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HELLO! 1
La vida de los cristianos debe ir encaminada y acompañada por virtudes tanto humanas como divinas que nos permitan orientarnos en el camino que nos hará encontrarnos con Dios nuestro Creador y Señor; dichas virtudes tenemos que ir desarrollándolas en cada paso que demos como lo han hecho infinidad de hombres y mujeres en sus vidas cotidianas.
En la actualidad pareciera que carecemos de ejemplos reales y cercanos que nos permitan aventurarnos en los grandes misterios de la vida para caminar con confianza y sentido, direccionándonos a un fin prometedor.
Pero esto no es así, gracias a Dios existen diversidad de ejemplos que han tenido una fe bien cimentada, una esperanza prometedora y una caridad sustanciosa. En México la persona de Cuauhtlatoatzin (nombre indígena) o Juan Diego (nombre cristiano) fue capaz de acoger con mucha prontitud la llamada de Dios en María Santísima de Guadalupe.
Juan Diego se caracterizaba, entre los suyos, por ser un hombre atento a las necesidades de los demás (cuidando a su tío Bernardino), trabajador (haciendo matas para vender y llevar el sustento a su casa), atento y dispuesto en realizar su responsabilidades como esposo, un hombre que por naturalidad cumplía con la voluntad de Dios sin conocerla aún, sólo hacía lo que le correspondía hacer. De tal forma, que cuando comienza a recibir la instrucción catequética por mediación de los frailes franciscanos no duda en seguir el camino que ya llevaba.
Este gran hombre abrazó la fe católica poniéndola por encima de su cultura chichimeca de la zona de Texcoco, debido a lo que estaba descubriendo en las enseñanzas recibidas, hacía que se enamorara más de Dios, tomando un verdadero sentido en su actuar, siendo paciente, bondadoso, nada envidioso, ni jactancioso, tampoco orgulloso (Cfr. 1 Co 13, 4-13).
El acontecimiento Guadalupano no podía suceder sin que Dios pusiera su mirada en alguien como Juan Diego, un hombre limpio de corazón (Cfr. Mt 5,8). Nuestra Madre del cielo reconoce la sencillez de este indio y confía en él para compartir con todo el mundo el mensaje de salvación que traía en su vientre, y quien mejor que el bienaventurado Juan Diego para ser el portavoz para el pueblo mexicano.
Mirar la vida y obra de Juan Dieguito, es mirar un camino de santidad, cercano y posible del cual tanto tú y yo podemos imitar, para mejorar nuestra relación con Dios y con el prójimo. Si en verdad queremos ocupar una de las habitaciones que Dios nos tiene preparadas despojémonos de todo aquello que nos estorba y revistámonos de los dones y carismas ya recibidos. Que a ejemplo de san Juan Diego, Dios vea nuestra sencillez y limpieza de corazón para acoger su misterio redentor y salvador, y que María Santísima de Guadalupe vaya encaminándonos de su mano para lograrlo como lo hizo con el más pequeño de sus hijos Juan Dieguito.
Luis Humberto Saldívar
2do de Teología