Filosofía

06 Dic 2019

HELLO! 1

Tener a alguien como modelo es esforzarse por imitar y reproducir en sí mismo aquello que contemplamos en otro. María es modelo de la Iglesia tal cual lo expresa la constitución dogmática “Lumen Gentium”: “como ya enseñaba san Ambrosio, la Madre de Dios es figura de la Iglesia en el orden de la fe, de la caridad y de la perfecta unión con Cristo”.

Partamos de estos aspectos para descubrir en qué sentido María es modelo de la Iglesia. La fe responde a la revelación de Dios, que consiste en fiarse plenamente de él (CEC 142). Para contemplar a María como modelo de fe, hay que recordar el pasaje de la Anunciación; María responde afirmativamente al mensajero de Dios: “hágase en mí según tu palabra” (Lc. 1 38) y se fía completamente en el Señor.

Veamos ahora a María como modelo de caridad. Por la caridad amamos a Dios sobre todas las cosas y a nuestro prójimo como a nosotros mismos (CEC 1822). Después de la Anunciación, María se pone en camino a la casa de Isabel (Lc. 1, 39). Al quedar llena del Espíritu Santo, ensanchó su corazón hasta la dimensión del de Dios y la impulsó por la senda de la caridad. Así, su corazón queda insertado en el dinamismo de la Santísima Trinidad. Esta caridad, que en María es perfecta se convierte en modelo de la caridad de la Iglesia, como manifestación del amor trinitario (Deus Caritas est, 19).

Por último, María es modelo de unión con Cristo. “Junto a la cruz de Jesús estaba su madre…” (Jn. 19, 25). El “fiat” de María dado en la Anunciación, crea los lazos de madre e hijo, entre Jesús y ella. Pero, este “sí” se prolonga hasta el sufrimiento en el calvario, es ahí donde queda unida íntimamente a Cristo, no solo como madre, “sino antes aún como sierva humilde y obediente” (Benedicto XVI).

Preguntémonos ahora qué tanto imitamos el ejemplo de María en nuestras vidas, ¿tenemos puesta nuestra confianza en Dios? ¿Amamos a Dios y a nuestro prójimo a semejanza de María? ¿Unimos nuestro corazón al de Cristo tal cual lo hizo María hasta en el sufrimiento de la cruz? Pidamos al Señor nos de su gracia, para imitar en nuestras vidas las virtudes de María, que constituye para la Iglesia su propia imagen más auténtica (Benedicto XVI).

Erick Alfonso Rivera Ortiz
2do. de Filosofía

13 Sep 2019

HELLO! 1

Conforme «la palabra de Dios crecía, el número de discípulos se multiplicaba» (Hch 6, 7a) y la fe se esparcía por las naciones, el pueblo, habiendo escuchado el mensaje y testimonio de Cristo por parte de los Apóstoles y sus discípulos, se vio en la necesidad de contar con más hombres «llenos de Espíritu y de saber» (Hch 6, 3b), que fueran «partícipes de la misión y gracia de Cristo» (LG, 41) y asumieran diversas actividades para el bien de las nacientes comunidades cristianas. Por ello, los Doce decidieron instituir, mediante la oración y la imposición de las manos, a siete hombres capaces de entregar su vida al servicio de los demás. A esos hombres ahora los conocemos como diáconos.

Hoy en día, al igual que las primeras comunidades cristianas, el mundo necesita de personas que dediquen plenamente su vida en darle a conocer el rostro de Jesús misericordioso. El sábado 7 de septiembre, fuimos testigos de un acontecimiento sumamente significativo: cinco hermanos que dieron de nuevo el “sí” a Dios, fueron ordenados diáconos para el servicio de la Iglesia de Monterrey.

En la misa de ordenación, nuestro Arzobispo, Mons. Rogelio Cabrera, dio un emotivo y profundo mensaje sobre la significativa labor que realizan los diáconos en las comunidades en las que les compete participar. Ellos están llamados a ser imagen de Cristo en un mundo tan alejado de él, a ser «puente que une realidades que parecen distantes», a «conectar el evangelio con la vida, el templo con la calle, la mesa de la Eucaristía con la de los pobres», expresó.

Así mismo, exhortó a la comunidad a ser, junto con nuestros hermanos, servidores de los demás, a colaborar en la misión permanente que Cristo nos ha encomendado de llevar esperanza a los pobres, virtud que nos hace orientar nuestras acciones al amor, caminar junto con ellos y así dirigir nuestra mirada anhelando la eternidad que nos tiene preparada.

El Seminario de Monterrey se une a la alegría de nuestros hermanos diáconos, así como a la oración por el ministerio que se les ha encomendado. Pedimos a Nuestra Señora del Roble que interceda por ellos, los cubra con su manto y que Dios nuestro Señor llene de gracia sus corazones, los motive a seguir colaborando en la construcción de su Reino aquí en la tierra, recordando que de su mano «es posible amar, es posible esperar y es posible creer».

Luis Carlos Solís G.
2do. de Filosofía

21 Jun 2019

HELLO! 1

La familia no es un simple fenómeno sociológico, tampoco un recurso biológico para proteger la especie humana, mucho menos un tipo de propiedad privada o de seguridad de vida.

La familia fundamentalmente es un misterio de la vida humana; del amor entre sus miembros, porque es signo de la trascendencia y siempre será el primer punto de referencia un padre y una madre, como signo, símbolo y sacramento del amor y de la providencia de Aquel que es Padre-Madre de todos los hombres. (Cfr. Familiaris Consortio No. 14)

Y aunque se ha producido una amplia teología del matrimonio como sacramento, no se ha correspondido con una profunda reflexión teológica que abrace toda la familia en sus diversos aspectos, sobre todo, en cuanto Iglesia doméstica.

San Juan Pablo II, en una de sus catequesis de los miércoles afirmó: “Podemos decir que el primer sacramento constituido por Dios Creador es la familia y después la misma familia se convierte en un verdadero y propio sacramento de la nueva alianza…” (L’Osservatore romano, Junio 6, 1993).

Pero, ¿dónde ubicar el origen de la expresión: “La familia iglesia doméstica”? Tenemos que responder que hay dos posibles respuestas, el encuentro de occidente con oriente; y el segundo, que es sobre el cual profundizaremos, “el despertar del laicado en la iglesia”, de su papel, de su actividad, de su competencia en el mundo. Será precisamente el Vaticano II quien re-coloca la categoría de “Pueblo de Dios” como un eje de una nueva eclesiología y con una categoría de “pueblo” recupera la del “laico”. Fue entonces, en este contexto de reflexión sobre el laicado donde re-aparece la inquietud de llamar a la familia “pequeña Iglesia”, donde los padres adquieren la grandísima responsabilidad de ser los primeros maestros de la fe (Lumen Gentium 11; Apostolicam Actuositatem 11).

En la Sagrada Escritura tenemos ejemplos de “Iglesia doméstica”, en las cuales se manifiesta que el paso de la sinagoga judía a la comunidad cristiana (mientras aparecieron los templos públicos), se dio en las “casas”. Pablo da testimonio de cómo consiguió en cada localidad la conversión de una familia, la cual le brindó una casa adecuada como plataforma misionera y localización de la comunidad cristiana. (Rom 16,4-5; 1Cor 16,19; Fil 2; Hch 11,14; Tit 1,11; II Tim 1,16; 4,19).

El mismo San Juan Crisóstomo recomendaba: “Haz de tu casa una Iglesia” y con ello expresaba el calificativo de “Iglesia doméstica” dado a la familia cristiana, el papel del padre de familia dentro de la “Iglesia doméstica” y la oración en familia. Esta expresión, haz de tu casa una Iglesia (Iglesia doméstica) no se trata, por tanto, de un lugar donde vivan un grupo de cristianos, más bien, de un dinamismo de transformación, de construir la comunidad cristiana.

Así, la “Iglesia doméstica” manifiesta el valor cristiano fundamental: la existencia, como estructura base de la Iglesia, de comunidad humana en la cual sean posibles las relaciones interpersonales, la comunión de la fe y la participación efectiva de sus miembros. (Cfr. Familiaris Consortio No. 21, 38, 48, 49).

Aunque el Papa Francisco no trata de manera exclusiva “Iglesia doméstica” en Amoris Laetitia; si hacemos una revisión profunda de su contenido, es muy fácil palpar que todo lo expresado por Vaticano II, está presente en dicha Exhortación Apostólica Postsinodal. Y en su viaje a Ecuador (julio 2015), hizo alusión a la importancia actual de la “Iglesia doméstica” para bien la fe: “La Iglesia doméstica se forja en el hogar, cuando la fe se mezcla con la leche materna, entonces experimentado el amor de los padres, se siente más cercano el amor de Dios.” Así, la familia “Iglesia doméstica” se convierte en el hospital más cercano, en la primera escuela de formación humana y de catecismo para los niños, el grupo de referencia imprescindible para los jóvenes, en el mejor asilo para los ancianos y el lugar donde se descubre el llamado de Dios. La familia constituye la gran riqueza social que otras instituciones no pueden sustituir.

Para nuestra época de secularización, de desinstitucionalización, valorizar la familia cristiana en sus elementos humanos y mistéricos es una intuición que ya conoce y ha vivido la Iglesia primitiva. Podemos concluir diciendo, que también la Iglesia debe experimentar la kenosis, con el fin de propiciar la salvación de las células de la “grande Iglesia”, que son las “Iglesias domésticas”.

Mons. Oscar E. Tamez Villarreal
Obispo Auxiliar de Monterrey
Revista San Teófimo No. 142

01 Nov 2018

HELLO! 1

El día de hoy la Iglesia Universal celebra la Solemnidad de Todos los Santos, una fiesta muy importante en su vida y su caminar, pues es la santidad, la corona más bella de la Iglesia.

Los santos son personas comunes, que no son ajenas a nuestra condición humana. Personas cargadas de defectos, que en su vida terrena tuvieron una y muchas veces, contacto con el pecado; pero lo que los hace especiales, es que han tenido un encuentro vivo con Jesús, y han llevado a la práctica este encuentro, en sus actos, obras y palabras. Es esto lo que hace santos a hombres y mujeres virtuosos, que en su vida cotidiana han logrado testimoniar la presencia de Dios en sus vidas.

La solemnidad de todos los Santos es el día donde no solo se celebra a los santos reconocidos oficialmente por la Iglesia; sino a todos aquellos que han vivido heroicamente de manera anónima. En nuestra sociedad existen muchos santos que siguen entregando la vida por Cristo y por los hermanos, hombres y mujeres, que no conocemos su nombres, pero que han llevado una vida recta en la cual, la «misericordia» ha sido su mejor herramienta para vivir la santidad.

Hoy es un buen día para recordar la llamada universal que Dios nos hace el día de nuestro bautizo. «Todos los cristianos bautizados estamos llamados a ser santos», ser testigos del amor, la misericordia y la gracia que viene de Dios. Toda nuestra vida, tiene que ser como la buena levadura, que al fermentarse produce un buen alimento, que sacia a aquellos hermanos que tienen hambre de Dios.

La santidad es vivida en medio de la comunidad, con los hermanos, sirviendo a los más necesitados, de tal manera que no solo estamos llamados a santificarnos a sí mismos, sino a santificar a otros. La Iglesia es comunidad y la santidad se vive en la Iglesia, por lo tanto ser santo implica la relación con los hermanos.

Quizá podemos ver la santidad como algo muy lejos e inalcanzable, ciertamente no es algo fácil, pero tampoco es imposible. San Ignacio de Loyola decía: “si este llegó a ser santo ¿Por qué yo no?”. Hoy en día podríamos ver todo esto como algo que ya pasó de moda, pero no es así, hoy más que nunca la Iglesia necesita que seamos santos. Santos de nuestros tiempos, jóvenes valientes que desde sus trincheras vayan en contra de la corriente de las ideologías planteadas hoy en día.

Que la solemnidad de todos los santos nos recuerde nuestra misión como hijos de Dios, que reafirme nuestra esperanza para alcanzar la corona en el cielo y nos acreciente en el amor, para amar a los hermanos. Que la Santísima Virgen María, reina de todos los santos y ejemplo de santidad por excelencia, nos ayude a seguir los pasos de su Hijo, imitando y siguiendo el ejemplo de ella.

Por: Hector Elías Morales Montes
1o. de Teología.